|
|
Las edades de enfermar en el niño |
SECCION:
PsiNotes
// PUBLICAT 05/02/2013 17:15:00 |
|
|
|
 |
 |
Sin el conocimiento de la vida emocional del niño, la
clínica y la comprensión del hecho de enfermar no
son abarcables, si no en su totalidad, sí en una parte
relevante de la misma. Los profesionales que trabajamos con la infancia
debemos observar clínicamente una perspectiva de futuro.
Considero arriesgado decir «he curado a este
niño». Pienso que deberíamos
añadir:«a ver cómo se las arregla en la
vida cuando sea una adulto y si es capaz de resolver sus conflictos con
la menor carga de angustia posible». Nuestro trabajo se basa
en un continuum que va desde el nacimiento hasta el fin de la
adolescencia, con todos los avatares vitales, personales y familiares.
 |
Decía
el profesor Ajuriaguerra que «nacemos con un equipamiento
biológico que va a estar interrelacionado y modelado por los
factores
ambientales que rodean al niño». Y Rita
Levi-Montalcini, en su obra Tiempo de cambios,
nos dice: «La vida de todo ser humano es el resultado no
sólo del
programa genético escrito en sus genes, sino
también de las condiciones
ambientales en las que puede llevarse a cabo este programa. Dichas
condiciones influyen más aún que las
genéticas sobre el desarrollo de
su vida. Por eso no se pueden prever las penas y alegrías
que reserva
la vida a cada recién nacido».
En la era del «todo genético» no debemos
reducir al niño a un soporte
orgánico exclusivamente sin considerar su funcionamiento
psíquico. El
psiquismo del niño es un psiquismo en
estructuración. Así, cuando
Sylvie Tordjman le pregunta a André Bullinger acerca de las
anomalías
orgánicas de la patología autista,
éste le responde: «Cuando busco el
sentido de lo que leo escrito sobre un papel no necesito saber
cuál es
el análisis químico del papel ni de la
tinta». |
La observación
directa es el principal medio
de observación del pediatra. Su ubicación le
permite ver y observar al niño y su entorno en situaciones
privilegiadas y con continuidad en el tiempo. La consulta
pediátrica es fuente de enseñanza para quien sepa
ver y oír.
El acceso al cuerpo del niño tiene variadas connotaciones:
• la aceptación del
cuerpo enfermo y sus anomalías;
• la atención al
desarrollo evolutivo y afectivo del niño;
• la habilidad para explorarlo y
manipularlo (la mano amiga y experta).
Muchas veces, afirma L. Kreisler, el solo planteamiento del problema
puede tener valor curativo: el médico que plantea el
diagnóstico del «cólico de los tres
meses» o el diagnóstico del «espasmo del
sollozo» desactiva un drama y, al mismo tiempo,
sitúa el trastorno en su dimensión real, que es
la de una relación conflictiva, abriendo así la
vía a una resolución de lo que muchas veces la
familia del niño vive como un auténtico drama.
La paciencia para escuchar, la capacidad para entender un gesto o una
actitud son o pueden ser suficientes para disminuir la angustia e
invertir comportamientos.
Definimos la psicopediatría
como el conjunto de conocimientos psicológicos,
psicopatológicos y psiquiátricos que debe poseer
un pediatra para poder realizar la medicina integral infantil que le
corresponde.
Debe estructurarse en cuatro apartados:
1.Comprende
los siguientes subapartados:
- Prevención
- Detección precoz
- Actitud terapéutica
2.
La evolución del niño (etapas evolutivas):
Sin un encuadre evolutivo, toda psicopatología del
niño y del adolescente quedaría reducida a una
mera lista de síntomas inconexos y sin sentido. Casi nunca
la evolución de la vida infantil transcurre con fluidez
silenciosa: por lo común, se manifiestan ciertos
síntomas y conductas pasajeros que, sin constituir
propiamente patología, pueden suponer la señal de
dificultades que son, a su vez, expresión de la vida
emocional del niño y pueden modelar su personalidad y sus
modos de reaccionar. Corresponde al pediatra abordar estos hechos,
comprenderlos y valorarlos. Es lícito plantearse si un
síntoma psíquico de un niño es
«normal» o no, pero el pediatra deberá
saber que es más importante tratar de comprender ese
síntoma o ese comportamiento en el marco del desarrollo
general de este
niño, en este
momento, en esta
familia y en este
ambiente, teniendo en cuenta la constitución y
dotación básica que ese niño trae al
mundo desde que nace. El síntoma debe observarse como una estructura dimensional
y no categorial.
Estadios
evolutivos:
0-2
años:
Se instaura el vínculo
afectivo que
configurará las primeras experiencias básicas de
bienestar/malestar, de amor y ternura, de ser conocido-comprendido
(para poder, más adelante, ser capaz de disfrutar, de amar y
de comprender a los demás), y es el tiempo en el que el
niño adquiere, con una rapidez irrepetible, una gran
cantidad de aprendizajes psicobiológicos fundamentales para
que pueda percibir el mundo adecuadamente y actuar en él.
En esta edad el psiquismo del niño se expresa por
alteraciones somatofuncionales que afectan, fundamentalmente, al
sueño (insomnio) y a la esfera oroalimentaria (anorexia y
cólicos).
Las funciones principales de esta
primera infancia son:
- La alimentación
- El sueño
- La percepción
- La motricidad
Todo esto el niño lo aprende en el marco
entrañable de la relación diádica
madre-bebé (relación primaria
madre-bebé), que hace que esas funciones se conviertan en historia singular,
en biografía
personal de ese
niño concreto, que tiene, también, por su parte,
la «responsabilidad» de una propia
dotación constitucional, todo lo cual hace que entre, desde
el primer momento de su vida (incluso de su vida fetal),en
diálogo transaccional con su madre (y, por
extensión, con su entorno), lo que le hará
distinto a todos los demás,
aunque esas funciones, instrumentalmente hablando, sean iguales para
todos los seres humanos.
Generalmente, la psicopatología precoz del niño
tiene que ver con la alimentación
y con el sueño,
que cuando aparece en ausencia de organicidad, implica siempre una
perturbación notable de la relación con su medio
ambiente próximo, representado, en particular, por la figura
materna.
Asimismo, existe una psicosomática específica de
esta primera edad (vómitos, cólicos
idiopáticos, algias abdominales…).
2-6
años:
La actividad psíquica en esta etapa se manifiesta en la
lucha del niño por la independencia y el control de
esfínteres, así como por el negativismo. Es la
edad de las rabietas y del desarrollo de funciones instrumentales.
Hacia los 3-5 años de edad, el niño normal es un
«delicioso monstruillo»: al mismo tiempo que
desarrolla su genio, su carácter, y arrecia, a veces, en las
ya descritas rabietas, es tierno, delicado, y acusa ansiosamente las
separaciones del lado de sus padres, aunque ya comienza a socializarse.
Pero, además, el mundo le fascina, no cesa de hacer
preguntas, de explorar y de aprender. Para él todo es juego
y descubrimiento, fantasía estructurante, un mundo
convertido en «razonamientos mágicos».
Período
de latencia (6 años - pubertad):
El desarrollo evolutivo del niño deriva hacia lo
psíquico, surgen los procesos de identificación
con el adulto y la noción del deber hacer
(superyó). Surge conflictiva psíquica de
expresión somatiforme (cefaleas,
vómitos…).
Pubertad
y adolescencia:
Lo corporal emerge de nuevo en relación con los conflictos
psíquicos de esta edad, en forma de cefaleas, alteraciones
alimentarias, alteraciones del sueño, hábitos
tóxicos, conductas de riesgo, tentativas de suicidio, etc.
3.
Los factores de riesgo:
Son un concepto estadístico útil para la
detección precoz de lo patológico. Relativos al niño,debemos
considerar la prematuridad, parto múltiple, sufrimiento
neonatal y perinatal, infecciones neonatales y los traumatismos
obstétricos. En cuanto a la relación
parentofilial,valoraremos en
especial las carencias materiales y afectivas, situaciones de maltrato
y las separaciones repetitivas. Relativos a los padres,
tendremos en cuenta los conflictos permanentes, separación,
alcoholismo, muerte, ausencia crónica, enfermedades graves,
en especial las mentales, y la pareja incompleta.
4.
La vulnerabilidad:está en relación con la
capacidad del niño para protegerse de los
estímulos nocivos.
Una vez tomado en consideración todo lo expuesto, ¿cómo
establecer una alianza terapéutica?
La primera visita es
fundamental para ello, ya que hay que construir una
relación. Es necesario:
• «Atraer» a
la familia.
• Sacar a la luz aspectos
personales y psicosociales de la vida del niño.
• Apoyar a los padres en su
papel de padres.
• Incluir al niño.
Es básico demostrar a los padres que se les escucha:
sentarse, mirarles a los ojos, mostrar la atención adecuada.
Estar atentos a las expresiones no verbales de los padres, por ejemplo:
si cambia la cara de la madre cuando sugerimos el uso del
chupete,«no parece que le guste la idea; ¿existe
alguna razón especial?».
Debemos facilitar
la entrevista:
• Dígame algo sobre
ese tema
• Debe ser bastante
difícil para usted
• Evitar interrupciones
• No juzgar
• Ayudar a los padres a elaborar
expectativas realistas alejadas de pensamientos mágicos
Incluir
al niño:
Al inicio de la entrevista debe realizarse una aproximación
al niño, especialmente importante cuando la diferencia
social entre el médico y la familia es grande o cuando la
comunicación resulta difícil debido a la
ansiedad, desconfianza u hostilidad de los padres.
La observación de que existe interés en ayudar al
niño crea un vínculo entre los padres y el
médico.
Reglas
de cortesía:
Toda la cordialidad de la interrelación humana no
médica debe ser observada.
Hay clínicos con muy buenos modales que en entrevistas
médicas orientadas a una tarea concreta omiten saludos,
presentaciones y reglas de cortesía como disculparse por
haber hecho esperar a alguien, llamar a la puerta antes de entrar en
una sala de exploraciones (¡hay que estar atentos y respetar
el pudor de los niños!).
Además, tendremos en consideración los problemas de
comunicación médico-paciente:una
consulta de seguimiento suele durar ± 15 minutos, una
consulta programada: 45-60 minutos. En un encuentro breve puede ser
difícil establecer una comunicación y transmitir
una buena información a los padres. La alta calidad de una
interacción pudiera suplir la limitada cantidad.
Hasta el médico mejor intencionado y altamente preparado
puede encontrarse con barreras a la hora de comunicarse con los
niños debido a las limitaciones en la capacidad de
éstos para comprender la información y las
dificultades del médico para expresar la
información apropiada al nivel del desarrollo.
No hay que infantilizar la consulta ni hablar al niño con
lenguaje infantilizado.
Además, el niño tiene que afrontar la entrevista con el
médico.
La alianza terapéutica puede reforzarse cuando los
médicos comprenden cómo afrontan los
niños el estrés que les produce la visita al
médico.
Los niños menores de 5 años suelen utilizar
recursos directos de comportamiento: escaparse, esconderse
detrás de la madre, dejar que la madre les
acurruque…Entre los 5-9 años de edad emplean
estrategias más elaboradas, como decir que la medicina sabe
mal.
Los más mayorcitos acuden a estrategias más
interiorizadas como la distracción o redefinición
del problema para que éste no parezca tan malo (una
adolescente diabética puede reconducir la idea diciendo que
la enfermedad tiene ventajas porque le ayuda a adelgazar). En
situaciones de intenso estrés pueden regresar a
comportamientos más primarios.
El
niño debe aprender en la consulta que lo que piensa y dice
es tomado en cuenta.
Vamos a describir someramente los trastornos más frecuentes
en las primeras etapas del desarrollo.
Trastornos
del sueño
Subrayaremos dos tipos: el insomnio silencioso y el insomnio ruidoso.
En el primer caso, el bebé permanece largo rato despierto
por la noche sin dar señales de vida: se entretiene solo,
juega con sus manos, no llora…, lo cual no es normal.
Encontramos este tipo de trastorno en autistas, aunque no todos los
insomnios silenciosos son síntoma de autismo. Mucho
más común es el insomnio ruidoso o
«llanto crónico nocturno», muchas veces
como consecuencia de molestias orgánicas o funcionales
(cólico del lactante, otalgias…) y otras veces
sin motivo aparente. Puede ser debido a un cambio del ritmo nictameral,
a inadecuados estímulos ambientales del bebé, a
problemas en la relación diádica con la madre o a
psicopatología de ésta.
Hay que atender activamente al bebé que llora sin consuelo:
vivenciará que su llanto es recogido, escuchado y respondido
por sus padres con medidas de apaciguamiento; pero es preciso
también irle acostumbrando progresivamente a hacer frente a
la frustración de no tener siempre a su
disposición a la mamá o al papá para
calmarlo, de modo que él mismo empiece a desarrollar
mecanismos de autodominio.
Espasmos
del sollozo
Constituyen una modalidad precoz de trastorno de conducta, una
pre-rabieta, una descompensación psicosomática.
Es un trastorno evolutivo que suele aparecer en el primer
año de vida y desaparecer hacia los 2-3 años.
Existe una forma azul o
cianótica y una
forma blanca.La mejor manera de tratar este síntoma es
tranquilizando a los padres.
Rabietas
Las conductas de rabieta que pueden ser antológicas ya entre
el primer y el segundo años de vida constituyen un problema
importante de la mayoría de los padres en la
educación de sus hijos. Del modo como se gestionen va a
depender en gran parte el futuro carácter de los
niños. La rabieta es la «preforma»
de la crisis de nervios y, si
no se sabe actuar con coherencia, firmeza,
serenidad y afecto,
tenderá a ampliarse en progresión
geométrica. La rabieta no debe triunfar, y ante ella nunca
se debe ceder. Es importante que el niño tenga la
experiencia y capte la idea de que la pataleta, el capricho y el
descontrol no son el modo adecuado de relacionarse y sí lo
son la palabra y el razonamiento apropiados.
Ansiedad
en el niño pequeño
El niño de entre 2 y 5 años oscila entre ser
temeroso y ser temerario. Normalmente tiene miedos y los manifiesta de
una u otra forma. No debemos hablar de fobias en estas primeras edades
nada más que cuando la intensidad de los temores sea tan
grande que paralice al niño y le impida realizar su vida
habitual. El imperativo social creciente de llevar al niño a
la guardería con pocos meses de edad ha creado en
él una «pseudosocialización»
que le ha neutralizado, aparentemente, la antes clásica
«ansiedad de separación» que
experimentaba cuando se le apartaba de la madre en una
situación que le resultaba desconocida. Tal angustia
será sustituida por equivalentes «en
negativo» que aparecerán antes o
después: trastornos carenciales, afectivos, problemas de
comportamiento, fobias escolares tardías, falta de
interés por el aprendizaje…, miedos nocturnos,
trastornos ansiógenos del sueño como las
pesadillas y terrores nocturnos. En la pesadilla, el niño se
despierta después de un sueño de miedo, grita y
llama desesperado a sus padres. La reiteración de las
pesadillas es un indicador de que el niño atraviesa por un
estado de conmoción psíquica que es necesario
esclarecer.
Por el contrario, el terror nocturno es como una
dramatización: el niño parece despierto pero no
lo está, habla incoherentemente, tiene alucinaciones
visuales y cenestésicas, no reconoce a sus padres y no
guarda, posteriormente, recuerdo de dicho episodio, que se parece mucho
al trastorno delirante al que parecen predispuestos ciertos
niños cuando sufren fiebre alta.
Ante un panorama de miedos nocturnos infantiles se debe explorar la
situación familiar del niño (tensiones
conyugales, ansiedad de los padres, que ellos mismos sean temerosos, o
muy sobreprotectores). Hay que dilucidar el ambiente de
estimulación en que vive la familia, porque la ansiedad
nocturna infantil puede ser la consecuencia tanto de una escasa
estimulación ambiental como de un exceso de la misma.
Enuresis
La enuresis es, por principio, un trastorno evolutivo infantil.
Existen factores
que conciernen al niño:
El niño enurético es, generalmente, inmaduro e
infantil, pero también existe el
«enurético líder» o el
«enurético niño-modelo», pero
que no puede asistir a ninguna invitación porque
«mojaría la cama» y toda su imagen se
vendría abajo.
Otros son factores
ligados al entorno familiar:
— Padres excesivamente
rígidos, exigentes de un entrenamiento esfinteriano precoz,
rígido y severo (los menos habituales en la sociedad
española, no así en los países
centroeuropeos, en los que la enuresis es extremadamente mal tolerada).
— Padres permisivos con escasa
preocupación por la enuresis del hijo: los más
frecuentes en nuestro medio.
— Padres ambivalentes ante el
síntoma que oscilan de las promesas y regalos a las amenazas
y castigos.
Factores
exógenos:
Acontecimientos
psicotraumáticos: separaciones, inicios o tropiezos en la
escolaridad, sustos, enfermedades…
Trastornos
neuróticos en el niño
Los trastornos neuróticos en el niño no son
sinónimo de neurosis ni de patología mental. Si
bien las características esenciales de los trastornos
neuróticos son las mismas en el niño y en el
adulto, en el niño pueden tener significados muy variados en
función de su desarrollo.
Así, un mismo síntoma se considera normal en
cierto estadio y patológico en otro (por ejemplo, la
ansiedad de separación: normal al año,
patológica a los 12 años). Asimismo, la no
aparición en el momento esperado, por ejemplo de los miedos
y de los rituales de la pequeña infancia, es
patológica.
Debemos diferenciar la neurosis infantil y la neurosis del
niño. La neurosis infantil es inevitable y forma parte del
desarrollo normal; más tarde será reconstruida
por el psicoanálisis del adulto. En el adulto, el
tratamiento de las diferentes neurosis por la cura
psicoanalítica se basa en la técnica de
asociaciones libres en un marco definido y estable y en la
«transferencia»: se trata de la relación
que se establece con el terapeuta. El paciente reproduce sus actitudes
infantiles, proyecta sus conflictos no resueltos productores de
síntomas; así, el análisis reproduce
la «neurosis infantil» del individuo.
La neurosis infantil es fundadora del individuo y corresponde al
conflicto central ligado al problema edípico y a la angustia
de castración. De su resolución
dependerá el equilibrio futuro de la personalidad.
Muy diferente es la neurosis del niño, que constituye una
entidad patológica organizada y fija, que evoca la
patología adulta. Se trata de una desviación
mórbida del desarrollo.
Conclusión
La construcción de la personalidad en el niño no
es un proceso lineal, es un proceso lleno de avatares, de momentos
vulnerables, de conflictos evolutivos, de traumas (unos necesarios e
inevitables, otros patógenos e innecesarios). En el
transcurso de su creación, la personalidad del
niño atraviesa momentos de re-modelación, de
re-organización, difíciles para él si
el medio en el que se desenvuelve no le comprende y ayuda.
También la personalidad sufre heridas que han de ser
compensadas para que el niño pueda seguir adelante.
Serían las «cicatrices» que deja el
desarrollo de la personalidad y que hay que saber reconocer para
emprender luego, con mucho cuidado, la labor terapéutica.
Dr.
Antonio Pombo Sánchez
Dr. en Medicina, Pediatra y Psicoterapeuta
Bibliografía
ANTHONY, E. J.; CHILAND, C.; KOUPERNIK, C.
(1982).L’enfantvulnérable.París: PUF.
COBO MEDINA, C. (1994).«Calendario
psicopatológico». En: HERNÁNDEZ
RODRÍGUEZ, M. Pediatría. 2a ed. Madrid:
Díaz de Santos.
FERRARI, P.; EPELBAUM, C. (1993).Psychiatrie de l’enfant et
de
l’adolescent.París:Médicine-SciencesFlammarion.
KREISLER, L. (1995).«Pédiatrie et psychiatrie de
l’enfant: l’enfantmalade».En: LEBOVICI,
S.; DIATKINE, R.; SOULÉ, M. Nouveautraité de
psychiatriede l’enfant et de l’adolescent.2a
ed.Vol. 1. París: PUF.
LANG, J.-L. (1985).Introducción a la
psicopatología infantil. Madrid: Paraninfo.
LEVI-MONTALCINI, R. (2005).Tiempo de cambios.Barcelona:
Península.
MISÈS, R.; QUEMADA, N.; BOTBOL, M.; BURSZTEJN, C.; DURAND,
B.; GARRABÉ, J.; GOLSE, B.; JEAMMET, P.; PLANTADE, A.;
PORTELLI, C.; THEVENOT,J. P. (2002).«Une
nouvelleédition de la classificationfrançaisedes
troublesmentaux de l’enfant et de l’adolescent: la
CFTMEAR-2000». NeuropsychiatrEnfanceAdolesc, nº 50,
p. 1-24.
PARKER, S.; ZUKERMAN, B. (1996).Pediatría del comportamiento
y del desarrollo.Barcelona:Masson-Little, Brown.
POMBO SÁNCHEZ, A. (2006).«Las psicosis infantiles
en la consulta de pediatría». Cuadernos de
Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del
Adolescente, nº 41-42, p. 5-17.
TORDJMAN, S. (2005).«Des résultats de
l’imageriecérébraledansl’autismeá
leurinterprétation». Le Carnet PSY, nº
97, p. 24-26.
WINNICOTT, D. (1999). Escritos de pediatría y
psicoanálisis. Barcelona: Paidós.
|
|
|
|
|
|