La importancia de la inteligencia emocional en los procesos de separación y divorcio


“En principio todo el mundo desea y aprecia estar enamorado, todo el mundo cree que es algo deseable, que nos hace mejores… y yo creo que puede darse eso y que personas enamoradas pueden hacer cosas muy nobles. Pero también personas muy nobles, por estar en un estado de enamoramiento, pueden comportarse de la manera más vil, traicionera y feroz”. (Marías 2012).


Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), cada año aumentan las separaciones y los divorcios. Los últimos datos del año 2014, señalan que hubo 100.746 divorcios, un 5,6% más que en el año anterior. Un 76% fueron de mutuo acuerdo, mientras que el 23,5% restante fueron contenciosos. De acuerdo a estos datos podemos considerar de forma positiva que haya una mayor tendencia entre las parejas a resolver sus diferencias negociando y llegando a acuerdos sobre las condiciones de la ruptura. Sin embargo, existe un porcentaje relevante que no lo consigue y el conflicto se eterniza convirtiéndose en una situación contenciosa, querellante, que  acaba afectando a toda la familia.


¿De qué depende que algunas parejas puedan resolver sus crisis utilizando la comunicación, la empatía y la negociación y otras no? En éste artículo pretendemos reflexionar y  conocer  la complejidad de estas situaciones y la función de la Inteligencia emocional (IE) como elemento relevante en el desarrollo del proceso de separación y divorcio y en la consecución de un resultado exitoso.


Cabe mencionar que hay pocas investigaciones sobre la IE de los cónyuges en situaciones de separación y divorcio, así como sobre las emociones experimentadas por los miembros de la pareja en estos procesos. Por ello, creo necesario reflexionar sobre un tema que genera un elevado sufrimiento tanto a la pareja como a los hijos.


Convivir en pareja es hablar de complejidad, es hablar de sistema familiar conyugal y  parental. Convivir en pareja significa estar sujeto a una serie de influencias recíprocas entre los miembros que la conforman y con el exterior; no es una entidad estática, sino que está en constante proceso de cambio, donde la conducta de una persona afecta a la conducta de la otra y viceversa, haciéndose patente el fenómeno de la circularidad (Waztlawick 1997).


Cuando dos personas deciden unirse para iniciar un proyecto en común, se sienten “enamorados”, hay una emoción que prevalece, la alegría; también se entra en una especie de disociación -“vivir en una nube”- y aparentemente todo es “perfecto”.  Como afirman Chóliz y Gómez (2002) “las cualidades del ser querido están idealizadas, en muchos casos sobredimensionadas y la relación con esta persona se convierte en objetivo vital prioritario, por encima de muchos otros que hasta ese momento habían ocupado un puesto privilegiado en la escala de valores” (p.6)


A medida que va pasando el tiempo, y si la relación tiene continuidad, la pareja va conectando con la realidad,  y pueden ir  apareciendo, en mayor o menor medida, las diferencias. Ya no se está tan de acuerdo con según qué cosas, ya no hay el sentimiento de alegría constante, y pueden ir apareciendo, paralelamente, otras emociones como la tristeza, la rabia o el miedo ante aquellas situaciones que no gustan, que incomodan, que desilusionan, etc.  Campos y Linares (2002) consideran que se trata de una etapa en la que se empezarán a sustentar los cimientos de los acuerdos básicos como son el vínculo, la jerarquía y los proyectos fundamentales.


Las diferencias que van apareciendo en la convivencia de la pareja tienen que ver con una serie de temáticas como la comunicación, las expectativas, las necesidades de cada uno, el afecto, la organización en la convivencia, la sexualidad, el poder, etc. Así mismo, la historia familiar de ambos cónyuges trae consigo factores que pueden tener un papel importante a la hora de ir construyendo un ajuste funcional de ambos estilos conyugales. Factores como el tipo de vínculo de apego familiar, los valores, las creencias, los modelos de relación de los padres, la comunicación y expresión de los afectos, los roles complementarios o simétricos, los estilos familiares de resolución  de conflictos y de negociación, etc. Según cómo vayan encajando estos elementos cada uno de los miembros de la pareja durante la convivencia irán experimentando diferentes emociones de las que pueden o no ser consciente, darles significado y reflexionar sobre ellas, lo que les llevará a actuar de una manera u otra. Cuando no  se  logra el equilibrio entre lo  que  se  quiere  y  lo  que  se  debe  hacer se  genera  un  conflicto  interno (Porras,  2013) que  ocasiona  un  desajuste  emocional.


Con el tiempo, la pareja irá experimentando diversos acontecimientos; unos agradables y otros más difíciles. Afrontar las crisis requiere de las personas esfuerzos psicológicos y emocionales. Lazarus  y  Folkman  (1984)  afirman que  el estilo  de  afrontamiento  que  utiliza  cada  persona  depende  por una parte de  los recursos  internos como son las creencias, el temperamento, el estilo de apego, el nivel  educativo y las habilidades  sociales;  y  por otra , de los  recursos  externos que tienen que ver con el tiempo,  los medios económicos disponibles, el trabajo, los amigos y  la familia.


Todas las personas disponen de recursos cognitivos, afectivos, instrumentales y familiares que constituyen fortalezas internas, es decir, capacidades y habilidades fundamentales para resolver situaciones difíciles o las diversas crisis que se van presentando a lo largo del ciclo vital (Rivera-Heredia y Andrade, 2006). Si la pareja posee y utiliza estos recursos de forma asertiva -entendiendo asertividad como el “conjunto de conductas emitidas por una persona en un contexto interpersonal, que expresa los sentimientos, actitudes, deseos, opiniones o derechos de su persona de un modo directo, firme y honesto, respetando al mismo tiempo los sentimientos, actitudes, deseos y opiniones y derechos de la otra persona” (Alberti, 1977, p. 367-368)- los cónyuges pueden resolver sus diferencias de manera satisfactoria. La asertividad juntamente con la empatía son habilidades emocionales fundamentales de la Inteligencia Emocional no sólo para la comprensión de nuestras emociones, sino también para el manejo de ellas.  Así, la inteligencia emocional tiene una gran relevancia en las relaciones afectivas, porque a través del desarrollo de habilidades como la empatía, comprender y compartir los sentimientos, y la regulación de las emociones de una manera adecuada, se pueden lograr una solución más plena en los conflictos de pareja.


Con frecuencia la  separación  viene  precedida de una época de conflicto y desacuerdo  entre los cónyuges, marcada por un periodo más o menos prolongado de desorganización y ruptura,  en el que pueden darse o no intentos activos para resolver las dificultades. El divorcio sucede tras un tiempo en el cual uno o ambos integrantes  de la pareja se percata de que la relación no está cumpliendo alguna de las expectativas que se han ido forjando con el curso de la vida influidas por estas  emociones,  creencias  y  formas  de  ver  al  mundo (Martínez, 2006). En este sentido, Bolaños (1998) sostiene que la decisión de separarse llega cuando la pareja o uno de los cónyuges hacen balance de los costes y beneficios de la relación, evalúan aquellos elementos que pueden tender a la continuidad y aquellos que tienen que ver con la ruptura. Como factores positivos se consideran el nivel de compañerismo, el afecto y la calidad de la comunicación y como negativos la insatisfacción, el desacuerdo y el conflicto abierto.


Pero también hay parejas que, una vez realizado este balance y con una tendencia hacia la ruptura, ven obstáculos que pueden impedir la decisión (los hijos, creencias morales o religiosas, desaprobación familiar, dependencia económica, etc.), entonces puede que la pareja permanezca en un estado crónico de insatisfacción, lo que conllevaría un estado emocional inestable.


El divorcio de los cónyuges es una de las crisis más dolorosas y que genera más sufrimiento  en el  sistema  familiar, ya que implican cambios emocionales, cognitivos, sociales, familiares, económicos, etc. Esta disolución del vínculo  matrimonial se puede dar por mutuo acuerdo (separación conyugal y no parental) o como una decisión contenciosa para poner fin al vínculo emocional y legal que los unía (separación conyugal y parental).  


Si el proceso de separación o divorcio se instala en la conflictividad tendrá efectos destructivos para toda la familia.  En cambio, si las parejas, a pesar de sus diferencias y malestar, son capaces de separarse de una forma más o menos amistosa indicará  la calidad de los recursos internos y externos que posee la persona. Entre los recursos internos, cabe destacar la capacidad de negociación,  así como la gestión y regulación emocional; por tanto, la presencia de la inteligencia emocional. Según la versión original de Salovey y Mayer (1990) la Inteligencia Emocional consistiría en la habilidad para manejar o regular las emociones, establecer una distinción entre ellas  y utilizar esta información o conocimiento para encaminar los propios pensamientos y acciones.


En los procesos de separación y divorcio las emociones aparecen en toda su magnitud y es imprescindible abordarlas y elaborarlas de la mejor manera posible. "Entendiendo como emoción una experiencia afectiva intensa, pasajera, brusca y aguda que activa los diferentes subsistemas psicofísicos y proporciona energía vital, constituyendo la fuerza motivadora que guía y orienta el comportamiento humano" (Lizeretti, 2012, p. 38). Las emociones percibidas antes, durante y después a la decisión de la separación van en diferentes grados desde la rabia, tristeza, miedo y una cierta alegría en ocasiones y pueden ir apareciendo alternativamente según la contextualización del momento. Las emociones experimentadas por cada uno de los cónyuges diferirá en el tipo y la intensidad, dependiendo de si se ha tomado la decisión por mutuo acuerdo o si se ha tomado de forma unilateral; de todas maneras se puede afirmar que para el que decide este proceso no es menos doloroso. Por lo general hay mucha tristeza, miedo y sentimiento de culpa.


Hay autores que afirman que los estilos conyugales al abordar la separación no son nuevos, las pautas interaccionales son las mismas que se utilizaban en la convivencia, solo que se adaptan a esta nueva situación y se dan con diferentes niveles de intensidad. En esta línea se han identificado tres factores básicos que permiten hacer un pronóstico de la separación o divorcio: la forma en que se ha tomado la decisión, el estilo de interacción y comunicación, y la intensidad asociada al conflicto. En función de cómo cada uno gestione las diferentes emociones que experimenta en el proceso de divorcio, el manejo de la negociación, de los pactos respecto a la separación, esta podrá ser más o menos conflictiva. Si los cónyuges se  instalan en la rabia o el rencor, emociones que suelen ser las que están más presentes en una separación contenciosa, es posible que la reacción sea la venganza o el deseo de castigar al cónyuge que decidió la separación. Hay una tendencia a utilizar a los hijos para hacer daño al progenitor, muchas veces hay acusaciones y denuncias de ser malos/as padres o madres. “El rencor, la rabia es una emoción que  envilece a quién la experimenta y que genera una atmósfera malsana propiciadora de triangulaciones de los hijos” (Campos y Linares 2002). Las parejas que experimenten emociones como la rabia, el miedo, la tristeza además del malestar individual, pueden provocar disputas, tender a una escalada destructiva de las relaciones familiares; por lo tanto,  han de buscar todas las alternativas que permitan rebajar y regular estos sentimientos.


Se observa que la mayoría de parejas en un proceso contencioso presentan dificultades en el manejo adecuado de las emociones, con poca asertividad en la gestión de la relación con el ex cónyuge y los hijos. Es necesario que los miembros puedan abordar el proceso desde una intervención psicológica focalizada en lo emocional para trabajar las diferentes emociones y finalmente el duelo de la separación. Así mismo, es primordial que puedan establecer una red de apoyo en donde cada uno se sienta acompañado, comprendido y valorado. Las redes de apoyo social constituyen una de las claves centrales de la experiencia individual de identidad, bienestar, competencia y protagonismo, incluyendo los hábitos de cuidado y de salud, que mejoran la capacidad de adaptación en una crisis (Sluzki, 1996).


El  significado  que otorgan la mayoría de  las  parejas al proceso de separación y divorcio connota pérdida, ambigüedad y negatividad; perdiendo así la confianza  básica,  la  autoestima,  la  seguridad,  incluso amistades  que  se  tenían  en  común  con  la  pareja.  De ahí, la importancia de potenciar el desarrollo de los recursos emocionales y de las fortalezas personales y familiares, que ayudarán a mejorar el manejo de  las  dificultades,  potenciando la  adaptación  y  el crecimiento  positivo  de  manera  que  se  perciban  los  obstáculos  como oportunidades  (Walsh, 2004). En la misma línea Seligman  (1998) menciona que es importante buscar el equilibrio  emocional y la felicidad, y que para ello es necesario  hacer ajustes en la vida que permitan utilizar  los recursos  positivos  para  superar  las  crisis.
Para conseguir que la pareja pueda llegar a acuerdos o negociar sobre las cuestiones de su separación, previamente han de ser conscientes de las emociones que experimentan, de los significados asignados, de cómo las regulan y de los beneficios o desventajas de su actuación en función de las emociones experimentadas. Tomar conciencia de ellas llevará a una mayor comprensión de sí mismo y también a desarrollar empatía hacia las emociones de los demás, lo cual ayudará a desarrollar la habilidad para captar el clima emocional en una situación o hecho concreto. Esta toma de conciencia emocional implica establecer una conexión con el plano cognitivo mediante el cual le damos un significado y, la vez, está relacionado con la conducta o comportamiento. Estas tres dimensiones están interrelacionados constantemente y se retroalimentan entre sí. Como dice Bizquerra (2009), generalmente pensamos y nos comportamos en función de nuestro estado emocional.


Conseguir un cierto equilibrio en el clima emocional ayudará a la pareja de padres a utilizar las herramientas funcionales y adecuadas necesarias para establecer una comunicación abierta y fluida que les permita llegar a acuerdos sobre las cuestiones relativas al divorcio y sobre todo respecto a los hijos  estableciendo así una relación de cooperación y bienestar.


Silvia Macassi Sugahara. Col.  9474
Miembro del Grupo de Trabajo de Inteligencia Emocional Colegio Oficial de Psicología de Catalunya


Referencias
Alberti, R.E.  (1977)  Comments on Differentiating assertion and aggression: Some behavioral guidelines. California: Impact Publishers.
Bizquerra, R. (2009) Psicopedagogía de las emociones.  Madrid: Síntesis
Bolaños, I. (1998) Conflicto Familiar y Ruptura Matrimonial: Aspectos Psicolegales. En Marrero J.L. (Comp.) Psicología Jurídica de la familia. Madrid: Fundación Universidad Empresa, Retos Jurídicos en las Ciencias Sociales.
Campos, C. y Linares, J.L (2002).  Sobrevivir a la pareja. Barcelona: Planeta
Chóliz, M. y Gómez C. (2002) Emociones sociales  (Enamoramiento, celos, envidia y empatía) (pp. 395-418).  En Psicología de la Motivación y Emoción. Madrid: McGrawHill
Lazarus, R. & Folkman, S. (1984).  Estrés y procesos cognitivos. México: Roca.
Lizeretti, N. (2012). Terapia basada en inteligencia emocional. Manual de Tratamiento. Lleida: Milenio.
Marías, J. (2012). “Entrevista”, Wordpress, sábado 17 de marzo de 2012. [http://javiermariasblog.wordpress.com/, con acceso 20-3-12]
Martínez ,  J.  M.  (2006).  Amores  que  duran  y  duran  y  duran.  México: Pax  México.   
Porras  Quirós ,  W.  (2013).  La  implementación  de  habilidades  para  la  vida  en  el  adecuado abordaje  de  los  conflictos  en  hombres:  Una  perspectiva  desde  las  nuevas  masculinidades  Revista Electrónica Educare, 17(3), 142.
Rivera-Heredia ,  M. y Andrade ,  P.  (2006).  Recursos  individuales  y  familiares  que protegen  al  adolescente  del  intento  suicida.  Revista  Intercontinental  de  Psicología y Educación,  8  (2) 23-40.
Salovey , P.,& Mayer , J. (1990) Emotional Intelligence. Imagination, Cognition, and Personality, 9, 185-211
Seligman, M. (1998). Aprenda optimismo: haga de la vida una experiencia maravillosa. México: Grijalbo,.
Sluzki, G. (2004). La red social: frontera de la práctica sistémica. Barcelona: Gedisa.
Walsh , F. (2004). Resilencia Familiar: estrategias para su fortalecimiento. Buenos Aires: Amorrortu.
Watzlawick , P.; Beavin , J. y Jackson , D. (1997). Teoría de la comunicación humana. Barcelona: Herder (11ª edición castellana).