PREOCUPACIÓN Y RUMIACIÓN DISFUNCIONALES:  UN ENFOQUE DESDE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

Gloria González Joseph nº col. 10.312

Nathalie P. Lizeretti nºcol. 14.081

Grupo de trabajo en Inteligencia Emocional

“Soy un hombre muy viejo que ha sufrido muchos infortunios, muchos de los cuales no han ocurrido nunca” MarK Twain.

 

La preocupación y la rumiación, cuando son patológicas, constituyen una gran fuente de malestar y son centrales en muchos problemas psicológicos, especialmente, en los trastornos de ansiedad y depresión. En los últimos años, algunos modelos explicativos entienden la preocupación y la rumiación como intentos de regulación emocional. Desde el modelo de Inteligencia Emocional propuesto por Salovey y Mayer (1990), las habilidades emocionales (percepción emocional, facilitación emocional de los pensamientos, comprensión y regulación emocional) facilitan el pensamiento efectivo, y ciertas dificultades en estas habilidades, tal como se observa en las investigaciones, se relacionarían con respuestas de tipo rumiativo. Esta perspectiva nos ofrece una mayor comprensión y orientación en la intervención sobre la preocupación y la rumiación disfuncionales.

 

La Preocupación y la Rumiación

Se calcula que a lo largo del día podemos llegar a tener unos 60.000 pensamientos. Buena parte de ellos tratan sobre nuestro día a día, las dificultades o los problemas que tenemos o podemos llegar a tener. Pretendemos, casi sin saberlo, que al pensar y preocuparnos por las cosas hallaremos una solución o estaremos más preparados ante posibles situaciones futuras.

Borkovec, Robinson, Pruzinsky y Depree (1983) definen la preocupación como “una cadena de pensamientos e imágenes cargadas de afecto negativo y relativamente incontrolables que representan un intento por implicarse en la resolución mental de un asunto, cuyos resultados futuros son inciertos, pero contienen la posibilidad de uno o más resultados negativos”.

Entonces podríamos decir que la preocupación es un fenómeno habitual y funcional que intenta acercarnos a encontrar y planificar soluciones a nuestros problemas. Aunque, a veces, empezamos a pensar de forma excesiva e incontrolable sobre nuestros problemas, ya sean grandes o pequeños, y otras por hechos inexistentes. Por lo que con frecuencia quedamos atrapados en un sinfín de pensamientos circulares y bucles inacabables que más que acercarnos a una solución nos alejan de ella, generándonos gran malestar e interfiriendo en nuestro funcionamiento. Este tipo de preocupación problemática o patológica, a diferencia de la adaptativa, se caracteriza por ser más frecuente, duradera y desproporcionada, se asocia a niveles más altos de ansiedad y su contenido es más vago y abstracto, cambiando de una preocupación a otra con mucha facilidad y rapidez (Newman, Llera, Erickson, Przeworski y Castonguay 2013).

El concepto de preocupación se relaciona ampliamente al de rumia (Fresco, Frankel, Mennin, Turk y Heimberg, 2002). Nolen-Hoeksema y su equipo han realizado varios estudios en este sentido, ellos afirman que la rumia y la preocupación son similares ya que ambas son formas de pensamiento repetitivo, autocentrado, de tipo general, asociados a una falta de flexibilidad cognitiva para cambiar la atención de estímulos negativos. 

La rumiación se puede entender como una forma disfuncional de orientar la atención y se refiere a la focalización repetitiva y pasiva de la atención y el pensamiento en lo negativo y las características amenazantes de una situación estresante.  Constituye una forma de perseverancia rígida opuesta a la acomodación flexible (Skinner, Edge, Altman y Sherwood, 2003).

Aunque puede parecer que la rumiación es en general, disfuncional, también hay ocasiones en las que es un proceso deliberado y reflexivo. En estas ocasiones, puede ayudarnos a elaborar y comprender vivencias siendo un proceso fundamental en el cambio de las creencias y esquemas cognitivos ante eventos adversos (Cann, Calhoun, Tedeschi, Triplett, Vishnevky y Lindstrom, 2011). 

En este sentido, Hervás (2008) en una adaptación al castellano de la Escala de Respuestas Rumiativas (RRS) hace referencia a dos factores en la rumiación; uno adaptativo, la tendencia a reflexionar (reflection), y otro perjudicial, la tendencia a realizar reproches (brooding).

También es importante, considerar las diferencias que existen entre rumia y preocupación. Así, por ejemplo, la preocupación alude a cadenas de pensamientos sobre eventos negativos situados en el futuro, mientras que la rumiación se orienta hacia el pasado (Fresco et al., 2002). La preocupación tiene como objetivo anticipar las consecuencias de situaciones inciertas, mientras que la rumia busca dar sentido a acontecimientos vividos (Nolen-Hoesksema, Wisco y Lyubomirsky, 2008).

En resumen, podemos decir que preocupación y rumia, son procesos cognitivos relacionados con sus similitudes y diferencias, que pueden tener una funcionalidad adaptativa cuando son voluntarios, reflexivos y nos aportan soluciones o reevaluaciones más ajustadas de los problemas. Pero que también pueden ser disfuncionales cuando son improductivos, repetitivos, incontrolables y centran la atención de forma rígida en lo negativo.

 

Preocupación y Rumia en los trastornos psicológicos

En relación a esta disfuncionalidad, la preocupación y la rumia generan en la persona que las sufre un gran malestar que se ha asociado con muchos trastornos psicológicos. Por ejemplo, la preocupación es frecuente en todos los trastornos de ansiedad (Barlow, 1988). A nivel emocional se podría entender, como un miedo profundo a un futuro incierto, que se expresa de diferentes maneras según el trastorno. Por ejemplo, en el trastorno de pánico “y si tengo otro ataque…”, en la ansiedad social “y si hago el ridículo…”, en el trastorno obsesivo compulsivo “y si me contamino…”. La preocupación es especialmente central en el trastorno de Ansiedad generalizada (TAG), donde la persona se preocupa excesivamente por una gran variedad de temas, incluso, por el hecho mismo de estar preocupado.

A su vez, la rumiación es muy característica entre las personas deprimidas, en las que aparece una gran necesidad de comprender el porqué de su situación. Así Nolen-Hoeksema habla de rumiación depresiva y la define como "los pensamientos repetitivos sobre el hecho de que uno está deprimido, en los síntomas depresivos y en las causas, significados y consecuencias de estos síntomas" (Nolen-Hoeksema y Morrow, 1991, p. 119).   

Aunque, en líneas generales, los estudios se han centrado más en el papel que la preocupación tiene en la ansiedad y la rumiación en la depresión, en la práctica clínica se divisa una línea difusa, dada la elevada comorbilidad existente entre ansiedad y depresión, encontrándose tanto la preocupación como la rumiación en ambos trastornos y simultáneamente.

Lo que sí es innegable, es el peso que la preocupación patológica y la rumiación negativa tienen en el desarrollo y mantenimiento de síntomas y trastornos emocionales, especialmente sobre los trastornos depresivos y ansiosos (Abela y Hankin, 2009; Fresco, et al., 2002; Hankin, 2008), que son precisamente los trastornos emocionales más prevalentes (Cano-Vindel, 2011). Es por ello que, a lo largo del tiempo, dentro de la psicología han surgido múltiples modelos y teorías explicativas que tratan de entender y abordar la preocupación y la rumia disfuncionales. 

 

Preocupación y Rumia como intentos ineficaces de Regulación Emocional

En los últimos años, una línea de estudio en relación a la preocupación y la rumiación es la que los considera como intentos de regulación emocional (RE en adelante). La RE está tomando una gran relevancia porque se considera que una RE inefectiva estaría relacionada con el desarrollo y mantenimiento del 75% de las categorías diagnosticas del DSM-IV TR (Kring y Werner, 2004). De hecho, se ha considerado los problemas de RE como un factor transdiagnóstico que estaría en la base de diferentes trastornos mentales (Barlow, Allen y Choate, 2004).

Aunque existen muchas maneras de regular las emociones se ha observado que los procesos cognitivos implicados durante un episodio emocional tienen un papel clave (Garnefski y Kraaij, 2006 ). Además de la rumiación y la preocupación, la distracción, la aceptación, la reevaluación positiva, focalizarse en la solución, autoculparse…, entre otras, serían también estrategias cognitivas de RE.

Pero… ¿Qué entendemos por RE? La RE ha sido abordada y definida de maneras muy diferentes. Una de las principales definiciones es la que proponen Peter Salovey y John Mayer dentro de su modelo de Inteligencia Emocional (IE).

Salovey y Mayer fueron los primeros autores en utilizar el concepto de IE en 1990. Estos autores proponen un modelo de procesamiento de la información emocional que se estructura en torno a cuatro habilidades básicas: “la habilidad para percibir, valorar y expresar emociones con exactitud, la habilidad para acceder y/o generar sentimientos que faciliten el pensamiento; la habilidad para comprender emociones y el conocimiento emocional y la habilidad para regular las emociones promoviendo un crecimiento emocional e intelectual” (Mayer y Salovey, 1997, p.10).

Estas habilidades tienen una relación jerárquica entre sí, de manera que van en orden ascendente de complejidad y son necesarios cada uno de los niveles anteriores para poder elaborar adecuadamente el siguiente. La regulación emocional es pues el nivel más complejo y se considera una dimensión fundamental (Gross y John, 2002; Mayer y Salovey, 1997).

Desde este modelo la RE se entiende como: la habilidad para manejar las emociones propias y ajenas, moderando las negativas e intensificando las positivas sin reprimir ni exagerar la información que comunican (Mayer y Salovey, 1997). Regular eficazmente una emoción presupone haberla identificado a nivel cognitivo, corporal y afectivo, haber tomado conciencia de sus implicaciones y comprender su significado (Lizeretti, 2012, p. 69-70).

Así podríamos decir que la preocupación y la rumiación, como estrategias cognitivas de RE, serían un intento activo para modificar nuestra experiencia emocional o la de otros a través del pensamiento para conseguir hacer frente a una situación o cubrir una necesidad. Sin embargo, aunque no podemos afirmar que hay estrategias que sean total y universalmente buenas o malas (ya que se tendría que tener en cuenta el contexto, la emoción a regular y otras variables que influyen en la adecuación o no de la estrategia utilizada) cuando se considera la preocupación y la rumiación la mayoría de los estudios coinciden en que son formas ineficaces de regular las emociones.  Y cuando algunos estudios, como el de Páez, Martínez, Sevillano, Mendiburo, y Campos, (2012), han encontrado una asociación entre mejora afectiva y rumiación, es porque se ha considerado la rumiación como reflexión y reevaluación. Tal como apuntan Rusting y Nolen-Hoeksema (1998) la rumiación promueve la focalización de la atención en los aspectos negativos de los eventos, y en este sentido contribuye a perpetuar la emocionalidad negativa.

 

Déficits en Inteligencia Emocional asociados a Rumiación y Preocupación

Siguiendo el modelo de Salovey y Mayer, se podría entender que cuando acabamos utilizando procesos cognitivos ineficaces como la rumiación y la preocupación para regular emociones, puede ser debido a dificultades en algunas de las habilidades emocionales de IE. De manera que, en lugar de facilitar desde la emoción un pensamiento efectivo y funcional, que nos permita regularnos, acabamos perdidos en procesos cognitivos improductivos, repetitivos, incontrolables y centrados en lo negativo. Así, Hervás y Vázquez (2006) hablan de los precursores emocionales de las respuestas rumiativas.

En este sentido la IE se considera una habilidad centrada en el procesamiento de la información emocional que integra las emociones con el razonamiento, lo que facilita un razonamiento más efectivo y por tanto, pensar de una forma más inteligente sobre nuestras vivencias y experiencias.

En la mayoría de estudios realizados se ha utilizado como instrumento de evaluación de la IE el TMMS (Trait Meta-Mood Scale; Salovey, Mayer, Goldman, Turvey y Palfai, 1995). Esta escala, tal como explica Lizeretti (2012, p. 72-73), es un autoinforme que evalúa el meta-conocimiento que tienen las personas de sus estados de ánimo o lo que se conoce como inteligencia emocional percibida (IEP). Es decir, la percepción que tienen las personas sobre sus propias habilidades emocionales y sus actitudes emocionales más que los niveles reales de habilidad. Y lo hace a través de tres subescalas:

1-Atención a las emociones: evalúa si la persona presta atención a sus emociones y si se percibe capaz de sentir y expresar los sentimientos de forma adecuada.

2-Claridad emocional: indica si la persona comprende bien sus estados emocionales y si es capaz de discriminar entre ellos

3-Reparación de emociones: evalúa si la persona se considera hábil para reparar correctamente sus estados emocionales desagradables e implica la capacidad de cambiar estas experiencias emocionales por otras más positivas y la de prolongar los estados de ánimo agradables.

Pues bien, los estudios muestran que las personas con una mayor atención hacia las emociones y una menor claridad emocional son más proclives a responder de forma rumiativa (Hervás et al., 2006; Salovey, Mayer, Goldman, Turvey y Palfai, 1995 citado en Hervás, 2008).

La atención emocional ha mostrado tener relaciones negativas con distintas medidas de bienestar y satisfacción (Costa, Ripoll, Sánchez, Carvalho, 2013; Vergara, Alonso-Alberca, San-Juan, Aldas, Vozmediano, 2015). En los baremos del TMMS tanto las puntuaciones altas como las bajas en atención emocional se interpretan como algo negativo, lo óptimo son aquellas puntuaciones medias. En cuanto a la rumiación parece que hay una asociación entre prestar demasiada atención a las emociones y rumiar (Salovey, Bedell, Detweiler, Mayer, 1999; Folkman y Moskowitz, 2004). Así pues, cuando atendemos demasiado a las emociones en lugar de promover un razonamiento efectivo se facilitan respuestas cognitivas poco eficaces de tipo rumiativo.

En cambio, la claridad emocional y la reparación emocional se relacionan positivamente con el bienestar, especialmente la claridad (Zeidner, Matthews y Roberts, 2012). En los baremos del TMMS las puntuaciones altas en claridad y reparación emocional se interpretan como algo positivo. En relación a la rumiación, se ha observado que cuando la claridad emocional es baja y no comprendemos nuestras emociones ni discriminamos entre ellas, y la reparación emocional (que requiere un nivel previo adecuado de diferenciación emocional) es también baja nuestros pensamientos se pueden tornar poco eficaces y más proclives a la rumiación. En este sentido, Hervás et al. (2006) afirman que una deficiente capacidad para percibir las emociones, así como una baja capacidad para reparar estados negativos podrían favorecer el mantenimiento o incluso la intensificación de las respuestas rumiativas.

En conclusión, los estudios apuntan que las respuestas de tipo rumiativo se relacionan con dificultades en las habilidades de IE, ya sea por exceso de atención emocional y/o por déficit de claridad y reparación emocional.  Y es que la IE es una habilidad que integra las emociones y el razonamiento, facilitando un razonamiento efectivo y un modo de pensar más inteligente ante situaciones problemáticas (Mayer y Salovey, 1997). Cabe pensar entonces, que una baja inteligencia emocional se relacione con pensamientos improductivos y repetitivos como son la rumiación y la preocupación. Y aunque, todavía es necesario seguir investigando muchos más aspectos de esta relación entre la IE y las respuestas rumiativas, los datos de los que se disponen hasta ahora ponen de relieve la necesidad de introducir la IE y el trabajo con las habilidades emocionales en los tratamientos de la preocupación patológica y la rumiación negativa.

 

Referencias Bibliográficas

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