¿QUÉ RELACIÓN EXISTE ENTRE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL Y LA EMPATÍA?

Por Juani Mesa Expósito

Dra. en Psicología y miembro del Grupo de Trabajo en

Inteligencia Emocional del COPC

 

            Llevamos años investigando y trabajando el concepto de Inteligencia Emocional  (IE)  en nuestro Grupo de Trabajo, concretamente desde el modelo de John Mayer y Peter Salovey, profesores de la Universidad de Yale. Estos autores definen la IE como “la habilidad para percibir, valorar y expresar emociones con exactitud, la habilidad para acceder y/o generar sentimientos que faciliten el pensamiento; la habilidad para comprender emociones y el conocimiento emocional y la habilidad para regular las emociones facilitando un crecimiento emocional e intelectual.” Estas habilidades, siguen una secuencia jerárquica desde los procesos psicológicos más básicos hasta los más complejos, a saber:

1. Percepción, evaluación y expresión de las emociones: Se refiere al grado en el que las personas son capaces de identificar sus estados emocionales y el de los demás, atendiendo a aspectos físicos y cognitivos. La capacidad de expresar las emociones y sentimientos percibidos en uno mismo y en los demás, de forma correcta y en el momento adecuado. Y la facultad para reconocer la sinceridad de las emociones expresadas por los demás.

2. La habilidad para acceder y/o generar sentimientos que faciliten el pensamiento: Las emociones actúan sobre el modo de procesar la información, modelan el pensamiento dirigiendo la atención hacia aquella información más significativa e importante para el sujeto, que posteriormente podrá desembocar en un tipo u otro de acción más o menos creativa y/o eficaz.

3. La habilidad para comprender emociones: Esta habilidad corresponde al conocimiento emocional, por medio del cual comprendemos y etiquetamos las emociones.

4. La habilidad para regular las emociones: Este cuarto y último nivel es el más complejo y trata de gestionar o regular las emociones adecuadamente y conseguir que las agradables se mantengan o aumenten, minimizando o moderando las desagradables.

La IE tiene una vertiente intrapersonal, que incluye: la percepción y expresión adecuada de las propias emociones, la conciencia y comprensión emocional y la autorregulación de las emociones, y otra vertiente interpersonal que supone percibir adecuadamente la expresión emocional de los demás, saber si mienten o no, relacionarse adecuadamente con los demás (habilidades sociales) teniendo en cuenta cómo piensan y se sienten (empatía).

Precisamente a esta última, la empatía, dedicaremos este artículo; a conocer sus características y su papel dentro de la inteligencia emocional, así como sus implicaciones en  el ajuste emocional y social.

En general, se considera que la empatía tiene fundamentalmente dos aspectos: uno cognitivo y otro emocional. La empatía cognitiva (o toma de perspectiva), es la capacidad de ponernos en el lugar de otra persona: de comprenderla. Esta capacidad se aplica a las relaciones reales y también a las no reales (fantasía) como cuando vemos películas, leemos una novela, etc y nos identificamos con los personajes.

La empatía emocional o simpatía (o preocupación empática) es la capacidad de sintonizar con los sentimientos o preocupaciones de la otra persona. Eso puede generar sentimientos de preocupación y tristeza ante la necesidad de la otra persona. Pero también de alegría y entusiasmo ante lo que se nos está contando.

La empatía no se encuentra en una parte determinada ni especializada del cerebro, sino en todas y las responsables son las neuronas espejo.

El psicólogo y periodista Daniel Goleman por su parte, señala que la empatía forma parte de la Inteligencia Social  y que tiene dos elementos: la conciencia social (lo que sentimos sobre los demás) y la aptitud social (lo que hacemos con esa conciencia social). Dentro de  la conciencia social, se encuentra:

          La Empatía primordial: sentir lo que sienten los demás (señales no verbales).

          La Sintonía: escucha activa para conectar con el otro.

          La Exactitud empática: comprender los pensamientos, sentimientos e intenciones de los demás.

          La Cognición social: entender el funcionamiento social, es decir, leer y comprender adecuadamente las situaciones sociales para saber cómo actuar.

 

Respecto a la aptitud social, Goleman identifica:

          La Sincronía: relacionarse fácilmente a nivel no-verbal.

          La Presentación de uno mismo: saber presentarse a los demás.

          La Influencia: dar forma adecuada a las interacciones sociales.

          El Interés por los demás; interesarse por las necesidades de los demás y actuar en consecuencia.

 

Por otra parte y desde nuestra experiencia profesional creemos que existe un tercer elemento que da sentido y hace “visible” a la empatía, y es el comportamiento prosocial. Es decir, si al estar con alguien somos capaces de observar adecuadamente qué siente, cómo se siente y porqué se siente anímicamente así, la consecuencia a este razonamiento cognitivo y emocional es actuar. ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Cómo puedo ayudarte? El comportamiento prosocial supone compartir, colaborar, consolar y ofrecer ayuda a los demás.

Igual que la empatía, el comportamiento prosocial hay que enseñarlo, practicarlo  y reforzarlo desde la niñez. Y eso supone trabajar los valores que expresan ese movimiento interno que suscitó el comprender y sintonizar con la otra persona, si no, la empatía es algo pobre. Este es el planteamiento del psicólogo cognitivo Paul Bloom profesor de la Universidad de Yale y que entre otras cosas afirma que podemos tener más de la empatía cognitiva y poco de la emocional o al revés. O que incluso, estímulos externos pueden producir involuntariamente la empatía emocional. Bloom pone el acento en la importancia de educar los valores que deben acompañar a la empatía tanto cognitiva como la emocional, pues según sus investigaciones, nuestra empatía está sesgada.

Bloom afirma que se siente más fácilmente empatía por las personas atractivas y por aquellas con las que tenemos características comunes como la misma lengua,  el mismo origen étnico o nacionalidad. Además la empatía es “insensible” a las cifras y estadísticas, a los grupos grandes, a lo general y global, de ahí que la imagen de un niño europeo herido sea más efectiva (activa nuestra empatía con más facilidad), que ver un campo de refugiados de un millón de personas africanas.

Y de ahí también la importancia de darle más contenido a la empatía con los grandes valores universales: igualdad, fraternidad, justicia, libertad, respeto, compasión, etc. Bloom destaca la importancia de los aspectos cognitivos y cómo se expresan en el comportamiento, más incluso que los emocionales, pues según afirma podríamos terminar llorando con los demás, sintiendo su misma impotencia y sin hacer nada por ayudarles.

Por otra parte y centrándonos en la evaluación de la empatía, encontramos el cuestionario IRI que se conoce por sus siglas en inglés (Interpersonal Reactivity Index de Davis,1980) que  ha sido adaptado a población española adulta por Pérez-Albéniz, De Paúl, Etxeberría, Montes y Torres (2003) y que puede resultar  muy útil en el ámbito clínico y de la investigación.

El IRI está formado por 4 dimensiones que a su vez tienen 7 ítems. Las dimensiones son:

1.      Fantasía: identificarse con personajes ficticios que aparecen en la televisión, películas o novelas.

2.      Toma de perspectiva. Es la parte más cognitiva de la empatía.

3.      Preocupación empática. Es experimentar compasión por los demás.

4.   Malestar personal. Las personas experimentan sentimientos de incomodidad y estrés cuando son testigos de experiencias negativas o desagradables que les pasan a otros.

Entrando de pleno en el campo de la investigación, existen muchos trabajos  que relacionan la inteligencia emocional percibida (la estudiada a través de autoinformes) con la empatía cognitiva y emocional, donde queda patente que las niñas y mujeres tienen más inteligencia emocional y más empatía que los niños y varones, sea a la edad que sea.

En esta línea, Nancy Einsenberg, profesora de Psicología de la Universidad de Arizona  ha encontrado a lo largo de diferentes investigaciones que existe  una relación positiva entre la regulación emocional y la empatía, especialmente en la infancia y que se da una relación negativa entre malestar personal y regulación en adultos.

Por otra parte,  Maite Garaigordobil y Patricia García profesoras de Psicología de la Universidad del País Vasco señalan que desde la infancia las niñas obtienen mejores puntuaciones en empatía que los niños. También constatan que a más empatía más conductas sociales positivas; más prosocialidad, mejor autoestima, más asertividad, consideración, autocontrol, estabilidad emocional, liderazgo y creatividad. Estas autoras explican que las diferencias de puntuaciones tan significativas encontradas entre ambos géneros se deben a las pautas de crianza y estilos educativos que reciben de forma diferenciada las niñas y niños, orientando a las niñas más que a los niños para que establezcan relaciones interpersonales cálidas y prosociales.

En el Departamento de Psicología Evolutiva de la Universidad de Alicante, el equipo de Raquel Gilar, investigó la relación entre la competencia social, la inteligencia emocional y la empatía, encontrando que existía una relación entre estos tres conceptos desde la infancia que favorecía el ajuste emocional y social, especialmente en el ámbito escolar. Concretamente, observaron que la educación emocional favorecía la competencia social y la mejora en la resolución de conflictos en adolescentes aumentando la concentración, la motivación intrínseca y reduciendo el estrés.

Otra investigación dirigida por Vicenta Mestre profesora de Psicología en la Universitat de Valencia, también halló que las mujeres son más empáticas que los varones y que la empatía es el factor modulador entre la inteligencia emocional y la conducta prosocial. De hecho afirman que para estudiar la conducta moral es necesario incluir la regulación emocional y la empatía. Encontraron que la conducta prosocial, unida a la empatía y al autocontrol de la ira, disminuía la agresividad y que, a más empatía aparecen más conductas prosociales. También encontraron que a menos edad más agresividad.

En el ámbito de la salud mental y desde el Centro de Investigación y Desarrollo de la IE (CIDIE), coordinado por la profesora de la Facultad de Psicología, Ciencias de la Educación y del Deporte Blanquerna de la Universitat Ramon Llull, Nathalie P. Lizeretti, realizaron una investigación sobre inteligencia emocional y empatía en pacientes con psicopatologías clínicas encontrando que estas personas tienen puntuaciones más bajas que la población no clínica en inteligencia emocional percibida. Especialmente puntuaron significativamente bajo en claridad, toma de perspectiva y reparación emocional y más alto en malestar personal. A pesar de estos resultados también se observó que en estas personas no estaba afectada su capacidad para sentir preocupación empática por los demás. Es decir, aunque una persona con una psicopatología no pueda reparar su propio estado emocional sí es capaz de atender y comprender los estados de ánimos de otras  personas.

El estudio de la IE y de todos sus componentes, abre un campo de posibilidades casi ilimitado tanto a la investigación como a la intervención. Respecto a la investigación, porque la información que nos proporciona puede hacer que se conozca su funcionamiento con exactitud, en todos sus niveles: evolutivo, psicológico y cerebral; comprendiendo las patologías, construyendo nuevos instrumentos de evaluación, etc.

En el campo de la intervención, toda la información que nos llega gracias a la investigación podrá desarrollar líneas evolutivas y educativas de estimulación de la IE y la empatía, resolviendo las diferencias educativas debido al género, implementando programas educativos y preventivos (evaluados seriamente) en las aulas desde la educación infantil hasta la secundaria.

En el ámbito clínico, podrá aliviar el sufrimiento de tantas personas que no manejan adecuadamente su mundo emocional ni sus relaciones. Tal vez el mal endémico y al mismo tiempo evitable de nuestra sociedad, la depresión, desaparezca.

Tal vez haya menos delincuencia y menos drogodependencia, si hay más educación de la inteligencia emocional, desde la infancia hasta la vida adulta pues repercutiría en más empatía y mejores relaciones interpersonales porque… ¿quién querría voluntaria y conscientemente ser una persona infeliz, violentar a otro ser humano o estar siempre metido en conflictos? ¿Quién elegirá hacerle daño a otra persona después de comprender sus ideas, preocupaciones y sentimientos?

 Tal vez en las familias, en las empresas y en cualquier  colectivo humano se funcionaría  de una manera más respetuosa procurando un bienestar emocional y social, que reflejara el haber vivido desde la infancia, una buena gestión de las emociones, un uso prosocial de la empatía y una adecuada educación en valores éticos  Es decir, seguir la regla de oro: tratar al otro como me gustaría que me trataran a mí (o a alguien que me importa).

Tal vez los políticos se sumen a practicar la empatía y la inteligencia emocional y así de una vez por todas respeten a su ciudadanía, se pongan en nuestro lugar cognitiva, emocional y prosocialmente y trabajen para construir una sociedad más justa, igualitaria y libre.

Soñar siempre es posible, ¿por qué no hacerlo también aquí?

 


BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

 

Alicia Pérez-Albéniz, A., De Paúl,J.,  Etxeberría,J.,  Montes, M., y  Torres, E. (2003) Adaptación de Interpersonal Reactivity Index (IRI) al español. Psicothema .Vol. 15, nº 2, pp. 267-272.

Almirón, E., Rodríguez, A, Lizeretti, N., García, N. y Cinto, M. M. Inteligencia emocional y empatía en población clínica. Centro de investigación y desarrollo de la inteligencia emocional, CIDIE.

Bloom, P. (2014). Against Empathy http://bostonreview.net/forum/paul-bloom-against-empathy [consulta realizada 4 enero 2016]

Eisenberg, N. y Lennon, R. (1983). Sex differences in empathy and related capacities. Psychological Bulletin, 94, 100-131.

Eisenberg, N. y Miller, P.A. (1987). The relation of empathy to prosocial and related behaviors. Psychological Bulletin, 101 (1), 91-119.

Garaigordobil, M. y García, P.  (2006). Empatía en niños de 10 a 12 años. Psicothema. Vol. 18, nº 2, pp. 180-186.

Gilar, R.,  Miñano, P.,  Castejón, J (2008). Inteligencia emocional y empatía: su influencia en la competencia social  en ESO. Summa Psicológica. Vol 5, nº 1, 21-32

implications (pp.3-31). New York: Basic Books.

Lizeretti, N. P., Vázquez, M. & Gimeno-Bayón, A. (2014). Emotional intelligence and personality in anxiety disorders. The Scientific World. Avances in Psychiatry, vol. 2014, Article ID 968359, DOI: 10.1155/2014/968359.

Lizeretti, N., Rodríguez, A. (2011). La inteligencia emocional y la salud mental. Una revisión. Ansiedad y Estrés 17(2-3) 233-253.

Mayer, J. D., & Salovey, P. (1997). What is Emotional Intelligence? En P. Salovey y D.J. Sluyter (Eds.), Emotional development and emotional intelligence educationalimplications (pp.3-31). New York: Basic Books.

Mayer, J. D., Caruso, D. & Salovey, P. (1999). Emotional intelligence meets traditionalstandards for an intelligence. Intelligence, 27, 267-298.