Intervención domiciliaria y
comunicación
familiar en pacientes psicóticos
Gomis, O., Palma, C., y Farriols, N.
Introducción
La intervención
domiciliaria ya se
empezó a realizar
alrededor de los años 60 [1]. Desde entonces, hay muchos
estudios en diferentes
países que han optado por intervenir en el domicilio del
paciente, para llevar
a cabo una intervención precoz de la psicosis [2], en
momentos de crisis para
realizar una terapia psicológica [3-6]. Esta terapia no
sólo se realiza de
forma individual con el paciente sino que también se incluye
a la familia. Un
modelo finlandés conocido como el Open Dialogue [7, 8], fue
el pionero en
empezar a incluir la figura del psicólogo de forma
constante. Se están
realizando otras intervenciones en varios países,
que abarcan desde la figura del PSI (Programa de Seguimiento
Individualizado),
liderado por enfermeras acompañadas de psiquiatras, hasta la
Terapia Asertiva
Comunitaria (TAC) diseñada
para combatir el fenómeno
de la puerta giratoria (que consiste en la alta reincidencia observada
en
aquellos pacientes que habían sido dados de alta de los
hospitales
psiquiátricos) así
como para mejorar
la calidad de vida de las personas con trastorno mental severo [9].
Después
de realizar una revisión sistemática [10] para
estudiar qué tipo de
intervenciones se llevaban a cabo para pacientes psicóticos
que fueran
resistentes a tratamiento, surge la necesidad de proponer una
intervención
psicológica conocida bajo el nombre de PSICODOM, tanto para
el paciente como
para su familia, en un contexto domiciliario.
Hay que
tener en cuenta que los pacientes con esquizofrenia, en
general, no llegan a conseguir nunca una autosuficiencia tanto personal
como
económica y en consecuencia la familia es quien tiene que
cuidar de ellos [10].
Por este motivo, una vez se estabiliza la fase aguda del episodio, la
convivencia familiar tendrá que crearse o mantenerse como un
hábito para toda
la vida [11].
La
intervención PSICODOM, es realizada por el
equipo de trastorno mental severo del Centro de Salud Mental de Adultos
(CSMA) del
Hospital de Mataró
(Barcelona) y gira entorno a la
figura del psicólogo que es acompañado en
diversas ocasiones por
un trabajador social, enfermera PSI o psiquiatra.
El
presente capítulo se centrará en las experiencias
vividas después de más de dos años
de intervención domiciliaria con
el programa PSICODOM en relación a la
intervención familiar: las expectativas
que tiene la familia frente la recuperación del paciente, la
comunicación
percibida y la Emoción Expresada y las dificultades de
adherencia y
participación activa de la familia en la intervención.
1.
Expectativas que
tiene la familia frente la recuperación del paciente
según su
tipología.
Según la
tipología de familia con la que trabajamos, nos encontramos
con diferentes
formas de reaccionar así como diferentes expectativas que
tienen frente a la
recuperación del paciente. A continuación se
desglosan los diferentes tipos de
familias con los que se ha intervenido a lo largo de estos
años en el programa
PSICODOM: parejas que conviven, parejas con hijo/s, padres con uno (o
más)
hijo/s o madre/padre cuidador de un hijo.
Si son
parejas que conviven en el domicilio, pueden generarse diferentes tipos
de
relaciones en función de si los dos miembros de la pareja
sufren un trastorno
mental severo así como el momento en que han tenido el
primer brote psicótico;
asimismo si la pareja se constituyó antes o
después de que se desencadenara la
enfermedad. En parejas jóvenes podemos encontrar una
tendencia a la
normalización de la situación, existan o no
conductas desadaptativas. En estos
casos, el deseo de ampliar la familia con descendencia es bastante
frecuente.
Este deseo puede estar distorsionado por la falsa creencia de que hay
estabilidad en la pareja y de que su funcionamiento es adecuado, o bien
de que
la llegada de los hijos mejorará las rutinas y la
adquisición de
responsabilidades de forma autónoma.
A veces
son habituales las parejas en las que un miembro presenta
algún trastorno del
espectro psicótico y, el otro, algún trastorno
grave de la personalidad. En
esta situación, las dinámicas relacionales se
complican más. Es importante
trabajar el deseo y/o necesidad que tienen de acrecentar la familia con
un
hijo, para ser conscientes de cuáles son los
límites de cada uno y de las
expectativas que ponen frente a la crianza de éste
niño/a. Será importante
trabajar también lo que comporta tener un hijo y en caso de
que tomen la decisión
pese a toda la información que se les ofrece,
acompañar en el proceso y a lo
largo de la crianza del niño/a. Es recomendable en estos
casos realizar una
buena evaluación de la red primaria de soporte de la pareja
(padres, hermanos
etc.) e incluirlos en el acompañamiento. Que la red primaria
de apoyo tenga
soporte profesional será de vital importancia para que
puedan prestarse a las
necesidades de la nueva familia de una forma saludable y adaptativa.
Si se
trata de unos padres que tienen más de un hijo, y uno de
estos hijos tiene una
enfermedad mental, nos podemos encontrar con diferentes vinculaciones
entre
hermanos y paterno-filiales en función del papel que tenga
cada uno dentro de
la familia. Se puede dar el caso de rechazo por parte de los hermanos;
o bien
algún hermano sano que tenga un papel activo en ayudar al
paciente a su
recuperación. Es muy habitual que el rol de
los hermanos sobrepase las responsabilidades que se consideran
adecuadas dándose
un fenómeno de
“parentalización”, en los que los roles
están invertidos; es
decir hermanos que suplen la función de padres.
Será importante incluir a los
hermanos en la intervención dependiendo del papel activo o
secundario que
tengan en relación al paciente. La experiencia nos ha
ofrecido dos prototipos
de rol. Por un lado, el hermano sano que observa las dificultades
parentales de
los padres y sin querer los desconfirma invalidando sus mensajes y
asumiendo el
rol paternal. El otro prototipo, corresponde al hermano sano que
observa las
mismas dificultades y contiene sus necesidades hasta desvincularse
parcialmente
de la familia para poder cubrirlas. En ambos casos, el hermano sano está teniendo
un rol que favorece la
triangulación desconfirmadora y, por tanto,
sostiene la dialéctica disfuncional [12].
Generalmente
la relación entre hermanos se verá influenciada
por la historia anterior
psicopatológica del paciente que habrá
desencadenado enfrentamientos y
tensiones en la familia, promoviendo muchas veces el abandono del
domicilio de
algunos miembros.
En el
caso de que la madre sea la cuidadora principal del hijo/a con
trastorno mental
severo (se ha demostrado que el rol de cuidador
normalmente lo adquiere la madre un 52.6% de las veces [11]), es habitual que este rol
mantenga cierta rigidez en
las relaciones familiares y encontrarnos con dificultades de aportar
cambios en
el sistema. Este rol suele favorecer relaciones de co-dependencia entre
madre y
paciente. Esta co-dependencia, la mayoría de veces
está mantenida por dobles
mensajes en la comunicación emocional. Un ejemplo claro se
observa a menudo en
el trabajo con la autonomía del paciente, en el que el
cuidador principal
verbaliza deseos de autonomía, pero las acciones de
acompañamiento la están
boicoteando.
En muchas ocasiones se observa también una elevada
Emoción Expresada, sobretodo
en cuanto a sobreprotección y criticismo.
Cabe aclarar que la
emoción expresada es usada para referirse al estilo de
comunicación prevalente
dentro de una familia, en donde una alta emoción expresada
se caracterizaría
por altos niveles de criticismo, hostilidad o
sobreimplicación emocional y
exceso de protección hacia el paciente
esquizofrénico [13].
El eje
principal del trabajo será favorecer la autonomía
del paciente dando más
responsabilidades y fomentando habilidades sociales y personales que el
paciente no está desarrollando porque la madre no le deja y
él/ella –quizás– usa
como beneficio secundario porque se encuentra en una
posición de rol
principal, con una sensación elevada de
capacidad, pero que a la vez
propicia
la dependencia y sensación de incapacidad del hijo/a. En
estos casos, se
deberán fortalecer los límites entre la
madre/padre con el hijo para que éste
último pueda sentirse y ser más independiente.
Una de las maneras que esto se
puede conseguir es fomentar las relaciones fuera del domicilio de la
persona
cuidadora para generar espacios saludables entre ellos.
Si son
los dos padres quienes cuidan a un hijo con trastorno mental severo, y
no
tienen más hijos que conviven en el domicilio,
también se puede presenciar una
elevada Emoción Expresada, tanto en la forma de
sobreprotección como en la de
un exceso de criticismo en muchas ocasiones a consecuencia del
agotamiento y de
que el sistema se ve afectado por el papel de cuidadores que tienen. La
mirada
de los padres suele estar en todos los ángulos de la vida
del paciente
afectando a las relaciones parentales y a la relación de
pareja. Las relaciones
conyugales pasan a estar en un segundo plano. Muchas
teorías, indican que la
intensa mirada parental hacia el hijo está encubriendo de
alguna forma una
conyugalidad previamente deteriorada [14].
Es básico
por tanto
remarcar la importancia
del cuidado de la pareja, dedicándose tiempo a estar sin el
hijo (y no se
interprete como un abandono del
hijo/a), así como permitiendo que éste tenga
espacios individuales como una
forma sana de relación familiar. Este cuidado
también facilita los
límites entre la unidad parental y
filial dado que el hijo indirectamente ve el
plano conyugal de la relación de sus padres.
Es
importante que los padres dediquen tiempo y esfuerzo no sólo
en los hijos que presentan un trastorno mental, sino
también al resto, en función de sus necesidades.
A veces
el paciente intenta conseguir una clara
división entre estos
miembros para poder obtener beneficios a su favor.
Es vital que las personas que convivan con el paciente
puedan llegar a
compartir de forma equitativa la responsabilidad del cuidado
del miembro de la familia que está enfermo, así
como
llegar a acuerdos comunes de las formas de tratarlo o de convivir con
él.
Si estos
detalles no se tienen en cuenta en la intervención familiar,
se pueden generar
falsas expectativas de curación del paciente así
como no sentirse partícipe del
trabajo que se está realizando. Por consecuente, se
estará realizando terapia
individual que se verá
entorpecida
por el sistema en que el paciente está envuelto y
será difícil concebir una
mejoría sin el apoyo de la familia y un
acompañamiento activo en la intervención.
2.
Dificultades de adherencia y
participación activa de la familia
en la intervención.
En la
búsqueda de la mejoría del paciente enfermo y
teniendo en cuenta la posible
difícil vinculación de éste mismo al
ser un paciente difícil y resistente a
tratamiento psicológico y
farmacológico,
no sólo es importante e influye la tipología de
familia con la que estamos
interviniendo. Nos podemos encontrar con rechazos personales por parte
de la
familia a recibir ayuda externa o a querer sentirse
partícipes de los avances
del paciente; como si la intervención fuera dirigida
sólo al familiar enfermo.
El contexto del domicilio nos ofrece el escenario natural para observar
las
dinámicas familiares, como se comunican en dicho entorno,
como se organiza el
espacio físico, que a la vez también implica una
observación de las relaciones
emocionales en el ámbito familiar.
Habrá
familias que esperan que los terapeutas solucionen las dificultades del
paciente y consecuentemente la enfermedad se disipe, con algunas
intervenciones
psicosociales en el domicilio. Otras de ellas que esperarán
abrir la puerta y
que los profesionales intervengan sólo con el paciente y
ellos puedan estar en
un segundo plano de oyentes, como si de un programa de radio se
tratara, y sin
implicarse por tanto en el proceso. Éstos últimos
generalmente buscan estar
presentes en las intervenciones cuando se requiere trabajar con el
paciente de
forma individual. Hemos comentado que la intervención
familiar es vital
ya
que son pacientes que probablemente necesiten
acompañamiento a lo largo
de toda su vida y que no
puedan vivir
de forma autónoma al 100%, pero la psicoterapia individual y
tener tiempo
personal para el trabajo con el terapeuta y profesionales vinculados,
será muy
importante para poder encajar y permitir que se planteen cambios
saludables en
el sistema familiar y entorno del paciente.
En
ocasiones se puede tener la percepción de que la familia ya
no sabe qué hacer y
que delega cualquier tipo de cambio o movilización posible
en el terapeuta sin
tener en cuenta que el cambio en el sistema debe realizarse desde
dentro. Es
recomendable que el terapeuta comunique que se trata de un trabajo en
equipo,
donde la familia es experta en unos temas, el paciente en otros y los
profesionales en el tratamiento y que la colaboración activa
de todos es el
aspecto crucial. Son parte activa del tratamiento.
3.
Comunicación percibida y
Emoción Expresada.
Otro tema
importante en toda intervención familiar es la
comunicación entre los
diferentes miembros del sistema, tanto la comunicación real
como la percibida
por parte del paciente y de la familia. Es en esta
diferenciación donde se
observará la presencia de una elevada o de una baja
Emoción Expresada.
Durante
las intervenciones del programa PSICODOM, nos hemos dado cuenta de que
la
percepción del paciente a veces está
distorsionada con la realidad y con el ojo clínico de los
profesionales que
participan en las sesiones. La mayoría de los pacientes
tienen la sensación de
tener una buena relación que implica una
comunicación asertiva y adecuada,
acompañada de una baja Emoción Expresada con sus
familiares. La realidad, si es
observada desde un punto de vista
objetivo desde la figura del observador externo (terapeuta y co- terapeuta),
demuestra que hay
evidencias de que la familia en muchas ocasiones hay una alta
Emoción Expresada
con elementos presentes de criticismo, sobreprotección o/y
hostilidad.
La forma en que una
alta emoción expresada afecta negativamente en la
evolución de los pacientes es
que no les da el soporte
emocional y
familiar que necesitan.
Generalmente, estos
familiares no están
tan informados acerca de la enfermedad mental, concretamente la
esquizofrenia,
y tienden a relacionarse con ellos de una forma en que los
responsabilizan y
los culpan por tener
conductas
disruptivas, como si pudieran tener el control sobre las crisis y
situaciones
difíciles diarias [15 -17]. Es muy importante que al conocer
la etiqueta del
trastorno mental no se atribuyan
todas las dificultades que presenta la persona a ese
diagnóstico, sino que
se concreten los comportamientos desadaptativos para que se fomente su
resolución, así como que se diferencien de
comportamientos o características
que no tienen que ver con el trastorno.
Por el contrario, una
baja emoción expresada en los familiares, ayuda a dar
más soporte al paciente,
a prevenir y sobrellevar los conflictos y a reafirmarse positivamente
[18], así
como contiene las recaídas reduciendo las agudizaciones y
uso de recursos
asistenciales [19]. Por tanto, el permitir un espacio individual de
cada uno de
los miembros, una mayor autonomía y a la vez una mayor
implicación emocional
con una comunicación adecuada, calmada y
empática, será muy relevante en la
evolución positiva del paciente y de la familia.
4.
Procesos de
duelo.
4.1
El
paciente
La práctica
clínica y el trabajo con personas afectadas de esquizofrenia
nos ha llevado a
la idea de que durante la fase de recuperación del primer
episodio y a lo largo
de la enfermedad, teniendo en cuenta si hay conciencia de enfermedad o
no, la
persona va a sentir una serie de
pérdidas, tanto concretas
(ej. trabajo) como ambiguas, es decir, aquellas en las que
todavía se puede
albergar la esperanza de una posible recuperación (ej.
memoria, atención,
pérdidas de roles,
etc.)[20].
A veces, para no
enfrentarse a éstas pérdidas, es frecuente
que nos encontremos con pacientes que no tienen conciencia de
enfermedad que se
aferran a ideas y argumentaciones que ellos mismos han ido creando para
no aceptar
qué es lo que realmente les ocurre.
De aquí que haya pacientes, por ejemplo,
que se aferren a la idea de que las pensiones que reciben no son por
incapacidad por tener una enfermedad mental, sino que son por orfandad
o porque
han cotizado anteriormente en algún trabajo cuando
aún no estaban enfermos.
Para trabajar la
conciencia de enfermedad, y en consecuencia, la adherencia al
tratamiento
farmacológico y psicológico, puede ser
útil seguir un modelo motivacional que
nos permita llegar al paciente siendo éste mismo quien ponga en marcha sus propios mecanismos de cambio
[21]. Será una
tarea difícil porque nos encontramos dentro de un contexto
donde se ha
producido una ruptura (posible duelo) y un bloqueo de las
áreas de
funcionamiento global de la persona (límites personales).
Asimismo, la mayoría de
procesos de duelo se inician en base a una pérdida principal
que va a
ir acompañada de otras
secundarias[22]. Siguiendo estas fases, la persona se daría
cuenta primeramente
de la pérdida principal y después de las
secundarias. En cambio, en la esquizofrenia
este proceso podría ser inverso (acusar primero las pérdidas
secundarias para darse cuanta finalmente de la
principal). Además, se suma la dificultad de que ambos tipos
de pérdidas
podrían ser ambiguas dificultando mucho más dicho
proceso [23].
Como ya avanzábamos en
párrafos anteriores, el problema estriba en que no hay
conciencia de pérdida
definitiva e irrecuperable por lo que la persona alimenta la esperanza
de
recuperación de lo perdido. Y es aquí, en la
esperanza de recuperación, donde
podemos ejercer una tarea terapéutica importante.
4.2
La
familia
Casi paralelamente,
tras la fase de preocupación y estabilización, la
familia suele intentar
elaborar lo sucedido y enfocar el futuro a medio plazo con muchas
preguntas
difíciles de responder: ¿podrá
continuar sus estudios?, ¿podrá tener una vida
normal?, ¿podrá ser
autónomo?, etc.
Preguntas que se pueden mantener a lo largo del tiempo, y
después de varias
recaídas y de previos fracasos al intentar ayudar al
familiar.
En la estructura temática
del abordaje de las familias, se da mucha importancia al proceso de
duelo y de
sobrecarga del cuidador. En la mayoría de literatura se
habla de un proceso de
adaptación, pero algunos autores lo describen como otro
proceso de duelo puesto
que la transición psicológica por la que pasa la
familia tiene sus
características esenciales. El matiz es que de nuevo nos
encontramos ante un
duelo ambiguo.
Muchas veces estos
procesos, de paciente y familia, no se dan a la vez. Frecuentemente
nos encontramos con padres excesivamente
conscientes de las pérdidas de su familiar y con
sentimientos de desesperanza y
depresivos, mientras que el familiar se encuentra en una fase de
negación en la
que no se siente enfermo y no
sabe qué
ha pasado
en su vida e incluso puede hacer
atribuciones erróneas (ej. “tuve un brote por
estrés, pero ahora ya
estoy bien, ya
no tengo delirios ni veo cosas raras”), frente a
la
observación de
familia (“pasa todo el
día en casa, no sale con amigos, fuma continuamente y
deambula por el pasillo…
estamos muy preocupados”).
También observamos
procesos a la inversa, aunque son más escasos, en los que el
paciente consulta
asustado por los síntomas y por la
información que ha consultado (“oigo voces, he
leído que eso pasa en la
esquizofrenia, ¿es así?
¿podría estar volviéndome
loco?”) y la familia hace
atribuciones que se alejan más de la realidad (“ha
pasado demasiado tiempo en
su fantasía de adolescente, nos parece
que se ha deprimido y al final oye
su
propio pensamiento, no
vemos claro lo
de la medicación…lo vemos como un
zombi… cualquier persona se puede deprimir en un momento de
su vida…”).
Ambos procesos de duelo
se dan en paralelo, pero no necesariamente simultáneos. Los
procesos pueden ser
de muy diversa índole y van a determinar mucho el proceso de
adaptación y la
fase de recuperación posterior al primer episodio y
consecuentes. Tanto el
paciente como la familia hacen atribuciones de unos a otros
continuamente.
Los significados que
otorgan paciente y familia al mismo proceso de enfermedad puede ser muy
distinto, constituyendo así procesos de
comprensión, adaptación a la pérdida y
aceptación muy diferentes. Es por este motivo por el que la
terapia integrada
con la familia puede ser de gran utilidad para ayudar a integrar estos
procesos.
5.
Necesidades
Muchas veces
las necesidades de acompañamiento
del paciente no se corresponden con las que la familia percibe. La
comunicación
triangulada con los elementos de alta emoción expresada no
ayuda a favorecer la
comprensión de estas necesidades. En situaciones de
clínica aguda o incluso
residual no es habitual que el paciente verbalice qué
necesita de su familia,
así como tampoco es habitual
que la familia pregunte cuáles son las necesidades de
acompañamiento.
(“¿Necesitas estar solo y que te dejemos espacio?,
¿necesitas que estemos a tu
lado, pero sin hablar de lo que te sucede?”). Cuando la
comunicación podría ser
simple, con una respuesta simple y sincera, parece que la
mayoría de veces se
acompleja formando bucles de
interpretaciones mutuas y llevando a resultados de conflicto o
alejamiento; y por
consiguiente unas necesidades
afectivas importantes quedan sin
cubrir.
Si tenemos en cuenta la
salud mental del familiar, no debemos dejar de lado que si uno
está experimentando
estrés, siempre resultará difícil
cuidar
de otra persona, por
lo que a veces
éste puede esperar y exigir de más al
familiar
enfermo con trastorno mental severo porque él cuidador mismo
no está
satisfaciendo sus propias necesidades.
Es importante ayudar a
la familia y al paciente a simplificar esta comunicación lo
máximo posible pues
lo importante es el objetivo. El mensaje es no dar nada por sabido y no
intentar descubrir el significado de los comportamientos, sino
preguntar
directamente.
6.
La dependencia
La preocupación
constante por un hijo/a afectado de una enfermedad mental grave
envuelve a la
familia desde el primer episodio. El cuidado de sus necesidades
básicas, el
acompañamiento, las luchas por la
adherencia al tratamiento y la continuidad asistencial se convierten en
una
constante en el día a día de la familia. De la
preocupación al cuidado, del
cuidado a la sobreprotección; las líneas de
manejo son tan finas para la
familia que es muy habitual observar como poco a poco se van perdiendo
relaciones sociales de los
progenitores, una disminución de los encuentros con la
familia extensa y un
progresivo asilamiento de la familia nuclear. Es por ello, de
gran importancia el cuidar a la familia e invitarla
y acompañarla a mantener las relaciones personales y
sociales externas al
núcleo familiar para poder a la vez ofrecer
una relación saludable a la persona enferma.
En caso de que no se
promueva este cuidado y espacio personal y social, muchas veces se
observa como la familia
inconscientemente hace “guardias” alrededor de la persona
afectada de psicosis. Mientras un miembro de la familia
se “oxigena” un fin de semana, o en una cena de
amigos, otro se queda cerca del
paciente por miedo a dejarlo solo y de que algo malo pueda suceder. Las
vacaciones de verano y los eventos familiares como las bodas o
nacimientos se
convierten en motivo de pactos tácitos entorno al paciente.
Generalmente, no son
acontecimientos puntuales el motivo de desgaste sino el mismo
día a día. La
jornada laboral de los cuidadores muchas veces se va ajustando a
las horas de estancia en el domicilio para que el
paciente no esté solo. Esto supone una regresión
importante para la familia,
dado que la fase de organización familiar durante la
infancia y la adolescencia
había quedado atrás y de repente la expectativa
de autonomía en otro ciclo
vital se ve truncada
por la enfermedad.
Como profesionales es
muy importante comprender estos sentimientos de pérdida,
rabia, vergüenza y
miedo frente a la situación, pero también
ayudarles a encauzar organizaciones
familiares más naturales y adaptativas ajustadas a las
necesidades del paciente
de una forma más realista. De no ser así, no
podremos fomentar y generar
autonomía en el paciente y aumentar su funcionamiento global
y social.
Las personas afectadas
no necesitan un “guardián”. Son muchas
las veces
que nos explican la necesidad de normalización
y que se sienten
culpables o agobiados cuando sienten que su familia cambia planes por ellos.
Es importante, también,
recordar a las familias que siempre es mejor preguntar por las
necesidades que
deducirlas. Cuando se interpreta que, por ejemplo, si el hijo/a
está en la
habitación y no sale a cenar, es que está mal
mentalmente, podemos caer en
errores y preocupaciones innecesarias además de poco
resolutivas porque añaden
más sobrecarga al clima familiar.
Debemos acompañar a las
familias a una cierta normalización, como
planteábamos anteriormente, de los
hábitos, costumbres, salidas y aficiones. Esto oxigena a los
cuidadores, suele
causar un efecto positivo en la persona afectada y rompe bucles de
aislamiento,
repuestas esquivas y vagas y deterioro en las relaciones sociales y
familiares.
El proceso de cuidado
prolongado genera relaciones de dependencia o incluso de co- dependencia.
Muchas veces esta
dependencia nace más de la
familia que de las necesidades reales del paciente. Cuanto
más normalizadas y
sanas son las relaciones familiares y organización de la
familia en su
ocupación rutinaria, mejor para prevenir estas dependencias
indeseables, que a
largo plazo no beneficiarán en nada ni al paciente ni al sistema familiar.
Conclusiones
-
La tipología de
la familia con la que trabajemos, influenciará en la
recuperación y el trabajo
con el paciente. No se concibe una terapia individual, sin una
intervención
familiar, teniendo apoyo y acompañamiento activo por parte
del sistema. La
intervención domiciliaria será el
ámbito natural ideal para la observación e
intervención en la
familia.
-
Para potenciar la adherencia a
tratamiento de todos los miembros de la familia, hay que remarcar que
el
trabajo familiar, es un trabajo en equipo, donde la familia es experta en
unos temas, el paciente en
otros y los profesionales en el
tratamiento.
-
Promocionar una baja Emoción
Expresada en la comunicación de los familiares,
prevendrá recaídas y aumentará
la calidad de vida del paciente y de los familiares.
-
Tanto el paciente como los familiares,
pueden pasar por un
proceso de duelo
ambiguo. Será de vital importancia crear espacios de
diálogo y comprensión,
dándole una misma explicación a la enfermedad del paciente.
-
La intervención familiar, se podrá tomar
como referencia un nuevo
estilo comunicativo para lidiar con las necesidades tanto afectivas
como de la
vida cotidiana del sistema familiar.
-
El proceso de cuidar puede
conllevar relaciones de dependencia o co-dependencia paciente-familia.
Es
importante guiar la intervención en la prevención
de ésta.
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