“Serás más sabio
que los demás en cuanto comprendas
que la adversidad no es una condición permanente del hombre.
Y, sin embargo,
esa sabiduría no es suficiente por si sola. La adversidad y
el fracaso pueden
destruirte mientras esperas pacientemente a que la fortuna cambie.
Trátalas de
una sola manera.
¡Recibe bien a ambas, con los brazos
abiertos!”
(Og Mandino)
Desde la antigua Mesopotamia el ser humano ha
buscado influir sobre el
cuerpo y sus estados mentales. La muerte, el dolor y el sufrimiento han
sido
los azotes que han puesto en marcha una búsqueda incesante
de encontrar un
remedio que mitigue o elimine los males del cuerpo y de la mente. La
capacidad
de adaptación, y la evolución de nuestro cerebro
nos ha permitido superar
barreras que a priori parecían infranqueables.
Nuestro cerebro ha ido modificando su estructura
para garantizar nuestra
supervivencia ante los incesantes cambios del entorno. En sus
orígenes el
hombre primitivo tenía que competir por la comida con
animales que le superaban
en número, fuerza y tamaño; su cerebro reptiliano
no era suficiente para
asegurarse la existencia por lo que tuvo que evolucionar y desarrollar
el
sistema límbico o cerebro emocional, lo cual le daba una
ventaja sobre sus
competidores, la capacidad de emocionarse, sentir placer o dolor ante
un
suceso, empatizar, unirse y formar asentamientos donde se
protegían unos a
otros; con el tiempo y la convivencia se hizo necesario desarrollar un
lenguaje
más sofisticado, crear normas y reglas que garantizaran una
comunicación que
les permitiera adquirir conocimientos que pasaran de una
generación a otra para
seguir diferenciándose y ganando terreno adaptativo al resto
de las especies,
se desarrolló la corteza cerebral y la capacidad de
razonamiento.
Con el paso de los años
estás tres estructuras de nuestro cerebro han
seguido evolucionando, unas con más protagonismo y otras en
la sombra. Aunque
creamos que nuestra corteza cerebral, la más moderna y
sofisticada es la que
tiene más poder y relevancia, nos equivocamos, es solo una
distracción que
nuestro cerebro utiliza como estrategia para asegurar los
más importante, la
supervivencia, primero de la especie y después como
individuos. Nuestras
estructuras más antiguas, el cerebro reptiliano y el sistema
límbico son las
más poderosas y no se fían de dejar en manos de
la corteza cerebral las
decisiones más importantes, tales como la
regulación del sistema respiratorio,
sistema circulatorio, hormonal e inmunológico.
La corteza cerebral se ha dedicado a buscar en la
tecnología los recursos
para mejorar nuestra vida, pero donde realmente poseemos las
herramientas para
hacerlo es en nuestro sistema límbico, donde residen
nuestras emociones. El
sistema límbico está conectado con la corteza
cerebral y modula la intensidad
de la percepción y expresión de las emociones,
pero ante un conflicto entre la
corteza cerebral y el sistema límbico siempre ganara este
último, ya que su
cometido tiene prioridad “la supervivencia”.
Cuando nuestro cerebro trabaja coordinando
eficazmente estas tres
estructuras, nuestro sistema nervioso autónomo o vegetativo
(sistema
circulatorio, respiratorio…) aumenta su eficacia, evitando
la aparición de
enfermedades o ayudando a librarnos de ellas. Pero no olvidemos que en
ocasiones no será suficiente apelar a la razón,
la lógica o la fuerza de
voluntad, ya que estas se encuentran bajo la supervisión de
la corteza
cerebral; habrá que apelar a la imaginación, la
creatividad y los instintos.
Para nuestro cerebro la realidad objetiva no existe, es más
importante tener
una explicación completa de un suceso, aunque hayamos tenido
que completarla
con la imaginación o la fabulación que percibir
que es incompleta y nos crea
duda, incertidumbre, inseguridad y falta de control.
Si nuestro cerebro es capaz de crear tantas
realidades como posibilidades
puedan darse, también puede cambiar la percepción
del dolor, y del sufrimiento;
como dijo Henry Ford: “tanto
si crees que puedes como
si crees que no puedes estas en lo cierto”.
Cuando una persona sufre un accidente y tiene un
dolor agudo muy intenso,
nuestro cerebro si considera que ese nivel de dolor puede causar
daños
irreparables en nuestra salud psíquica, segrega endorfinas
para contrarrestarlo
o nos hace perder el conocimiento mientras estas hacen efecto y se
produce la
reparación del tejido o la zona afectada.
Cuando el dolor es crónico en la
mayoría de los casos están implicadas las
emociones y por lo tanto el sistema límbico, recordemos que
nuestro cerebro
siempre tiene como prioridad la supervivencia, deberemos no solamente
tratar el
dolor, sino sus causas, si no lo hacemos, este volverá a
aparecer una y otra
vez.
A mis pacientes con fibromialgia siempre les
digo: “No
te creas nada de lo que te voy a decir, hasta que no lo
experimentes por ti mismo/a, pero me gustaría que tuvieras
la mente abierta
para tampoco negarlo hasta que lo compruebes”
Cuando reprimimos las emociones, negamos los
sucesos dolorosos o los
exageramos, ocultamos nuestros miedos, justificamos los abusos que
recibimos,
sentimos rencor, ira inhibida y contenida, nos indignamos
fácilmente, nos
imponemos a nosotros y al mundo reglas rígidas, actuamos en
busca de la
perfección, no soportamos los fracasos o los errores y en
general nos quejamos
constantemente y enfocamos la atención en las carencias en
vez de la
abundancia. Nuestro córtex se colapsa y nuestro sistema
límbico acude al
rescate (sabe más el diablo por viejo que por diablo) para
evitar el
sufrimiento psíquico y para ello si tiene que mantener un
dolor crónico para
mantenernos distraídos y alejados del sufrimiento emocional,
lo hará.
“Nuestra mente es como un
volcán, si hay actividad en
su interior, si ésta crece y no tiene por donde escapar,
acabará explotando,
entrará en erupción y arrasará todo a
su paso, una vez que sale el magma no se
puede retirar hasta que no se enfría y en ocasiones los
cambios que origina en
el paisaje son tan costosos de retirar, que forma un nuevo
ecosistema”
(Jordi Sánchez)
Jordi Sánchez
Grupo de trabajo Psicología
Psicosomática