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Entrevista a Ana Gimeno Bayón, ponente del I Congreso Nacional de Inteligencia Emocional |
SECCION:
Entrevistas
// PUBLICAT 23/10/2012 17:34:00 |
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La
Dra.
Ana
Gimeno-Bayón Cobos es Doctora en Psicología,
especialista
en
Psicoterapia y Focusing. En 1979 fundó junto a
Ramón
Rosal, el
Instituto Erich Fromm de Barcelona, dedicado a la docencia, la
psicoterapia y la investigación. Es directora del Master de
Psicoterapia Integradora Humanista que se imparte en dicho instituto y
desde el 2008 colabora habitualmente con la Universidad de Girona. Es
autora de numerosos artículos y libros sobre
psicología y
psicoterapia,
entre los más conocidos se encuentran Psicoterapia
Integradora
Humanista y Comprendiendo como somos. |
¿Tiene
sentido hablar de
inteligencia emocional en el ámbito de la psicoterapia?
No sólo tiene sentido, sino que es sumamente
deseable. Si
tenemos en cuenta que lo que en ella se busca es el cambio
terapéutico, cada vez más se viene constatando la
relevancia de la emoción para lograrlo (véanse,
por
ejemplo, las aportaciones de autores como Leslie Greenberg, a
propósito del tema). De otra forma, puede ocurrir que la
persona
conozca mucho sus procesos psicológicos, la
etiología y
dinámica de su malestar psíquico, pero que ese
conocimiento intelectual no sea suficiente para provocar un cambio
profundo. Por ello pienso que sin inteligencia emocional es
difícil que se dé una psicoterapia inteligente
(eficaz)
en la mayoría de los casos.Lo que ocurre es que el
constructo
“inteligencia emocional” ha sido relativamente poco
estudiado, como tal, en el ámbito
psicoterapéutico.
Está mucho más difundida tanto su
investigación
como su aplicación en el ámbito educativo y
también en el organizacional.
El ámbito educativo muestra en este terreno un
carácter
muy receptivo. Yo recuerdo que en el año 1983
Ramón Rosal
-mi compañero en la dirección del Instituto Erich
Fromm-
y yo habíamos hecho dos investigaciones cuantitativas sobre
el
tema de las emociones en estudiantes del último curso de
IES, y
constatábamos la facilidad de tales investigaciones, a pesar
del
coste que significaba no tener ningún tipo de ayuda
logística o económica. Eso sí,
había que
tener “un buen contacto” para que en los institutos
implicados no desconfiaran de nosotros. En el período
comprendido entre febrero de 1998 y febrero de 1999 yo
participé
en el Fórum per Repensar la Societat Catalana con una
propuesta
sobre educación emocional en el ámbito escolar.
Recuerdo
que tuvo muy buena acogida y a los asistentes les parecía
algo
muy novedoso. Más tarde, en el año 2004
participé
en la organización de unas Jornades sobre Psicologia
Humanista i
Inteligencia Emocional en la Universitat Ramon Llull y tuve la gran
alegría de ver un importante número de
aportaciones
valiosas y originales de la aplicación de este constructo en
el
campo educativo. En tan sólo cinco años la
atención, preocupación y creatividad respecto a
la
Inteligencia Emocional había convertido a esta
temática
en algo común y conocido entre los maestros.
En cambio, son bien escasas las investigaciones y aplicaciones en el
ámbito psicoterapéutico. Los profesionales que
trabajamos
en el ámbito privado tenemos más
difícil el acceso
a grandes grupos. Por eso la mayoría de las investigaciones
relacionando aspectos clínicos con Inteligencia Emocional se
han
hecho con población no clínica,
básicamente
estudiantes. Son pocos los investigadores que hayan podido trabajar el
tema con muestras significativas de población
clínica, lo
cual no quita que estas pocas investigaciones han sido sumamente
interesantes y reveladoras.
Por otra parte, la evolución sociológica de la
psicoterapia está llevando, ya desde hace unas
décadas, a
apostar por líneas integradoras, en las que se puedan
incorporar
de forma sensata, armoniosa, coherente y equilibrada, las aportaciones
que surgen más allá del
ámbito del propio
modelo. Este es un buen momento para que aquellos psicoterapeutas que
no tienen claro cómo acceder al mundo emocional del paciente
o
cliente incorporen los hallazgos surgidos a propósito de la
inteligencia emocional, y los que ya vienen trabajando en esta
línea puedan aprovechar la estructura que la Inteligencia
Emocional les aporta para enriquecer y sistematizar su trabajo.
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¿Qué
puede aportar el
modelo de IE a este ámbito?
Pienso que de las diferentes líneas que se han ido
desarrollando, a mí -como psicoterapeuta me interesa, no
tanto
la que hace referencia a la inteligencia emocional como conjunto de
rasgos de personalidad (los llamados modelos mixtos, con autores como
Bar-On, y Goleman), sino la que la contempla como un conjunto
de
destrezas que se pueden aprender (el modelo de habilidades de
Mayer y Salovey), porque me permite pensar en forma esperanzada
respecto al crecimiento emocional de las personas aunque sean muy
analfabeta en el tema. Igual que se aprende a escribir, se aprende
Inteligencia Emocional.
Pero, además de ofrecer una visión esperanzada
respecto a la
posibilidad de cambio en este área de la persona que acude a
terapia,
al ofrecer una visión sistemática y jerarquizada
de las diferentes
subhabilidades, sirve de “hoja de ruta”
para el terapeuta que le
permite seguir un plan claro y racional para incrementar paulatinamente
la inteligencia emocional del paciente o cliente.
Esto no significa que desarrollando la Inteligencia Emocional hayamos
resuelto todos los problemas que la psicoterapia nos plantea.
En
cierto modo, Hitler, Stalin, Mussolini y Lenin –al igual que
muchos
psicópatas- tenían muchas habilidades propias de
la inteligencia
emocional, cosa que les permitía manipular a las masas a su
gusto.
Pienso que su desarrollo ha de ir unido al de la Inteligencia
Ética
para que lleve a la persona y a su entorno a la construcción
de una
sociedad más humanizada.
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¿Podríamos afirmar que
la IE es la causa o una de las causas de padecer un trastorno mental?
Yo no diría tanto. No creo que los fallos en Inteligencia
Emocional sean siempre la causa del trastorno mental. Más
bien
pienso que lo que sí ocurre es que el trastorno mental se
refleja claramente y en forma muy específica
–según
de qué trastorno estemos hablando- en un déficit
en
Inteligencia Emocional, tanto si es la causa como si es la consecuencia
del mismo. Pero sea cual sea su status éste fallo lleva al
sujeto a autoperpetuar su trastorno, porque se encuentra con un punto
ciego que le impide absorber una información
básica para
poder orientarse en la realidad. Es por ello por lo que las
carencias importantes en el ámbito de la Inteligencia
Emocional
pueden servirnos para avisar de la presencia de algún tipo
de
trastorno mental.
Éste es un aspecto en que querría poner
énfasis:
demasiadas veces, en algunas corrientes psicológicas y
psicoterapéuticas, se han contemplado las emociones como
algo
incomprensible, irracional y que constituyen un estorbo para el
equilibrio mental. La tarea terapéutica que se planteaba en
relación con ellas hace unas décadas
consistía
básicamente en que la persona aprendiera a
controlarlas. Por suerte se ha ido viendo, desde la
conjunción de muchos enfoques -entre ellos el de la
neuropsicología- la importante sabiduría
implícita
en los procesos emocionales, el refinamiento que hay en ellos y la
necesidad de comprenderlos y aprovecharlos en forma funcional, tanto en
el plano individual como en el colectivo.
Es cierto que muchas veces los trastornos mentales se plasman en una
forma desequilibrada de mostrar las emociones, con lo que no es
infrecuente que se relacionen aquéllos con algún
tipo de
descontrol emocional. Pero una mala gestión del sistema no
equivale a que en sí haya que suprimirlo, sino que toca
reencauzarlo de una manera sana, y precisamente de eso trata la
Inteligencia Emocional.
Para mí las emociones sintetizan lo que ocurre en un momento
dado en varios subsistemas del individuo: somático,
cognitivo,
valorativo, motivacional, afectivo, oréctico…
Representan
un cruce de caminos en el que lo se refleja lo que ocurra en todos esos
terrenos. A su vez, la actuación sobre ese punto
neurálgico va a repercutir en la reorganización
de los
otros subsistemas. Ese papel tan nuclear es el que hace indispensable
en terapia ocuparse del cambio emocional.
Todavía otro apunte al respecto de la pregunta: en el campo
de
la pareja y la familia, (y de las relaciones interpersonales, en
general), sí podemos afirmar que la falta de Inteligencia
Emocional por parte de alguno de los miembros va a ser causa del
conflicto que les lleva a solicitar terapia.
¿Podemos
desarrollar nuestra IE
en el contexto terapéutico?
Por supuesto que sí. Precisamente lo habitual es que la
Inteligencia Emocional de quien acude a terapia no haya crecido lo
suficiente, o haya crecido en forma distorsionada, en parte porque en
el contexto donde creció esa persona empujaba hacia ese
bloqueo
o distorsión del crecimiento. El aspecto de
“espacio
protegido” que tiene el contexto terapéutico
permite
explorar sin riesgo una nueva conciencia y nuevos comportamientos
emocionales, sin miedo a sufrir las consecuencias negativas que estos
comportamientos acarrearon en el pasado. Esto permite una
“puesta
al día” emocional, con todo el enriquecimiento que
comporta.
Y el espacio psicoterapéutico es rico en oportunidades. Yo
trabajo desde un marco experiencial-humanista, y desde este enfoque
siempre se pone un especial énfasis en la
dimensión
emocional de la sesión terapéutica. A la vez, me
permite
una gran versatilidad de intervenciones (verbales o no verbales,
imaginarias, dramáticas, corporales,
simbólicas…).
Mucho antes de que se formulase y me llegaran noticias sobre la
Inteligencia Emocional yo estaba haciendo en psicoterapia lo que luego
pude colocar bajo la etiqueta de “desarrollo de la
Inteligencia
Emocional”. Había ido creando algunos instrumentos
concretos para ello, a partir de las necesidades con que me iba topando
respecto a cada persona a la que atendía en terapia
individual o
de grupo. Intervenciones como las que denominé
“Esculpiendo mis emociones”, “El grifo
del
control”, “La fiesta del malestar”,
“Dibujar la
camiseta”, “El tribunal de la culpa”,
etc. las fui
creando al hilo de los retos específicos que me iba
encontrando
y todos ellos iban destinados a ensanchar algún aspecto de
lo
que luego se llamó Inteligencia Emocional. Lo mismo me
ocurrió con instrumentos didácticos, como el
conocido
coloquialmente entre los terapeutas y alumnos del Instituto Erich Fromm
en que trabajo como “El cuadro de las
cañerías”, o el
“Discriminador de la
culpa”. Así, cuando en 2005 preparaba la
presentación de un póster sobre El trabajo con
Inteligencia Emocional en Psicoterapia Integradora Humanista para el V
Congreso Mundial de Psicoterapia celebrado en Buenos Aires,
no me
sorprendió ver cómo, a lo largo de los
años (desde
mis inicios como psicoterapeuta en 1981), buena parte de mis
intervenciones –en aquél entonces
contabilicé
más de una cincuentena- espontáneamente se
habían
encaminado al fomento de la Inteligencia Emocional como medio de
tratamiento de los diferentes problemas de trastornos mentales.
¿Existe
algún programa o
tratamiento manualizado para desarrollar estas habilidades emocionales?
Como dije al principio, la psicoterapia ha sido un poco “la
Cenicienta” en las investigaciones de la Inteligencia
Emocional.
En parte creo que porque la mayoría de los investigadores en
este campo y en otros de la Psicología -por cuestiones
logísticas y económicas, como antes
apunté, son
profesores universitarios y tienen acceso fácil a grupos de
estudiantes. Son menos los que tienen contacto e implicación
con
instituciones sanitarias a través de las cuales tengan
acceso a
un número importante de población
clínica con la
que realizar investigaciones que den consistencia empírica a
los
planteamientos teóricos. Luego está el largo
camino a
recorrer desde que una investigación en psicoterapia llega
al
ámbito académico más cercano, hasta
que llega a
los profesionales que ejercen fuera de ese ambiente en instituciones
públicas y, por fin, en el ámbito privado.
Por suerte, una de éstas personas minoritarias que transita
por
todo el recorrido, nos lo ha puesto fácil a todos.
Comprometida
con la investigación clínica en el campo de la
Inteligencia Emocional, Nathalie P. Lizeretti (una excepción
pionera en este tipo de estudios) acaba de publicar –en la
Editorial Milenio- su Terapia basada en Inteligencia Emocional. Manual
de tratamiento. En él, además de aportar una
visión panorámica y académicamente
cuidadosa del
tema, presenta su método terapéutico (validado a
través de la investigación empírica
realizada por
la autora) en forma clara, didáctica y fácilmente
asimilable y repetible para los terapeutas. El caso que, a
título de ejemplo, relata Ana Rodríguez en el
capítulo final constituye una hermosa muestra de ello.
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