En el ámbito de la primera infancia uno de los motivos de consulta recurrentes implícitos o explícitos, son los miedos.

El miedo, desde una perspectiva psicológica, es una defensa que actúa como reacción ante un hecho angustiante para el individuo, bien sea real o bien sea imaginario, y que se traduce en una reacción ante un hecho que crea inseguridad, paraliza y supera al sujeto en determinados momentos.

Evolutivamente, el miedo ha formado parte de la supervivencia de los seres vivos. Gracias al miedo, las especies han sobrevivido en situaciones extremas de amenaza y de riesgo para la propia vida. A nivel biológico, el miedo pone en marcha mecanismos de alerta que activan al individuo para protegerse del hecho amenazante o de los depredadores. Así, podemos encontrar reacciones diversas como la huída, la paralización, el mimetismo, correr y esconderse o correr y retroceder, zigzaguear o seguir una ruta errática. Todas estas estrategias pueden encontrarse en la naturaleza y todas ellas están destinadas a confundir o evitar al predador.

Llevado al terreno de la infancia, el miedo forma parte necesaria del desarrollo del psiquismo del niño y se considera una reacción sana siempre y cuando el adulto pueda recogerlo y elaborarlo de forma conjunta con el niño. El papel de los mayores es importante ya que son quienes pueden ayudar al niño a diferenciar qué miedos se relacionan con hechos reales (aquellos que estarían ligados a experiencias desagradables, estresantes o angustiantes) o miedos relacionados con la imaginación e inseguridades del niño, propias de diferentes etapas evolutivas.

Teniendo en cuenta las distintas etapas evolutivas, el miedo aparece ya en momentos muy tempranos del desarrollo infantil en que los niños conectan con las primeras experiencias que lo provocan. Los miedos habituales en la etapa que comprende de los 0 a los 3 años suelen ser:

-    Miedo a ser abandonado, cuando el adulto desaparece de su campo de olfato, audición o visión.
-    Miedo a caer, cuando dan sus primeros pasos y todavía no van seguros.
-    Miedo a personas desconocidas.
-    Miedo a sonidos fuertes e inesperados o no familiares.

En etapas posteriores, de los 3 a los 6 años, el lenguaje permite que muchos niños puedan verbalizar el origen de sus miedos. Éstos comprenden temáticas variadas pero comunes, como algunas de las que listan a continuación:

-    El miedo a la oscuridad: no quieren irse a dormir o se despiertan por la noche y buscan la compañía del adulto para calmar su angustia.
-    Miedo a la muerte o a la desaparición de seres cercanos, en ocasiones porque viven alguna pérdida en su entorno inmediato.
-    Miedo a ruidos fuertes e inesperados como petardos o estallidos de globos.
-    Miedo a los cambios de espacio, normalmente en lugares desconocidos.
-    Miedo a determinados animales.
-    Miedo a personajes imaginarios relacionados con cuentos o tradiciones orales populares como el Lobo, los Monstruos, los Fantasmas, el Ratoncito Pérez, el Hombre del Saco, Papá Noël, los Reyes Magos, “los Malos” de las películas o de los dibujos animados.
-    Miedo a caerse desde cierta altura; en estas edades, suelen tener mayor noción de peligro y pueden regular la altura a la que subir.
-    Miedo a ir al WC, bien sea porque asocian el wáter con un agujero por el que pueden caer y desaparecer o bien por problemas físicos (niños con problemas de estreñimiento, que sienten dolor al pasar días sin defecar).

Los miedos conectan al individuo con sentimientos que implican soledad, desprotección o incertidumbre. Encontramos referencias constantes al miedo como herramienta de aprendizaje y evolución de la persona en el imaginario popular en forma de refranes, fábulas o cuentos clásicos. Algunos ejemplos de cuentos clásicos que abordan plenamente estas temáticas son Caperucita Roja, los Tres Cerditos, Hansel y Gretel, Jack y las habichuelas mágicas, Bambi o Pinocho. Niños y adultos experimentan de forma constante las angustias que quedan ahí recopiladas.

Si estos miedos no son recogidos y al niño no se le dota de seguridad o no se le dan respuestas que en ese momento necesita, pueden instaurarse e irse generalizando a lugares y situaciones diferentes hasta convertirse en miedos patológicos. En caso de ayudar y acompañar al niño en el proceso de elaboración constructiva del miedo, se puede conseguir un aprendizaje que revierta en el sujeto como positivo.

La no manifestación de miedos no significa que éstos no existan o que no puedan ser gestionados por el propio sujeto. Por otra parte es interesante observar determinados miedos comunes en niños, ya que son un indicador positivo de conexión con el entorno y sentimientos que se generan. En esos casos, la manifestación del miedo es una respuesta saludable. Cuando un niño no es capaz de establecer esa conexión habría que valorar si actúa así haciendo uso de una defensa de tipo maníaca (negando el miedo) o hay una incapacidad real de conectar los hechos que entrañan peligro con sus consecuencias (como ejemplo, niños que no tienen noción de peligro y que a menudo se ponen o ponen a otros en situaciones reales de riesgo físico).

Las causas que desencadenan los miedos pueden tener origen diverso. El niño puede conectar una mala experiencia a un sonido, olor, temperatura, experiencia táctil, imagen o sabor. Y esa mala experiencia, en otro momento puede resurgir al escuchar, oler, percibir, tocar, ver o probar otra cosa que lo conecta con la experiencia negativa y le trae el recuerdo al presente. Generalmente, esto provoca la activación de mecanismos de defensa y aparece la manifestación emocional con la que el niño reacciona: llorando, temblando, gritando o también mostrando conductas y actitudes de inhibición, somatizaciones, problemas de conciliación de sueño, despertares nocturnos, problemas de alimentación, dificultades con los cambios de espacio, entre otros. Estas reacciones son indicadores iniciales de detección de los miedos en la infancia.

Los miedos no trabajados, fomentados y descontrolados pueden derivar en fobias, donde el miedo pasa a manifestarse de una forma más intensa, los niveles de ansiedad son muy altos y la agitación crece en forma de llanto, gritos o temblores, además de somatizaciones importantes. El grado de incapacitación del sujeto suele ser alto: se ven interferidas las funciones relacionales y la capacidad de realizar dinámicas diarias

En el ámbito clínico, disponemos de herramientas diagnósticas como los tests proyectivos gráficos que nos permiten explorar aspectos emocionales que provocan determinadas reacciones en los niños. Hay que tener en cuenta que estos tests son aplicables a partir de los 3 o 4 años, cuando el niño se maneja mínimamente a nivel verbal y/o gráfico. Algunos de ellos son CAT-A/-H,  Corman (Dibujo de la Familia), HTPP (Dibujo de la Casa, Árbol, Persona 1 y 2), Dibujo animal, Dibujo Libre, Test Pata Negra y Hora de Juego Diagnóstica, entre otros, además de la observación del niño en diferentes contextos y situaciones. En edades más tempranas, la observación sigue siendo el mejor indicador para detectar la existencia de miedos, además de somatizaciones (piel atópica, alergias, dolores de cabeza, estómago o dolores difusos...). Es tan importante lo que comunica verbalmente el niño como lo que no dice: actitud y comunicación no verbal y manifestación corporal.

Los miedos en la infancia pueden ser tratados desde diferentes ámbitos, hay que valorar primero su intensidad y la forma en que éstos interfieren en el desarrollo de las actividades diarias del niño en su entorno habitual. Se puede iniciar derivando a un especialista para realizar una exploración psicológica y quizá proponer una intervención psicoterapéutica que aborde a niño y familia, teniendo en cuenta sus entornos inmediatos, sobre todo el ámbito escolar. En el caso concreto de las fobias, es necesario hacer una exploración psicológica y hacer una propuesta terapéutica, ya que si no son tratadas a nivel psicoterapéutico tienden a empeorar.

Teniendo en cuenta la edad, la ventaja que tienen los niños de más de 3 años es que comprenden y hacen uso del lenguaje como vía para pasar por la palabra muchas de las ansiedades y miedos que padecen. Ayuda también el dominio del grafismo y del simbolismo tanto en dibujo como en juego, así como también la comprensión de cuentos o dibujos infantiles. Todas estas herramientas nos permiten evaluar y trabajar aspectos emocionales que preocupan a los niños.

La reacción de los adultos ante los miedos de los niños suele reflejar la manera en la que ellos mismos han vivido, experimentado y elaborado previamente miedos propios y también la manera en la que sus adultos afrontaron y trabajaron esos miedos con anterioridad. A través de lo que viven los niños, los adultos pueden verse reflejados y despertarse en ellos sentimientos de compasión, empatía, rechazo o desprecio.

Lo que sería nocivo para el niño y que el adulto no debería hacer es negar, minimizar, culpabilizar, fomentar o incentivar el miedo. Frases como (…) “el perro te morderá”, “vendrá un hombre y te llevará”, “vendrá el lobo, (monstruo o fantasma) para llevarte”, “llamaré a la policía para que te castigue”, “te cerraré en un cuarto oscuro”, “te dejaré solo y no me verás más”, y un largo etcétera son ejemplos de cómo se fomentan o incentivan los miedos: unas veces haciendo uso de figuras de autoridad como herramienta de castigo, otras veces a través de animales o seres fantásticos y otras utilizando lugares lúgubres como sitios donde ubicar al niño. Con estas verbalizaciones se potencia el miedo a los animales, a la oscuridad, a los seres fantásticos, a seres reales o a lugares concretos.

Como adultos, ¿cómo podemos ayudar a los niños a afrontar y superar sus miedos, temores e inseguridades? Acompañando, escuchando, verbalizando, explicando, apoyando y observando. Los miedos pueden ser contextualizados y situados en lugares y hechos concretos: monstruos, fantasmas o animales feroces hay que ubicarlos en cuentos y películas, al igual que “los malos”. Las figuras de autoridad son personas que velan por nuestro bienestar. Los ruidos fuertes son habituales en festividades o celebraciones… Ubicando cada situación en su lugar, los niños pueden enfrentarse a sus propios miedos y empezar a trabajarlos a través de la experiencia propia y siempre de la mano del adulto, que debe acompañar y respetar sus tiempos. También es importante que el adulto cree y establezca un vínculo seguro, vínculo entendido como elemento de contención que otorga seguridad al niño para dotarlo de herramientas y que sea él mismo quien vaya superando los miedos propios de cada etapa de su desarrollo.

La educación emocional, el poder hablar de cómo nos sentimos ante determinadas situaciones o momentos puede ayudar a los niños a que identifiquen un mayor abanico de emociones y no tengan reparo al hablar de ellas cuando lo necesiten.

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Silvia Ardanuy Subías
col. nº 11.834