La Dra. Ana Gimeno-Bayón Cobos es Doctora en Psicología, especialista en Psicoterapia y Focusing. En 1979 fundó junto a Ramón Rosal, el Instituto Erich Fromm de Barcelona, dedicado a la docencia, la psicoterapia y la investigación. Es directora del Master de Psicoterapia Integradora Humanista que se imparte en dicho instituto y desde el 2008 colabora habitualmente con la Universidad de Girona. Es autora de numerosos artículos y libros sobre psicología y psicoterapia, entre los más conocidos se encuentran Psicoterapia Integradora Humanista y Comprendiendo como somos.

¿Tiene sentido hablar de inteligencia emocional en el ámbito de la psicoterapia?

No sólo tiene sentido, sino que es sumamente deseable.  Si tenemos en cuenta que lo que en ella se busca es el cambio terapéutico, cada vez más se viene constatando la relevancia de la emoción para lograrlo (véanse, por ejemplo, las aportaciones de autores como Leslie Greenberg, a propósito del tema). De otra forma, puede ocurrir que la persona conozca mucho sus procesos psicológicos, la etiología y dinámica de su malestar psíquico, pero que ese conocimiento intelectual no sea suficiente para provocar un cambio profundo.  Por ello pienso que sin inteligencia emocional es difícil que se dé una psicoterapia inteligente (eficaz) en la mayoría de los casos.Lo que ocurre es que el constructo “inteligencia emocional” ha sido relativamente poco estudiado, como tal, en el ámbito psicoterapéutico. Está mucho más difundida tanto su investigación como su aplicación en el ámbito educativo y también en el organizacional.  

El ámbito educativo muestra en este terreno un carácter muy receptivo. Yo recuerdo que en el año 1983 Ramón Rosal -mi compañero en la dirección del Instituto Erich Fromm- y yo habíamos hecho dos investigaciones cuantitativas sobre el tema de las emociones en estudiantes del último curso de IES, y constatábamos la facilidad de tales investigaciones, a pesar del coste que significaba no tener ningún tipo de ayuda logística o económica. Eso sí, había que tener “un buen contacto” para que en los institutos implicados no desconfiaran de nosotros. En el período comprendido entre febrero de 1998 y febrero de 1999 yo participé en el Fórum per Repensar la Societat Catalana con una propuesta sobre educación emocional en el ámbito escolar. Recuerdo que tuvo muy buena acogida y a los asistentes les parecía algo muy novedoso. Más tarde, en el año 2004 participé en la organización de unas Jornades sobre Psicologia Humanista i Inteligencia Emocional en la Universitat Ramon Llull y tuve la gran alegría de ver un importante número de aportaciones valiosas y originales de la aplicación de este constructo en el campo educativo. En tan sólo cinco años la atención, preocupación y creatividad respecto a la Inteligencia Emocional había convertido a esta temática en algo común y conocido entre los maestros.

En cambio, son bien escasas las investigaciones y aplicaciones en el ámbito psicoterapéutico. Los profesionales que trabajamos en el ámbito privado tenemos más difícil el acceso a grandes grupos. Por eso la mayoría de las investigaciones relacionando aspectos clínicos con Inteligencia Emocional se han hecho con población no clínica, básicamente estudiantes. Son pocos los investigadores que hayan podido trabajar el tema con muestras significativas de población clínica, lo cual no quita que estas pocas investigaciones han sido sumamente interesantes y reveladoras.

Por otra parte, la evolución sociológica de la psicoterapia está llevando, ya desde hace unas décadas, a apostar por líneas integradoras, en las que se puedan incorporar de forma sensata, armoniosa, coherente y equilibrada, las aportaciones que surgen más  allá del ámbito del propio modelo. Este es un buen momento para que aquellos psicoterapeutas que no tienen claro cómo acceder al mundo emocional del paciente o cliente incorporen los hallazgos surgidos a propósito de la inteligencia emocional, y los que ya vienen trabajando en esta línea puedan aprovechar la estructura que la Inteligencia Emocional les aporta para enriquecer y sistematizar su trabajo.

¿Qué puede aportar el modelo de IE a este ámbito?

Pienso que de las diferentes líneas que se han ido desarrollando, a mí -como psicoterapeuta me interesa, no tanto la que hace referencia a la inteligencia emocional como conjunto de rasgos de personalidad (los llamados modelos mixtos, con autores como Bar-On, y Goleman),  sino la que la contempla como un conjunto de destrezas que se pueden aprender (el modelo de habilidades de  Mayer y Salovey), porque me permite pensar en forma esperanzada respecto al crecimiento emocional de las personas aunque sean muy analfabeta en el tema. Igual que se aprende a escribir, se aprende Inteligencia Emocional.  

Pero, además de ofrecer una visión esperanzada respecto a la posibilidad de cambio en este área de la persona que acude a terapia, al ofrecer una visión sistemática y jerarquizada de las diferentes subhabilidades, sirve de  “hoja de ruta” para el terapeuta que le permite seguir un plan claro y racional para incrementar paulatinamente la inteligencia emocional del paciente o cliente.

Esto no significa que desarrollando la Inteligencia Emocional hayamos resuelto todos los problemas que la psicoterapia nos plantea.  En cierto modo, Hitler, Stalin, Mussolini y Lenin –al igual que muchos psicópatas- tenían muchas habilidades propias de la inteligencia emocional, cosa que les permitía manipular a las masas a su gusto. Pienso que su desarrollo ha de ir unido al de la Inteligencia Ética para que lleve a la persona y a su entorno a la construcción de una sociedad más humanizada.


¿Podríamos afirmar que la IE es la causa o una de las causas de padecer un trastorno mental?


Yo no diría tanto. No creo que los fallos en Inteligencia Emocional sean siempre la causa del trastorno mental. Más bien pienso que lo que sí ocurre es que el trastorno mental se refleja claramente y en forma muy específica –según de qué trastorno estemos hablando- en un déficit en Inteligencia Emocional, tanto si es la causa como si es la consecuencia del mismo. Pero sea cual sea su status éste fallo lleva al sujeto a autoperpetuar su trastorno, porque se encuentra con un punto ciego que le impide absorber una información básica para poder orientarse en la realidad.  Es por ello por lo que las carencias importantes en el ámbito de la Inteligencia Emocional pueden servirnos para avisar de la presencia de algún tipo de trastorno mental.

Éste es un aspecto en que querría poner énfasis: demasiadas veces, en algunas corrientes psicológicas y psicoterapéuticas, se han contemplado las emociones como algo incomprensible, irracional y que constituyen un estorbo para el equilibrio mental. La tarea terapéutica que se planteaba en relación con ellas hace unas décadas consistía básicamente  en que la persona aprendiera a controlarlas.  Por suerte se ha ido viendo, desde la conjunción de muchos enfoques -entre ellos el de la neuropsicología- la importante sabiduría implícita en los procesos emocionales, el refinamiento que hay en ellos y la necesidad de comprenderlos y aprovecharlos en forma funcional, tanto en el plano individual como en el colectivo.

Es cierto que muchas veces los trastornos mentales se plasman en una forma desequilibrada de mostrar las emociones, con lo que no es infrecuente que se relacionen aquéllos con algún tipo de descontrol emocional. Pero una mala gestión del sistema no equivale a que en sí haya que suprimirlo, sino que toca reencauzarlo de una manera sana, y precisamente de eso trata la Inteligencia Emocional.

Para mí las emociones sintetizan lo que ocurre en un momento dado en varios subsistemas del individuo: somático, cognitivo, valorativo, motivacional, afectivo, oréctico… Representan un cruce de caminos en el que lo se refleja lo que ocurra en todos esos terrenos. A su vez, la actuación sobre ese punto neurálgico va a repercutir en la reorganización de los otros subsistemas. Ese papel tan nuclear es el que hace indispensable en terapia ocuparse del cambio emocional.

Todavía otro apunte al respecto de la pregunta: en el campo de la pareja y la familia, (y de las relaciones interpersonales, en general), sí podemos afirmar que la falta de Inteligencia Emocional por parte de alguno de los miembros va a ser causa del conflicto que les lleva a solicitar terapia.


¿Podemos desarrollar nuestra IE en el contexto terapéutico?

Por supuesto que sí. Precisamente lo habitual es que la Inteligencia Emocional de quien acude a terapia no haya crecido lo suficiente, o haya crecido en forma distorsionada, en parte porque en el contexto donde creció esa persona empujaba hacia ese bloqueo o distorsión del crecimiento.  El aspecto de “espacio protegido” que tiene el contexto terapéutico permite explorar sin riesgo una nueva conciencia y nuevos comportamientos emocionales, sin miedo a sufrir las consecuencias negativas que estos comportamientos acarrearon en el pasado. Esto permite una “puesta al día” emocional, con todo el enriquecimiento que comporta.

Y el espacio psicoterapéutico es rico en oportunidades. Yo trabajo desde un marco experiencial-humanista, y desde este enfoque siempre se pone un especial énfasis en la dimensión emocional de la sesión terapéutica. A la vez, me permite una gran versatilidad de intervenciones (verbales o no verbales, imaginarias, dramáticas, corporales, simbólicas…).

Mucho antes de que se formulase y me llegaran noticias sobre la Inteligencia Emocional yo estaba haciendo en psicoterapia lo que luego pude colocar bajo la etiqueta de “desarrollo de la Inteligencia Emocional”. Había ido creando algunos instrumentos concretos para ello, a partir de las necesidades con que me iba topando respecto a cada persona a la que atendía en terapia individual o de grupo.  Intervenciones como las que denominé “Esculpiendo mis emociones”, “El grifo del control”, “La fiesta del malestar”, “Dibujar la camiseta”, “El tribunal de la culpa”, etc. las fui creando al hilo de los retos específicos que me iba encontrando y todos ellos iban destinados a ensanchar algún aspecto de lo que luego se llamó Inteligencia Emocional. Lo mismo me ocurrió con instrumentos didácticos, como el conocido coloquialmente entre los terapeutas y alumnos del Instituto Erich Fromm en que trabajo como “El cuadro de las cañerías”, o el “Discriminador de la culpa”. Así, cuando en 2005 preparaba la presentación de un póster sobre El trabajo con Inteligencia Emocional en Psicoterapia Integradora Humanista para el V Congreso Mundial de Psicoterapia celebrado en Buenos  Aires, no me sorprendió ver cómo, a lo largo de los años (desde mis inicios como psicoterapeuta en 1981), buena parte de mis intervenciones –en aquél entonces contabilicé más de una cincuentena- espontáneamente se habían encaminado al fomento de la Inteligencia Emocional como medio de tratamiento de los diferentes problemas de trastornos mentales.  


¿Existe algún programa o tratamiento manualizado para desarrollar estas habilidades emocionales?

Como dije al principio, la psicoterapia ha sido un poco “la Cenicienta” en las investigaciones de la Inteligencia Emocional. En parte creo que porque la mayoría de los investigadores en este campo y en otros de la Psicología -por cuestiones logísticas y económicas, como antes apunté, son profesores universitarios y tienen acceso fácil a grupos de estudiantes. Son menos los que tienen contacto e implicación con instituciones sanitarias a través de las cuales tengan acceso a un número importante de población clínica con la que realizar investigaciones que den consistencia empírica a los planteamientos teóricos. Luego está el largo camino a recorrer desde que una investigación en psicoterapia llega al ámbito académico más cercano, hasta que llega a los profesionales que ejercen fuera de ese ambiente en instituciones públicas y, por fin, en el ámbito privado.

Por suerte, una de éstas personas minoritarias que transita por todo el recorrido, nos lo ha puesto fácil a todos. Comprometida con la investigación clínica en el campo de la Inteligencia Emocional, Nathalie P. Lizeretti (una excepción pionera en este tipo de estudios) acaba de publicar –en la Editorial Milenio- su Terapia basada en Inteligencia Emocional. Manual de tratamiento. En él, además de aportar una visión panorámica y académicamente cuidadosa del tema, presenta su método terapéutico (validado a través de la investigación empírica realizada por la autora) en forma clara, didáctica y fácilmente asimilable y repetible para los terapeutas. El caso que, a título de ejemplo, relata Ana Rodríguez en el capítulo final constituye una hermosa muestra de ello.