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Ante el oscuro mito del poder político, pongamos algo de luz. El mito de Antígona: cuando lo personal es político |
SECCION:
PsiNotes
// PUBLICAT 22/01/2013 19:00:00 |
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Ante
el poder y la política, comparto con amigas, familiares,
compañeras, pacientes y colegas muchas opiniones y
sentimientos.
Experimentamos miedo, rechazo, cansancio, «total, para
qué», «es
agotador»... Observo a mujeres preparadas, decididas, que
ante un
ascenso, ante un cargo, lo declinan. ¿Por qué?
También detecto en la
consulta mujeres que están congeladas emocionalmente: han
congelado las
emociones, los sentimientos, para poder estar en el poder
político,
laboral, social, donde lo racional es una herramienta supervalorada.
También percibo a mujeres que están en la
política y en lugares de
poder social que sufren por estar donde están, aun queriendo
estar.
Percibo la conflictividad en las relaciones en grupos, equipos,
asociaciones, entidades de mujeres donde la práctica de la
relación no
es siempre igual de fluida que en la teoría.
Nos encontramos, por tanto, ante ¿un aparente
desinterés de las mujeres
por el poder político? Es innegable que el poder ha sido un
concepto
polémico, de difícil aprehensión para
las mujeres y resistido, en la
medida que tiene como referente un modelo visibilizado, el masculino,
en oposición al femenino. Los componentes, maneras y usos
requeridos en
el ámbito público son ajenos a las mujeres que
han sido excluidas.
No es de extrañar, entonces, que las mujeres mostremos
conflictos y
malestar en nuestro deseo de poder. Al prohibir el deseo de poder, es
«excluida la posibilidad de tomarlo» y, de hacerlo,
nos imponen
medirnos con los hombres como modelo.
La «ajenidad» de las mujeres respecto al ejercicio
de poder, por
ejemplo en la política, está explicada, entre
otras cosas, por la
división sexual del trabajo que establece estrictas
fronteras que
segregan y oponen el ámbito público y el
doméstico. La asignación
tradicional de las mujeres a los espacios privados y
domésticos,
desvalorizados socialmente, ha obstaculizado el ingreso de las mujeres
en las actividades desarrolladas en el espacio público. La
política,
como expresión paradigmática de lo
público, ha sido monopolizada por
los hombres y magnificada y supervalorada. La esfera pública
domina a
la doméstica y, desde esta premisa, los hombres dominan a
las mujeres. |
Pero pongamos un poco de luz: me gustaría que
pensáramos en la estructura política social desde
donde estoy hablando: el patriarcado, para algunas mujeres
—final del patriarcado—, figura descubierta por las
miembras de la Librería de mujeres de Milán en
1995. Para ellas significa el final del control del cuerpo femenino
fértil y sus frutos por hombres (o sea, el fin del contrato
sexual) a que ha llevado el movimiento de mujeres del siglo XX a
decir:«Mi cuerpo es mío».
La identificación y el cuestionamiento de las culturas
patriarcales se han vuelto más autoconscientes y seguros.
Los estereotipos masculinos y femeninos y sus mandatos de
género ya no se aceptan como medida de excelencia, virtud o
humanidad.
Se ha cambiado el enunciado equivocado de «problemas de las
mujeres» o la «cuestión de las
mujeres». Al conceptualizar a las mujeres como «el
problema», repetíamos, en vez de deconstruir o
analizar, las relaciones sociales que nos construyen o representan en
primer lugar como un problema. Si nos seguimos definiendo de este modo,
las mujeres permanecemos en la posición tradicional: la
«culpable», la desviada, la desvalida, la otra.
Es más productivo y preciso situar a hombres y mujeres como
personajes dentro de un contexto mayor: las relaciones de
género. Ambos son prisioneros del género, aunque
de modos muy diferenciados pero interrelacionados. En este contexto,
los hombres siguen estando privilegiados en relación con las
mujeres en la mayoría de las sociedades y existen fuerzas
sistemáticas que generan, mantienen y repiten las relaciones
de género de dominio.
Creo que sería importante profundizar sobre el hecho de que
la fuente profunda del malestar en nuestra cultura no es la
represión, ni el narcisismo, sino la polaridad de los
géneros.
Desde mi experiencia como psicoterapeuta, observo que muchos de los
malestares del yo femenino se centran en torno a los conflictos
existentes acerca de la sexualidad, las diferencias, la
autonomía, la sociabilidad, el poder.
El poder que queremos las mujeres, como señala Marcela
Lagarde, implica un trastocamiento del orden patriarcal y de todos los
órdenes opresivos, lo que implica un cambio radical en la
concepción sobre el poder. No basta con el reclamo de
igualdad de participación en aquellas áreas que
tradicionalmente están asociadas a los hombres, si no se
reestructuran las bases que las edifican.
Algunas
reflexiones sobre el poder
Desde Aristóteles, podemos encontrar referencias a este
concepto. Os propongo reflexionar sobre las posiciones de Max Weber,
Hannah Arendt y Michel Foucault.
Weber conceptualizó el poder como la capacidad de imponer la
propia voluntad al comportamiento de otros; por tanto, es un atributo
del que se dispone o del que se carece. Según Weber, es el
monopolio de la violencia legítima. Weber habla de la
«probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una
relación social, aún contra toda resistencia y
cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad».
Hannah Arendtinvierte la relación clásica ente
violencia y poder, señalando que donde hay violencia no hay
poder. El poder —sostiene Arendt— no
está relacionado con la obediencia y el mando, sino que es
la capacidad de actuar concertadamente. Desde esta perspectiva, el
poder no constituye una relación medio-fin como para Weber,
sino que es una «acción comunicativa»
orientada al consenso. Se necesita legitimidad para su ejercicio y para
su permanencia; la violencia, por el contrario, puede ser justificable
pero nunca legítima. Dice Arendt: «la violencia
puede destruir el poder, pero desde la violencia nunca podrá
brotar el poder».
Mientras Weber sostenía que el poder está
referido siempre a la intencionalidad y a la voluntad del individuo que
lo ejerce, Arendt responde que «el poder no es nunca una
propiedad individual. El poder pertenece al grupo y sobrevive
sólo en la medida en que el grupo permanece. Cuando decimos
que alguien que se encuentra “en el poder”, lo que
queremos decir es que su investidura de poder proviene de un cierto
número de personas que lo autorizan a actuar en su
nombre». Si desaparece el sostén y el apoyo de la
colectividad o del grupo, el poder termina por desvanecerse.
Michel Foucault introduce otra vuelta de tuerca. Foucault cuestiona la
idea que el poder está concentrado exclusivamente en cosas o
sitios determinados. El poder, afirma, es inmanente a las relaciones
asimétricas. El poder está en todas partes; no
porque abarque todo, sino porque proviene de todas partes. Es
omnipresente, ejercido desde innumerables puntos, y se manifiesta cada
vez que se entablan relaciones asimétricas en
algún aspecto. Estas relaciones no son fijas, sino fluidas y
cambiantes. Para este autor, las relaciones de poder se encuentran
estrechamente ligadas a las relaciones familiares, sexuales,
productivas; íntimamente enlazadas y desempeñando
un papel de condicionante y condicionado. Para este autor, una
política alternativa no estaría centrada en
eliminar las fuentes de poder, pues sería imposible. Apunta
que los grupos tradicionalmente considerados «sin
poder» pueden crear un poder alternativo que reforme las
relaciones sociales. Para Foucault, la formación de
discursos crea estructuras de poder y, a su vez, estas permiten la
modificación de la mente y del cuerpo.
¿Hay
un poder positivo?
En las críticas de Hannah Arendt y Michel Foulcault se
aportan facetas positivas del poder. Junto a la dominación,
opresión, explotación y control que se vinculan a
la concepción de poder más generalizado, que se
expresa en «poder sobre», se encuentra lo que puede
describirse como «poder para”». Este
último implica la posibilidad de lograr objetivos a
través de acciones concertadas de individuos organizados. En
otras palabras, la acción concertada de los actores
colectivos crea medios para la acción y poder para crear
alternativas. Por ello, el poder no sólo tiene efectos
negativos, como prohibir o restringir; por el contrario, tiene
también efectos positivos, creativos o productivos.
Y
llegamos al empoderamiento de los grupos «sin
poder», a un grupo que representa el 51 %. El empoderamiento
de las mujeres
El poder al que se refiere esta lógica es el
«poder para» estar, compartir, influir y formar
parte de las sociedades, y no como poder sobre otras personas. Tiene
que ver con la capacidad para hacer y transformar.
El empoderamiento es un concepto clave en una propuesta
holística de la política; por ello, puede verse
más bien como una estrategia, es decir, un conjunto de
acciones y procesos orientados al logro de mayor poder de tomar
decisiones; sentido de seguridad y visión de futuro;
capacidad de ganarse la vida; capacidad de actuar eficazmente en la
esfera pública, y movilidad y visibilidad en la comunidad.
Para empoderarse, entonces, hay que deconstruir las subordinaciones
interiorizadas. El empoderamiento implica desarrollar la capacidad
crítica y de cuestionamiento, implica el auto-reconocimiento
y el reconocimiento en las otras personas de los condicionamientos para
cumplir con los mandatos de género que paulatinamente se han
naturalizado. El empoderamiento nos lleva al protagonismo que puede
trastocar el escenario público, porque es un proceso que
desafía las relaciones de poder existentes, al tiempo que es
un proceso para la obtención de un mayor control.
La estrategia del empoderamiento coloca en primer plano la
cuestión de los derechos, el derecho a tener derechos, ya
que se trata no sólo de que estos sean concedidos, sino de
poder ejercerlos de manera activa y, sobre todo, incidir en las
decisiones que afectan a esos derechos. Implica una gama extensa de
acciones que van desde la autoafirmación individual hasta la
resistencia colectiva, la protesta y la movilización para
cuestionar y desafiar las relaciones de poder.
Empoderamiento
y liderazgo en las mujeres
Mujeres de clases sociales, ideologías políticas
y nacionalidades diferentes se unen. ¿Qué las une
entre sí? Después del encuentro, el mutuo
reconocimiento de un malestar con el sistema, la estructura, el orden
social, las une la ilusión de que juntas podrán
instituir una estructura, un sistema, una sociedad, sobre la base de la
visibilidad de hombres y mujeres en sus semejanzas y diferencias.
Después de darse el reconocimiento, sigue presente en el
grupo la heterogeneidad de experiencias previas. Se presenta el dilema:
la realización del proyecto propio (la
realización de la autenticidad), frente a la
realización del proyecto grupal que exige unanimidad. Se
trata de un dilema, que genera culpa.
Hay un momento en el proceso grupal, en el que sus integrantes
necesitan salir del dilema, en ese momento debiera surgir una líder.
¿Yo
o nosotras?
Cada vez que se trata el fenómeno del liderazgo femenino
aparece —lo que se supone como problema— la
tensión entre el colectivo —nosotras— y
la primera persona del singular —yo.
¿Por
qué en los grupos de mujeres parece haber una particular
dificultad para generar liderazgo?
Florida Riquer sostiene que la dificultad para generar liderazgos en
los grupos de mujeres tiene que ver con la complejidad que
entraña la redefinición y
resignificación del sujeto «Mujer»; o
sea, la generación de nuevos significados de la feminidad y,
de paso, de los de masculinidad y su integración. Por otra
parte, asume que se debe a una codificación sustantiva de
las relaciones entre mujeres, y no solo con los hombres.
No es posible pensar en el reforzamiento de la presencia colectiva de
las mujeres y el establecimiento de alianzas para la
actuación pública, si no se establecen nuevas
relaciones entre las propias mujeres. Reconocer en otras mujeres las
características propias y respetar las diferencias promueve
la confianza y la decisión de tomar decisiones propias, con
el apoyo de otras. Esta relación tiene un contenido
político.
Lo
personal es político:
esta consigna transformó el concepto de lo
político porque señaló como tal todo
lo que aconteciera en la relación a dos o más,
ignorando la ley codificada.Esta consigna y esta categoría
nos abrieron a las mujeres espacios de realidad tan grande como la del
patriarcado. La práctica del «partir de
si», fue significativa en la teorización
política del feminismo. Las feministas han hecho
hincapié en cómo las circunstancias personales
están estructuradas por factores públicos, por
leyes sobre violación y aborto, por el estatus de
«esposas», por políticas relativas al
cuidado de las criaturas y por la asignación de subsidios
propios del estado del bienestar, y por la división sexual
del trabajo en el hogar y fuera de él. Por tanto, los
problemas «personales» sólo se pueden
resolver a través de medios y de acciones
políticas.
El
mito de Antígona: cuando lo personal es política
La tragedia de Sófocles titulada Antígona nos
habla de una joven condenada a morir enterrada viva por enterrar ella
el cuerpo de su hermano en contra de las leyes de la ciudad.Ella le
enterró por amor, porque quería honrarlo en
reconocimiento de que tanto ella como su hermano eran hijos de su
madre. No lo hizo para tener poder sobre, sino que lo hizo desde un
poder interior, por amor a su hermano, por amor al hijo de su madre.
Genealogía
de Antígona
Antígona, hija de Edipo y de Yocasta. Antígona,
hija y hermana de Edipo, rey de Tebas, concebida por la madre de
éste, Yocasta. Cuando su padre, Edipo, se cegó y
marcho al exilio, Antígona le acompañó
hasta Colono. Después, la joven volvió a Tebas y
allí vivió en compañía de
su hermana Ismene. Allí fue testigo de la guerra civil que
sacudió la ciudad: como comandante de las fuerzas defensoras
figuraba su hermano Eteocles y, como uno de los jefes invasores, su
otro hermano Polinices. Ambos murieron enfrentados en una lucha
fratricida. Su tío Creonte, que ostentaba el mando tras el
fallecimiento de Eteocles, tributó honras
fúnebres a éste pero prohibió que
Polinices fuera enterrado. A pesar de que Ismene intento disuadirla,
contraviniendo la orden, Antígona arrojó un
puñado de polvo sobre el cadáver de Polinices
para cumplir con la obligación religiosa no escrita de dar
sepultura a los muertos, y sobre todo a los parientes.
Antígona se enfrenta a dos nociones del poder y del deber:
al de la familia, caracterizado por el respeto a las normas religiosas,
y al poder civil y político, caracterizado por el
cumplimiento de las leyes del estado.
Creonte, enterado de que Antígona ha dado sepultura a su
hermano, le pregunta: «¿Entonces te atreviste a
transgredir estas leyes?».
El cumplimiento del rito funerario es el que posibilita que ella se
muestre en duelo; que ese duelo íntimo, personal, se haga
ostensible, se haga público.
Después de todo, Antígona solamente
cumplía con lo que la sociedad le había
enseñado y esperaba de ella: que se ocupara de su familia,
de los enfermos (como lo hizo con su padre siendo aún
niña) y también de los muertos. Pero
también le habían enseñado que
debía obedecer al varón (tío en
función paterna y rey).
¿Cómo hacer para cumplir los dos mandatos? Si
elegía obedecer a los dioses, honrar a sus muertos,
satisfacía a su Superyó, aplacaba la
«culpa trágica», pero moría.
Si obedecía a Creonte, traicionaba a su sangre, y a los
dioses..., a ella misma. Su conciencia moral la perseguiría
eternamente, y no podría estar con los suyos.
¿Qué nos dice Freud ante este conflicto
familia-sociedad, privado-público con relación a
las mujeres?
«Las
mujeres representan los intereses de la familia y de la vida sexual; la
obra cultural, en cambio, se convierte cada vez más en tarea
masculina, imponiendo a los hombres dificultades crecientes y
obligándolos a sublimar instintos, sublimación
para los que las mujeres están escasamente
dotadas».
Este superyó más débil debe
comprenderse como resultado de la imposición sobre las
mujeres de la ley patriarcal —si estamos excluidas, no
tenemos presencia, no podemos capacitarnos ni tener
representación psíquica. La teoría
freudiana en su contenido revela, con profundidad y de forma
más completa que otras teorías
psicológicas, el tipo de miserias y sufrimiento que las
mujeres tendremos mientras vivamos bajo la Ley del padre. Esta ley
plantea una relación donde la orden del padre ha estado
privilegiada. La madre sólo se nos muestra llevando en
brazos al hijo que será el heredado.No hay madres que lleven
en brazos a sus hijas. Las hijas no heredamos de las madres. Es tal vez
un cambio en dar visibilidad a padres y a madres, a hijos e hijas.
Judit Butler —en El grito de Antígona—se
pregunta:«¿Qué pasaría si el
psicoanálisis hubiera tomado a Antígona, en lugar
de Edipo, como punto de partida?». Freud no lo hizo, pero
sí otras psicoanalistas tomaron en cuenta la figura de
Antígona. En concreto, Luce Irigaray, que nos dice de
Antígona: «Siempre vale la pena reflexionar sobre
su ejemplo como figura histórica y como identidad e
identificación para muchas niñas y mujeres de
hoy. En esta reflexión, debemos escuchar lo que ella tiene
que decir sobre el gobierno de la polis, su orden y sus
leyes».
Es totalmente legítimo admitir que Antígona
realmente vivió ante los ojos admirados de
Sófocles: una mujer o algunas mujeres hicieron, sin duda,
algo relevante políticamente, pero relativamente
incomprensible, algo que Sófocles vio, recogió y
transformó en su lectura de lo que una mujer hace en ciertas
contingencias históricas.
Para Ana Buttarelli, en su Antígona, la chica piadosa, nos
dice que está convencida de que Sófocles vio
mujeres que se comportaban como él mostró a
Antígona, pero no las reconoció como coautoras,
no les hizo contar su historia, sino que las asimiló a otra
lógica, que es la que sostiene el equilibrio de toda la
tragedia: la razón de las relaciones de fuerza.
Antígona sigue siendo actual. En ella aparecen la
dialéctica de los sexos, de las generaciones, de la
conciencia privada y del bien público, de la vida y de la
muerte, de lo mortal y de lo divino.
Sófocles, al describirnos a Antígona, estaba
describiendo a mujeres que tenía cerca, próximas.
Eran otras realidades que él observaba.
¿Cómo
nos describe Sófocles a Antígona?
A pesar del rol totalmente desvalorizado de la mujer en la polis
griega, aparece esta figura femenina heroica, una muchacha,
huérfana, desamparada, que había
acompañado a su padre en el calvario del exilio y que
acababa de ser testigo de una guerra civil en la que habían
muerto sus dos hermanos, y que se enfrenta a la autoridad
política y familiar que representa su tío y tutor
Creonte, segura de que, pese a desafiar la ley, está
cumpliendo con su deber.
Ambos personajes, Antígona y Creonte, encarnan las dos
figuras simbólicas de los roles que la sociedad
adscribía a las mujeres y a los hombres: la ley de la
familia, oponiéndose a la ley del estado, la ley patriarcal.
Antígona teme más al castigo de los dioses que al
de Creonte. Su amor por su hermano, sus muertos y la fidelidad a ellos
son sus valores.
Pero Antígona no solamente amaba, sino que
también pensaba. ¿«Y tú no
sientes vergüenza de pensar de manera diferente a
estos?», le dice su tío Creonte.
Lo «subversivo» de Antígona es que no
sólo se animó a pensar, y a expresar en palabras,
con argumentos lógicos, que para ella tenían
tanta fuerza de ley como los de su tío, sino que
además pensó «distinto». Se
opuso, de palabra y de acción, a una orden impartida por el
hombre que concentraba en sí todos los poderes, y del cual
ella dependía: tío en función paterna
y rey.
Y lo hizo por amor a un hermano.
Dice la heroína de este mito: «No nací
para corresponder con odio, sino para corresponder con amor».
Antígona se anima a transgredir un orden dado, y funda
así uno nuevo: el del ejercicio de su libertad. Su vida
tiene sentido vivirla dentro de los límites de la justicia,
del ejercicio de sus derechos. Se opone a la violencia que le impide
ser. Su acto tiene una resonancia social que se realimenta con una
lectura crítica de esta obra. Y ése fue el
intento. Las Antígonas actuales son todas aquellas mujeres
que reaccionan frente a una situación de injusticia: ya sea
a nivel familiar como social.
En el siglo XX, María Zambrano reescribió la
tragedia de Sófocles en su obra La tumba de
Antígona. La reescribió marcada por dos guerras
patriarcales de ese siglo: la Guerra Civil española y la
Segunda Guerra Mundial, y por las consecuencias que habían
tenido ambas en la vida de su hermana Araceli, cuya experiencia
inspiró el personaje de Antígona. A la tragedia
griega, María Zambrano le cambió el final.
Antígona no murió en su tumba (en la que
Sófocles había decidido que se
suicidaría, ahorcándose), sino que sigue viva en
ella.
¿Por
qué salvar a Antígona?
María Zambrano pone la salvación, la
revitalización, casi la posibilidad de salir del
círculo macabro, mortal, de la cultura, digamos patriarcal,
que lo termina resolviendo todo en la guerra. Zambrano pone el acento
en que Antígona no muere. Dice: «necesitamos que
Antígona no muera, si realmente queremos crear un mundo
nuevo».
Resulta evidente la necesidad de recoger la lógica amorosa
que Antígona introduce y de llevarla a sus
últimas consecuencias. «Fue la tejedora que en un
instante une los hilos de la vida y de la muerte, los de la culpa y los
de la desconocida justicia, lo que sólo el amor puede
hacer.» En el sueño creador, María
Zambrano dice que Antígona hace cosas «que solo el
amor puede hacer»: dejemos sin codificar esta palabra, amor,
no la llenemos enseguida de los significados que le damos en nuestra
cultura. Tendríamos que detenernos a escuchar la
indicación tal y como es: hay cosas que sólo el
amor puede hacer.
Como
Antígona, debemos abrir espacios para animarnos a cuestionar
los discursos de sometimiento y abrir espacios de creación y
de reflexión.
María
Jesús Soriano Soriano
Col. 778
Bibliografía
BUTLER, Judith (2001). El grito de Antígona.Barcelona: El
Roure.
BRUERA, S.; MAGNONE, M.(2006).Las mujeres y el poder: Aprendiendo de
las prácticas políticas de las
mujeres.Diputació de Barcelona: Ajuntament de SantBoi de
Llobregat.
CERRADA JIMÉNEZ, Ana I.; SEGURA
GRAÍÑO, Cristina (ed.) (2000).Las mujeres y el
poder: Representaciones y prácticas de vida. Gramar A.G.
BUTTARELL, Annarosa(2005). «Antígona, la chica
piadosa». Duoda:Estudis de la Diferència Sexual,
nº 28.
RIVERA, María-Milagros(2001). Mujeres en
relación:Feminismo 1970-2000.Barcelona: Icaria.
FLAX, Jane (1995). Psicoanálisis y feminismo:Pensamientos
fragmentarios. Madrid: Cátedra.
FREUD, Sigmund (1972). «El malestar en la cultura».
Obras completas. Vol.II. Madrid: Biblioteca Nueva.
SÓFOCLES (2001).Antígona; Edipo rey. Alianza.
ZAMBRANO, María (1986). La tumba de
Antígona.Barcelona:Anthropos.
(1)Conferencia presentada en las jornadas «Las mujeres, los
mitos, la política y el poder».
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