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La importancia de la inteligencia emocional en los procesos de separación y divorcio |
SECCION:
PsiNotes
// PUBLICAT 30/09/2016 15:41:00 |
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La importancia de la
inteligencia emocional en los procesos de separación y
divorcio
“En principio todo el mundo desea y aprecia estar enamorado,
todo el mundo cree que es algo deseable, que nos hace
mejores… y yo creo que puede darse eso y que personas
enamoradas pueden hacer cosas muy nobles. Pero también
personas muy nobles, por estar en un estado de enamoramiento, pueden
comportarse de la manera más vil, traicionera y
feroz”. (Marías 2012).
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Según el Instituto Nacional de
Estadística (INE),
cada año aumentan las separaciones y los divorcios. Los
últimos datos del año 2014, señalan
que hubo 100.746 divorcios, un 5,6% más que en el
año anterior. Un 76% fueron de mutuo acuerdo, mientras que
el 23,5% restante fueron contenciosos. De acuerdo a estos datos podemos
considerar de forma positiva que haya una mayor tendencia entre las
parejas a resolver sus diferencias negociando y llegando a acuerdos
sobre las condiciones de la ruptura. Sin embargo, existe un porcentaje
relevante que no lo consigue y el conflicto se eterniza
convirtiéndose en una situación contenciosa,
querellante, que acaba afectando a toda la familia. |
¿De qué depende que algunas parejas puedan
resolver sus crisis utilizando la comunicación, la
empatía y la negociación y otras no? En
éste artículo pretendemos reflexionar y
conocer la complejidad de estas situaciones y la
función de la Inteligencia emocional (IE) como elemento
relevante en el desarrollo del proceso de separación y
divorcio y en la consecución de un resultado exitoso.
Cabe mencionar que hay pocas investigaciones sobre la IE de los
cónyuges en situaciones de separación y divorcio,
así como sobre las emociones experimentadas por los miembros
de la pareja en estos procesos. Por ello, creo necesario reflexionar
sobre un tema que genera un elevado sufrimiento tanto a la pareja como
a los hijos.
Convivir en pareja es hablar de complejidad, es hablar de sistema
familiar conyugal y parental. Convivir en pareja significa
estar sujeto a una serie de influencias recíprocas entre los
miembros que la conforman y con el exterior; no es una entidad
estática, sino que está en constante proceso de
cambio, donde la conducta de una persona afecta a la conducta de la
otra y viceversa, haciéndose patente el fenómeno
de la circularidad (Waztlawick 1997).
Cuando dos personas deciden unirse para iniciar un proyecto en
común, se sienten “enamorados”, hay una
emoción que prevalece, la alegría;
también se entra en una especie de disociación
-“vivir en una nube”- y aparentemente todo es
“perfecto”. Como afirman
Chóliz y Gómez (2002) “las cualidades
del ser querido están idealizadas, en muchos casos
sobredimensionadas y la relación con esta persona se
convierte en objetivo vital prioritario, por encima de muchos otros que
hasta ese momento habían ocupado un puesto privilegiado en
la escala de valores” (p.6)
A medida que va pasando el tiempo, y si la relación tiene
continuidad, la pareja va conectando con la realidad, y
pueden ir apareciendo, en mayor o menor medida, las
diferencias. Ya no se está tan de acuerdo con
según qué cosas, ya no hay el sentimiento de
alegría constante, y pueden ir apareciendo, paralelamente,
otras emociones como la tristeza, la rabia o el miedo ante aquellas
situaciones que no gustan, que incomodan, que desilusionan,
etc. Campos y Linares (2002) consideran que se trata de una
etapa en la que se empezarán a sustentar los cimientos de
los acuerdos básicos como son el vínculo, la
jerarquía y los proyectos fundamentales.
Las diferencias que van apareciendo en la convivencia de la pareja
tienen que ver con una serie de temáticas como la
comunicación, las expectativas, las necesidades de cada uno,
el afecto, la organización en la convivencia, la sexualidad,
el poder, etc. Así mismo, la historia familiar de ambos
cónyuges trae consigo factores que pueden tener un papel
importante a la hora de ir construyendo un ajuste funcional de ambos
estilos conyugales. Factores como el tipo de vínculo de
apego familiar, los valores, las creencias, los modelos de
relación de los padres, la comunicación y
expresión de los afectos, los roles complementarios o
simétricos, los estilos familiares de
resolución de conflictos y de
negociación, etc. Según cómo vayan
encajando estos elementos cada uno de los miembros de la pareja durante
la convivencia irán experimentando diferentes emociones de
las que pueden o no ser consciente, darles significado y reflexionar
sobre ellas, lo que les llevará a actuar de una manera u
otra. Cuando no se logra el equilibrio entre
lo que se quiere y
lo que se debe hacer
se genera un conflicto interno
(Porras, 2013) que ocasiona un
desajuste emocional.
Con el tiempo, la pareja irá experimentando diversos
acontecimientos; unos agradables y otros más
difíciles. Afrontar las crisis requiere de las personas
esfuerzos psicológicos y emocionales. Lazarus
y Folkman (1984) afirman que el
estilo de afrontamiento que
utiliza cada persona depende
por una parte de los recursos internos como son las
creencias, el temperamento, el estilo de apego, el nivel
educativo y las habilidades sociales; y
por otra , de los recursos externos que tienen que
ver con el tiempo, los medios económicos
disponibles, el trabajo, los amigos y la familia.
Todas las personas disponen de recursos cognitivos, afectivos,
instrumentales y familiares que constituyen fortalezas internas, es
decir, capacidades y habilidades fundamentales para resolver
situaciones difíciles o las diversas crisis que se van
presentando a lo largo del ciclo vital (Rivera-Heredia y Andrade,
2006). Si la pareja posee y utiliza estos recursos de forma asertiva
-entendiendo asertividad como el “conjunto de conductas
emitidas por una persona en un contexto interpersonal, que expresa los
sentimientos, actitudes, deseos, opiniones o derechos de su persona de
un modo directo, firme y honesto, respetando al mismo tiempo los
sentimientos, actitudes, deseos y opiniones y derechos de la otra
persona” (Alberti, 1977, p. 367-368)- los cónyuges
pueden resolver sus diferencias de manera satisfactoria. La asertividad
juntamente con la empatía son habilidades emocionales
fundamentales de la Inteligencia Emocional no sólo para la
comprensión de nuestras emociones, sino también
para el manejo de ellas. Así, la inteligencia
emocional tiene una gran relevancia en las relaciones afectivas, porque
a través del desarrollo de habilidades como la
empatía, comprender y compartir los sentimientos, y la
regulación de las emociones de una manera adecuada, se
pueden lograr una solución más plena en los
conflictos de pareja.
Con frecuencia la separación
viene precedida de una época de conflicto y
desacuerdo entre los cónyuges, marcada por un
periodo más o menos prolongado de desorganización
y ruptura, en el que pueden darse o no intentos activos para
resolver las dificultades. El divorcio sucede tras un tiempo en el cual
uno o ambos integrantes de la pareja se percata de que la
relación no está cumpliendo alguna de las
expectativas que se han ido forjando con el curso de la vida influidas
por estas emociones, creencias
y formas de ver al
mundo (Martínez, 2006). En este sentido, Bolaños
(1998) sostiene que la decisión de separarse llega cuando la
pareja o uno de los cónyuges hacen balance de los costes y
beneficios de la relación, evalúan aquellos
elementos que pueden tender a la continuidad y aquellos que tienen que
ver con la ruptura. Como factores positivos se consideran el nivel de
compañerismo, el afecto y la calidad de la
comunicación y como negativos la insatisfacción,
el desacuerdo y el conflicto abierto.
Pero también hay parejas que, una vez realizado este balance
y con una tendencia hacia la ruptura, ven obstáculos que
pueden impedir la decisión (los hijos, creencias morales o
religiosas, desaprobación familiar, dependencia
económica, etc.), entonces puede que la pareja permanezca en
un estado crónico de insatisfacción, lo que
conllevaría un estado emocional inestable.
El divorcio de los cónyuges es una de las crisis
más dolorosas y que genera más
sufrimiento en el sistema familiar, ya
que implican cambios emocionales, cognitivos, sociales, familiares,
económicos, etc. Esta disolución del
vínculo matrimonial se puede dar por mutuo acuerdo
(separación conyugal y no parental) o como una
decisión contenciosa para poner fin al vínculo
emocional y legal que los unía (separación
conyugal y parental).
Si el proceso de separación o divorcio se instala en la
conflictividad tendrá efectos destructivos para toda la
familia. En cambio, si las parejas, a pesar de sus
diferencias y malestar, son capaces de separarse de una forma
más o menos amistosa indicará la
calidad de los recursos internos y externos que posee la persona. Entre
los recursos internos, cabe destacar la capacidad de
negociación, así como la
gestión y regulación emocional; por tanto, la
presencia de la inteligencia emocional. Según la
versión original de Salovey y Mayer (1990) la Inteligencia
Emocional consistiría en la habilidad para manejar o regular
las emociones, establecer una distinción entre
ellas y utilizar esta información o conocimiento
para encaminar los propios pensamientos y acciones.
En los procesos de separación y divorcio las emociones
aparecen en toda su magnitud y es imprescindible abordarlas y
elaborarlas de la mejor manera posible. "Entendiendo como
emoción una experiencia afectiva intensa, pasajera, brusca y
aguda que activa los diferentes subsistemas psicofísicos y
proporciona energía vital, constituyendo la fuerza
motivadora que guía y orienta el comportamiento humano"
(Lizeretti, 2012, p. 38). Las emociones percibidas antes, durante y
después a la decisión de la separación
van en diferentes grados desde la rabia, tristeza, miedo y una cierta
alegría en ocasiones y pueden ir apareciendo
alternativamente según la contextualización del
momento. Las emociones experimentadas por cada uno de los
cónyuges diferirá en el tipo y la intensidad,
dependiendo de si se ha tomado la decisión por mutuo acuerdo
o si se ha tomado de forma unilateral; de todas maneras se puede
afirmar que para el que decide este proceso no es menos doloroso. Por
lo general hay mucha tristeza, miedo y sentimiento de culpa.
Hay autores que afirman que los estilos conyugales al abordar la
separación no son nuevos, las pautas interaccionales son las
mismas que se utilizaban en la convivencia, solo que se adaptan a esta
nueva situación y se dan con diferentes niveles de
intensidad. En esta línea se han identificado tres factores
básicos que permiten hacer un pronóstico de la
separación o divorcio: la forma en que se ha tomado la
decisión, el estilo de interacción y
comunicación, y la intensidad asociada al conflicto. En
función de cómo cada uno gestione las diferentes
emociones que experimenta en el proceso de divorcio, el manejo de la
negociación, de los pactos respecto a la
separación, esta podrá ser más o menos
conflictiva. Si los cónyuges se instalan en la
rabia o el rencor, emociones que suelen ser las que están
más presentes en una separación contenciosa, es
posible que la reacción sea la venganza o el deseo de
castigar al cónyuge que decidió la
separación. Hay una tendencia a utilizar a los hijos para
hacer daño al progenitor, muchas veces hay acusaciones y
denuncias de ser malos/as padres o madres. “El rencor, la
rabia es una emoción que envilece a
quién la experimenta y que genera una atmósfera
malsana propiciadora de triangulaciones de los hijos” (Campos
y Linares 2002). Las parejas que experimenten emociones como la rabia,
el miedo, la tristeza además del malestar individual, pueden
provocar disputas, tender a una escalada destructiva de las relaciones
familiares; por lo tanto, han de buscar todas las
alternativas que permitan rebajar y regular estos sentimientos.
Se observa que la mayoría de parejas en un proceso
contencioso presentan dificultades en el manejo adecuado de las
emociones, con poca asertividad en la gestión de la
relación con el ex cónyuge y los hijos. Es
necesario que los miembros puedan abordar el proceso desde una
intervención psicológica focalizada en lo
emocional para trabajar las diferentes emociones y finalmente el duelo
de la separación. Así mismo, es primordial que
puedan establecer una red de apoyo en donde cada uno se sienta
acompañado, comprendido y valorado. Las redes de apoyo
social constituyen una de las claves centrales de la experiencia
individual de identidad, bienestar, competencia y protagonismo,
incluyendo los hábitos de cuidado y de salud, que mejoran la
capacidad de adaptación en una crisis (Sluzki, 1996).
El significado que otorgan la mayoría
de las parejas al proceso de separación
y divorcio connota pérdida, ambigüedad y
negatividad; perdiendo así la confianza
básica, la autoestima,
la seguridad, incluso amistades
que se tenían en
común con la pareja.
De ahí, la importancia de potenciar el desarrollo de los
recursos emocionales y de las fortalezas personales y familiares, que
ayudarán a mejorar el manejo de las
dificultades, potenciando la
adaptación y el crecimiento
positivo de manera que
se perciban los
obstáculos como oportunidades (Walsh,
2004). En la misma línea Seligman (1998) menciona
que es importante buscar el equilibrio emocional y la
felicidad, y que para ello es necesario hacer ajustes en la
vida que permitan utilizar los recursos
positivos para superar las
crisis.
Para conseguir que la pareja pueda llegar a acuerdos o negociar sobre
las cuestiones de su separación, previamente han de ser
conscientes de las emociones que experimentan, de los significados
asignados, de cómo las regulan y de los beneficios o
desventajas de su actuación en función de las
emociones experimentadas. Tomar conciencia de ellas llevará
a una mayor comprensión de sí mismo y
también a desarrollar empatía hacia las emociones
de los demás, lo cual ayudará a desarrollar la
habilidad para captar el clima emocional en una situación o
hecho concreto. Esta toma de conciencia emocional implica establecer
una conexión con el plano cognitivo mediante el cual le
damos un significado y, la vez, está relacionado con la
conducta o comportamiento. Estas tres dimensiones están
interrelacionados constantemente y se retroalimentan entre
sí. Como dice Bizquerra (2009), generalmente pensamos y nos
comportamos en función de nuestro estado emocional.
Conseguir un cierto equilibrio en el clima emocional ayudará
a la pareja de padres a utilizar las herramientas funcionales y
adecuadas necesarias para establecer una comunicación
abierta y fluida que les permita llegar a acuerdos sobre las cuestiones
relativas al divorcio y sobre todo respecto a los hijos
estableciendo así una relación de
cooperación y bienestar.
Silvia Macassi Sugahara. Col. 9474
Miembro del Grupo de Trabajo de Inteligencia Emocional Colegio Oficial
de Psicología de Catalunya
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Barcelona: Planeta
Chóliz, M. y Gómez C. (2002) Emociones
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[http://javiermariasblog.wordpress.com/, con acceso 20-3-12]
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y duran y duran.
México: Pax México.
Porras Quirós , W.
(2013). La implementación
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hombres: Una perspectiva desde
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Rivera-Heredia , M. y Andrade , P.
(2006). Recursos individuales y
familiares que protegen al
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de Psicología y Educación,
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