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Crisis, depresión e Inteligencia Emocional |
SECCION:
PsiNotes
// PUBLICAT 20/05/2014 12:43:00 |
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Al hablar de crisis económica es inevitable hacer
alusión al estado emocional de la persona. Tanto es
así que en su terminología el concepto avanzado
de recesión económica se relaciona con conceptos
del estado de ánimo. Los dos ejemplos claros y que
más han impactado a nivel mundial son la denominada Long Depresion
del 1873, también conocida como la ola de pánico
económica, y la Gran
Depresión consecuencia del crack del 29.
En la actualidad y desde
sus inicios en 2008 se está viviendo una
crisis financiera mundial denominada por muchos especialistas como la
“crisis de los países desarrollados”,
donde hay una afectación de los
estados más ricos del planeta. Especialmente en nuestro
país este
suceso está teniendo un gran impacto y millones de familias
se están
viendo afectadas. Cuando se habla de las consecuencias de la crisis
generalmente se establecen tres grandes bloques: consecuencias
económicas -aumento del desempleo junto a la
disminución de la actividad económica-, consecuencias políticas
-severos recortes en el gasto público- y consecuencias sociales
-gravedad de la tasa de desempleo, índice de desahucios,
etc.-. Todas
ellas ocasionan elevados niveles de pobreza y, sin lugar a dudas,
graves efectos a nivel psicológico en las personas quienes
la padecen y
en su entorno. Por lo que paulatinamente se va observando la
relación
causal que se da entre crisis económica y salud mental. |
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Los efectos de la recesión económica afectan
principalmente a la salud, el desempleo y la pobreza, y provocan tanto
distorsiones del entorno familiar como una mayor probabilidad de
padecer problemas de salud mental, siendo los más comunes la
ansiedad, la depresión y el abuso de sustancias.
Observándose que a más endeudamiento mayor riesgo
de sufrir un trastorno mental. En la misma línea, estudios
demuestran que la prevalencia de los problemas de salud mental aumenta
entre las personas desempleadas y entre los que se encuentran de baja
laboral (Haro, et al., 2006). Además el desempleo se
relaciona con un aumento de la mortalidad general y con el
índice de suicidios, estimándose que cada 1% de
tasa de desempleo se asocia con un 0,79 % de suicidios en menores de 65
años (Stuckler, King, & Mckee, 2009).
De hecho, cada vez con más frecuencia se detectan problemas
de salud mental en los centros de atención primaria (AP).
Para hacernos una idea en un metanálisis realizado con datos
de más de 10 países se observó que el
19,5% de los pacientes de AP presentaban depresión
(Mitchell, Vaze y Rao, 2009). Concretamente en España la
demanda de asistencia es cuatro veces mayor que en otros
países europeos (Cano-Vindel, 2011) y uno de los
países de la OCDE (Organización de Consumo y
Desarrollo Europeo) con mayor consumo de psicofármacos
(Casajuana y Romea, 2009). Los estudios realizados con
población adulta en nuestro país indican que la prevalencia de la
depresión se encuentra en un rango entre el
9.6% y el 20.2% (citado en Cano- Vindel, Martín-Salguero,
Mae-Wood, Dongil, y Latorre, 2012), siendo la depresión
mayor el trastorno específico más prevalente
tanto en España como en Europa. Además la
depresión presenta una elevada comorbilidad con otros
trastornos mentales como la ansiedad o el consumo de alcohol y se
relaciona con la ideación y el intento de suicidio en un
porcentaje de riesgo del 28% (Bernal et al., 2007). Otro dato alarmante
es que la
Organización Mundial de la Salud estima que la
depresión será una de las principales causas de
discapacidad en todo el mundo en el año de 2030
sospechándose incluso que se convierta en la segunda causa
de discapacidad, por lo que la probabilidad de sufrir un trastorno
depresivo es y será mucho mayor que otros trastornos
mentales (Murray y López, 1996).
Pero además de un profundo sufrimiento la
depresión supone una carga económica no solo
sobre la persona afectada sino también sobre las familias,
los sistemas sanitarios, las comunidades y los gobiernos en general.
Estos costes se traducen en considerables gastos sanitarios como
visitas en atención primaria, atención
especializada, hospitalización, tratamiento
farmacológico, etc. y laborales como la
disminución del rendimiento y productividad laboral, bajas
por enfermedad, jubilación anticipada, mortalidad, etc.
Estimando que el coste de la depresión en España
asciende a 5.005 millones de euros anuales, y un promedio de 3.042,45
euros al año por paciente con depresión, lo que
duplica el gasto sanitario medio por habitante (Cano-Vindel et al.,
2012).
De ahí la importancia de desarrollar tratamientos eficaces y
eficientes para hallar remedio a este problema psicosocial. Desde la
psicología se han construido una gran variedad de modelos
teóricos que intentan explicar con cierta solidez la
etiología, mantenimiento y recaídas de la
depresión en vistas a una mayor eficacia en su tratamiento.
Entre ellos, los modelos cognitivos son los más conocidos
por los profesionales, siendo los llamados modelos de
diátesis-estrés que postulan que la persona con
más predisposición o vulnerabilidad
interactúa con sucesos ambientales estresantes
desencadenando conductas o trastornos psicológicos, los
más utilizados. Desde esta perspectiva encontramos un amplio
número de investigaciones que al relacionar la
depresión con el estrés concluyen que la gravedad
y la frecuencia del estresor están relacionadas con el
inicio de un episodio depresivo, aunque también coinciden en
que el elemento primordial tanto para el inicio como para el
mantenimiento de este trastorno es la presencia de un sesgo cognitivo
(Vázquez, Hervás, Hernangómez,
& Romero, 2009).
Entre los más reconocidos cabe destacar el modelo cognitivo
de Beck
(1967), según el cual, la adquisición parcial o
sesgada en el procesamiento de la información tienen un
papel principal en el desarrollo y mantenimiento de la
depresión. De acuerdo con éste existen diferentes
elementos clave que son el eje del desarrollo de la
depresión. En primer lugar, la tríada cognitiva,
formada por una visión negativa sobre uno mismo, el mundo y
el futuro; en segundo lugar, los pensamientos automáticos
negativos que desencadenan la activación emocional
característica de la persona con depresión; en
tercer lugar, las distorsiones sistemáticas en el
procesamiento de la información que nos llega desde nuestro
medio; y en cuarto lugar, la disfunción en los esquemas
cognitivos, que son formas de percibir la realidad que incluyen
creencias y emociones. Para que se produzcan disfunciones en estas
estructuras se debe activar otro factor de vulnerabilidad que son las
creencias o actitudes disfuncionales.
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Por su parte, Seligman (1975)
plantea la teoría de la indefensión aprendida
donde la persona expuesta
a situaciones de aversión se encontraría
indefensa, lo que provocaría
una respuesta de ansiedad causada por la incapacidad de control y
posteriormente depresión causada por los resultados
negativos de dicha
situación. En su reformulación, Abramson, Seligman y Teasdale
(1978) introducen un nuevo componente cognitivo: las atribuciones que
el sujeto hace sobre su indefensión. Las atribuciones pueden
variar
según las dimensiones. La primera dimensión
interno-externo hace
referencia a si la persona focaliza la responsabilidad en sí
misma
(interno) o en los demás (externo). Con la segunda
dimensión
estable-inestable se hace referencia a las causas que pueden permanecer
de manera estable en el tiempo o pueden ser variables. Por
último, la
tercera dimensión, global-específico hace
referencia a la generabilidad
de la indefensión, o la incontrolabilidad de un hecho
determinado. De
manera que las personas más propensas a sufrir
depresión son aquellas
que cuando experimentan situaciones que no pueden controlar activan
respuestas emocionales negativas y atribuyen su
indefensión a causas
internas, globales y estables. En esta misma línea algunos
estudios
demuestran que el estilo atribucional de las personas indefensas se
relaciona con los síntomas depresivos, siendo el proceso
emocional un
aspecto fundamental en la depresión (Camuñas,
2005). |
Más adelante surgen nuevas teorías cognitivas
sobre la etiología de la depresión que
aún centrándose en los diferentes modos de
procesamiento y estilos de respuesta, también tienen en
cuenta algunos aspectos emocionales. Entre ellos se encuentran el
estilo de respuesta rumiativo, y la supresión de
pensamientos. Nolen-Hoeksema
(1991) asoció el estilo rumiativo a la
sintomatología depresiva y lo definió como un
estilo de pensamiento o tendencia a focalizar en las propias emociones
negativas, colocando su atención en los síntomas
y comprendiendo las causas y consecuencias de las mismas. La intensidad
y frecuencia de los pensamientos negativos se relacionan con la
duración del estado de ánimo depresivo,
así como con el incremento de las conductas que intensifican
los síntomas de la depresión. El estilo rumiativo
también se ha asociado con algunos rasgos de personalidad,
como el neuroticismo, que podría llegar a ser un factor de
vulnerabilidad para la depresión.
Otras investigaciones sobre el funcionamiento cognitivo se centran en
los intentos que puede hacer la persona para suprimir los pensamientos.
Algunos estudios han demostrado que el hecho de que la persona intente
de forma voluntaria o forzada eliminar los pensamientos negativos puede
desarrollar una respuesta contraria sobre todo en situaciones donde hay
una alta demanda cognitiva. Además, cuando la persona es
más vulnerable a sufrir depresión, el efecto del
estrés puede conducir a focalizar más la
atención en los pensamientos negativos para sentirse mejor,
sin embargo, este hecho puede generar más
preocupación. Asimismo, se ha encontrado un
vínculo entre la tendencia a suprimir pensamientos y el
estilo rumiativo. En un estudio longitudinal se observó que,
después de diez semanas, los participantes con una mayor
tendencia a suprimir pensamientos, y que además
sufrían un alto nivel de estrés, experimentaban
una reacción rumiativa mayor y más
sintomatología depresiva (Wenzlaff y Luxton, 2003).
Si bien, las diferentes teorías cognitivas han aportado
respuestas al estudio de la depresión, también se
han encontrado algunas limitaciones, lo que ha despertado un gran
interés entre el público científico en
este último período, y por ende, cambios
trascendentales en los nuevos descubrimientos. Por ejemplo, algunos
estudios evidencian la importancia de las emociones en el desarrollo de
la depresión. Un trabajo desarrollado por Hervás, Hernangómez y
Vázquez
(2004) indicó que el neuroticismo no sólo
generaba más vulnerabilidad a experimentar emociones
negativas sino también a desarrollar estados emocionales
complejos. Otras investigaciones también han mostrado que
ciertas dificultades en el procesamiento emocional están
relacionadas con una mayor tendencia a rumiar
(Fernández-Berrocal, Ramos, & Extremera, 2001),
confirmando el papel fundamental que juegan las emociones en los
procesos que subyacen a la depresión.
Manejar las emociones de forma inteligente se considera fundamental
para la propia adaptación física y
psicológica. Por lo que desde sus inicios el concepto de
Inteligencia Emocional (IE) descrito por Mayer y Salovey (1990) ha
ido tomando relevancia en distintos ámbitos de la
psicología. Y aunque son muchas las definiciones que se han
desarrollado en los últimos años en torno a la
IE, parece que la propuesta por Mayer y Salovey (1997) en la que la IE
se entiende como un conjunto de habilidades jerárquicamente
estructuradas en cuatro niveles que permiten percibir con
precisión, valorar y expresar emociones (nivel 1); acceder
y/o generar sentimientos cuando facilitan el pensamiento (nivel 2);
comprender y conocer las emociones (nivel 3); y regular las emociones
para fomentar el crecimiento emocional e intelectual (nivel 4) es la
más aceptada e investigada por el colectivo
científico.
La experiencia y la expresión emocional particular de la
persona dependen de los factores de personalidad y de las experiencias
previas, que influyen en la forma en que son procesadas por
quién la experimenta. Por lo que la experiencia emocional
puede ser vivida de dos formas distintas: la experiencia directa y la
reflexión acerca de la experiencia. Así pues al
hablar de IE podemos hacer referencia a dos dimensiones de la misma, la
objetiva o ejecutiva y la subjetiva o percibida. La primera, la IE
objetiva, incluye los cuatro niveles de habilidad a los que se ha hecho
referencia anteriormente (percepción,
facilitación, comprensión y
regulación). En cambio, la IE percibida (IEP) o subjetiva se
refiere a la propia percepción de competencia emocional
respecto al grado de atención que se presta a las emociones,
la claridad con la que se discriminan las distintas emociones y la
capacidad para reparar los estados emocionales negativos.
Inteligencia Emocional y
síntomas de depresión
El nivel de Inteligencia Emocional ha demostrado ser un
indicador útil para valorar el bienestar emocional y el
ajuste psicológico de las personas. Así lo
indican las investigaciones empíricas que evidencian que
contar con un elevado nivel de inteligencia emocional se asocia con
menos síntomas psicológicos, más
optimismo (Schutte, et al., 1998) y una mayor satisfacción
con la vida (Cirrochi, Chan, y Caputi, 2000), lo que garantiza un nivel
aceptable de salud psíquica (Fernández-Berrocal,
Ramos, & Extremera, 2001).
Varias investigaciones han
estudiado la relación entre los síntomas de
depresión y la Inteligencia
Emocional
en población general. En sus inicios algunos estudios
apuntaban que la
influencia de la IE sobre la depresión podría ser
indirecta. Sin
embargo, investigaciones posteriores han mostrado que, junto a otros
factores de riesgo, un bajo nivel de IE constituye un factor
significativo en el desarrollo de la sintomatología
depresiva. La
atención que prestamos a nuestras emociones y la complejidad
emocional
influyen directamente en las puntuaciones que se obtienen en
depresión
(Hervás y Vázquez, 2006). Las personas que
prestan excesiva atención a
sus emociones son más propensas a experimentar
síntomas de depresión y
ansiedad, y a presentar más síntomas
físicos. En cuanto a los síntomas
de depresión también se observa que bajos niveles
de IE se asocian a
ciertos desajustes emocionales que a menudo se relacionan con la
ideación suicida (Salovey et al, 2002). De forma que los
síntomas de
depresión y un exceso de atención a los propios
estados emocionales se
manifiestan como predictores significativos de la ideación
suicida, lo
que no sucede con otros síntomas como los de ansiedad. En
esta línea,
estudios en adolescentes demuestran que una elevada autoestima, apoyo
social positivo y adaptación emocional son factores que
pueden reducir
el riesgo de padecer síntomas de depresión y
comportamientos suicidas
entre los adolescentes en situación de riesgo (Sharaf et al,
2009). |
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Además hay que tener en cuenta que las personas que
distinguen con claridad sus diferentes estados emocionales se perciben
más capaces de comprender qué emociones
están experimentando, reduciendo así la
intensidad de la experiencia emocional y facilitando su
regulación. Observándose que las personas con
poca claridad emocional presentan un estado de ánimo
negativo mayor y más pensamientos rumiativos tras una
experiencia estresante, lo que dificulta el proceso de
reparación emocional.
A este respecto, Fernández-Berrocal, Ramos y Orozco
(1999) comprobaron que las mujeres que se perciben con mayor capacidad
para reparar sus emociones, presentan menos sintomatología
depresiva durante la gestación. De hecho, se ha podido
discriminar entre subtipos de depresión en
función de la capacidad de reparación emocional
observándose que está más relacionada
con la depresión por desesperanza que con la
depresión endógena
(Fernández-Berrocal, Extremera y Ramos, 2004). Por otro
lado, algunos estudios muestran como la Inteligencia Emocional influye
y regula la supresión de pensamientos en situaciones de
estrés. Según estos investigadores, la
relación negativa que se establece entre claridad y
reparación emocional con la depresión, ansiedad y
supresión de pensamientos indica que la creencia de poder
prolongar los propios estados emocionales positivos e interrumpir los
negativos asegura un nivel aceptable de salud mental,
entendiéndola como la ausencia de síntomas de
ansiedad y depresión. Parece que una baja claridad emocional
y una baja reparación emocional están asociadas
con una mayor tendencia a rumiar y, en consecuencia a una peor salud
mental (Fernández-Berrocal, Ramos, & Extremera,
2001).
Por lo tanto, en los estudios donde se analiza el papel de la IEP como
factor protector ante síntomas de depresión se
encuentra una asociación negativa de la claridad y la
reparación emocional con el nivel de depresión, y
positiva con el nivel de atención a las emociones. Las
investigaciones realizadas con la IE objetiva confirman que escasas
habilidades de IE se relacionan con sintomatología depresiva
en muestras no clínicas, indicando que podrían
ser un factor de vulnerabilidad a la depresión. Sin embargo,
la presencia de síntomas depresivos parece estar
más relacionada con la percepción subjetiva de
competencia emocional (IEP) que con el nivel objetivo de IE, es decir,
con las habilidades con las que realmente cuenta la persona (Lizeretti,
2012).
Inteligencia Emocional y
depresión mayor.
Más concretamente en el ámbito de las
psicopatología, los resultados de las investigaciones
indican que hay diferencias significativas en los niveles de IE en
pacientes con diferentes psicopatologías y los controles no
clínicos, siendo los pacientes clínicos
quiénes presentan menos IE y IEP que la población
general. De manera que pacientes con diferentes trastornos mentales se
pueden diferenciar de personas sin psicopatología por sus
niveles de IE, del mismo modo que puede diferenciarse entre pacientes
con distintos diagnósticos psicopatológicos en
función de los déficits que presentan en las
habilidades emocionales (Hertel et al., 2009; Lizeretti,
Extremera y Rodríguez, 2012).
Como se ha comentado anteriormente podemos evaluar la IE desde dos
perspectivas distintas, la
IE objetiva y la IE
subjetiva. Asimismo podemos encontrar estas dos
líneas entre las diferentes investigaciones sobre la
depresión en población
clínica. A nivel objetivo, los pacientes con
trastorno por depresión tienen dificultades para tomar
decisiones ya que presentan un sesgo atencional negativo que puede
explicarse por las deficiencias que tienen en las habilidades de
facilitación y comprensión de las emociones
(Hertel et al., 2009). Otras investigaciones en el ámbito
clínico indican que las dificultades en la
gestión y el control emocional que tienen estos pacientes
pueden influir de forma significativa en la gravedad del trastorno
(Downey et al., 2008).
A nivel subjetivo, los estudios indican que los pacientes con
depresión atienden adecuadamente a los estímulos
emocionales, sin embargo presentan dificultades para identificar con
claridad y reparar sus experiencias emocionales negativas (Lizeretti et
al., 2012). La dificultad para diferenciar con claridad entre distintos
estados emocionales podría ser debida a los sesgos negativos
en el reconocimiento de las emociones que presentan los pacientes con
depresión. En cambio el estado deprimido constante
podría explicarse por la incapacidad para gestionar de forma
adecuada las emociones negativas, sobre todo por sus dificultades para
poner en marcha estrategias de reparación emocional.
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La reparación emocional
representa una habilidad de la regulación emocional que
implica la
capacidad de cambiar experiencias emocionales negativas por otras
más
positivas. Se ha demostrado que utilizar la alegría como
estrategia de
reparación emocional amplía el campo visual,
permite reducir el impacto
y duración de una emoción desagradable en la
mente, contrarrestar los
efectos negativos de otras emociones, codificar y recuperar mejor
recuerdos positivos y produce una recuperación
cardiovascular más
rápida que una experiencia neutral (Frederickson, 2001). Sin
embargo,
aunque existen formas distintas para regular los estados emocionales de
forma creativa orientados al crecimiento personal, también
existen
formas equívocas como son la supresión,
represión, exacerbación o
evitación emocional en las que no se da una
auténtica regulación. Este
hecho tiene un papel trascendental en el desarrollo y mantenimiento de
la depresión así como en otros trastornos
psicopatológicos. Más cuando
se ha demostrado que la habilidad para reparar los estados emocionales
se relaciona significativamente con la capacidad de recurrir a
pensamientos positivos y presentar menos niveles de estrés
tras
experimentar situaciones emocionales desagradables (Salovey et al.,
1995).
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Tal y como se ha ido demostrando en las distintas investigaciones las
dificultades que presentan las personas en las habilidades emocionales
que constituyen la IE están relacionadas con distintas
formas de malestar físico y emocional. Por este motivo,
queremos destacar que desde el modelo de Inteligencia Emocional se
puede contribuir a explicar los procesos emocionales que se dan en la
depresión así como en otros trastornos
psicopatológicos a fin de comprender mejor su
etiología y poder intervenir de una forma más
eficaz. Por lo que el abordaje psicoterapéutico de estas
habilidades emocionales puede ser el foco en el tratamiento de los
trastornos mentales. A pesar de que todavía no son muy
abundantes las investigaciones que estudian el concepto de Inteligencia
Emocional en el ámbito de la psicopatología
clínica, los datos obtenidos hasta el momento indican que
nos hallamos ante un nuevo paradigma desde el que formular modelos
explicativos para los distintos trastornos psicopatológicos.
Las habilidades de procesamiento emocional o IE pueden ofrecer un marco
desde el que comprender mejor la etiología del trastorno
depresivo pero también para el diseño y
aplicación de programas de intervención
psicológica eficaces basados en el desarrollo de estas
habilidades. En este sentido, en Terapia
basada en Inteligencia Emocional. Manual de tratamiento
(Lizeretti, 2012) se ofrecen herramientas para entender y gestionar
eficazmente los procesos emocionales que se dan en la
depresión así como en otros trastornos
psicopatológicos desde el modelo de Inteligencia Emocional.
En resumen, es fundamental consolidar el concepto de la IE
así como construir programas de intervención terapéutica
eficaces y eficientes para contribuir al bienestar y ajuste
psicológico de las personas con depresión y otros
trastornos mentales. Un espacio donde podrá profundizarse en
los estudios que se están desarrollando en torno a este tema
es el II Congreso
Nacional de Inteligencia Emocional que tendrá
lugar en Barcelona los días 22, 23 y 24 de Octubre del
presente año. Para más información
puede consultarse la web
del congreso.
Nathalie P. Lizeretti y
Núria Garcia
Grupo de Trabajo en Inteligencia Emocional del COPC
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