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Cómo entender los miedos en la primera infancia |
SECCION:
PsiNotes
// PUBLICAT 10/07/2015 13:21:00 |
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En el ámbito de la
primera infancia uno de los motivos de consulta
recurrentes implícitos o explícitos, son los miedos.
El miedo, desde una perspectiva psicológica, es una defensa
que actúa como reacción ante un hecho angustiante
para el individuo, bien sea real o bien sea imaginario, y que se
traduce en una reacción ante un hecho que crea inseguridad,
paraliza y supera al sujeto en determinados momentos.
Evolutivamente, el miedo ha formado parte de la supervivencia de los
seres vivos. Gracias al miedo, las especies han sobrevivido en
situaciones extremas de amenaza y de riesgo para la propia vida. A
nivel biológico, el miedo pone en marcha mecanismos de alerta
que activan al individuo para protegerse del hecho amenazante o de los
depredadores. Así, podemos encontrar reacciones diversas
como la huída, la paralización, el mimetismo,
correr y esconderse o correr y retroceder, zigzaguear o seguir una ruta
errática. Todas estas estrategias pueden encontrarse en la
naturaleza y todas ellas están destinadas a confundir o
evitar al predador.
Llevado al terreno de la infancia, el miedo forma parte necesaria del
desarrollo del psiquismo del niño y se considera una
reacción sana siempre y cuando el adulto pueda recogerlo y
elaborarlo de forma conjunta con el niño. El papel de los
mayores es importante ya que son quienes pueden ayudar al
niño a diferenciar qué miedos se relacionan con
hechos reales (aquellos que estarían ligados a experiencias
desagradables, estresantes o angustiantes) o miedos relacionados con la
imaginación e inseguridades del niño, propias de
diferentes etapas evolutivas.
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Teniendo en cuenta las
distintas etapas evolutivas, el miedo aparece ya
en momentos muy tempranos del desarrollo infantil en que los
niños
conectan con las primeras experiencias que lo provocan. Los miedos
habituales en la etapa que comprende de los 0 a los 3 años
suelen ser:
- Miedo a ser abandonado, cuando el
adulto desaparece de su campo de olfato, audición o
visión.
- Miedo a caer, cuando dan sus primeros
pasos y todavía no van seguros.
- Miedo a personas desconocidas.
- Miedo a sonidos fuertes e inesperados o
no familiares.
En etapas posteriores, de los 3
a los 6 años,
el lenguaje permite que muchos niños puedan verbalizar el
origen de sus
miedos. Éstos comprenden temáticas variadas pero
comunes, como algunas
de las que listan a continuación:
- El miedo a la oscuridad:
no quieren irse a dormir o se despiertan por la noche y buscan la
compañía del adulto para calmar su angustia.
- Miedo a la muerte o a la
desaparición de seres cercanos, en ocasiones porque viven
alguna pérdida en su entorno inmediato.
- Miedo a ruidos fuertes e inesperados
como petardos o estallidos de globos.
- Miedo a los cambios de espacio,
normalmente en lugares desconocidos.
- Miedo a determinados animales.
-
Miedo a personajes imaginarios relacionados con cuentos o
tradiciones
orales populares como el Lobo, los Monstruos, los Fantasmas, el
Ratoncito Pérez, el Hombre del Saco, Papá
Noël, los Reyes Magos, “los
Malos” de las películas o de los dibujos animados.
- Miedo a
caerse desde cierta altura; en estas edades, suelen tener mayor
noción
de peligro y pueden regular la altura a la que subir.
- Miedo a
ir al WC, bien sea porque asocian el wáter con un agujero
por el que
pueden caer y desaparecer o bien por problemas físicos
(niños con
problemas de estreñimiento, que sienten dolor al pasar
días sin
defecar). |
Los miedos conectan al individuo con sentimientos que implican soledad,
desprotección o incertidumbre. Encontramos referencias
constantes al miedo como herramienta de aprendizaje y
evolución de la persona en el imaginario popular en forma de
refranes, fábulas o cuentos clásicos. Algunos
ejemplos de cuentos clásicos que abordan plenamente estas
temáticas son Caperucita Roja, los Tres Cerditos, Hansel y
Gretel, Jack y las habichuelas mágicas, Bambi o Pinocho.
Niños y adultos experimentan de forma constante las
angustias que quedan ahí recopiladas.
Si estos miedos no son recogidos y al niño no se le dota de
seguridad o no se le dan respuestas que en ese momento necesita, pueden
instaurarse e irse generalizando a lugares y situaciones diferentes
hasta convertirse en miedos patológicos. En caso de ayudar y
acompañar al niño en el proceso de
elaboración constructiva del miedo, se puede conseguir un
aprendizaje que revierta en el sujeto como positivo.
La no manifestación de miedos no significa que
éstos no existan o que no puedan ser gestionados por el
propio sujeto. Por otra parte es interesante observar determinados
miedos comunes en niños, ya que son un indicador positivo de
conexión con el entorno y sentimientos que se generan. En
esos casos, la manifestación del miedo es una respuesta
saludable. Cuando un niño no es capaz de establecer esa
conexión habría que valorar si actúa
así haciendo uso de una defensa de tipo maníaca
(negando el miedo) o hay una incapacidad real de conectar los hechos
que entrañan peligro con sus consecuencias (como ejemplo,
niños que no tienen noción de peligro y que a
menudo se ponen o ponen a otros en situaciones reales de riesgo
físico).
Las causas que desencadenan los miedos pueden tener origen diverso. El
niño puede conectar una mala experiencia a un sonido, olor,
temperatura, experiencia táctil, imagen o sabor. Y esa mala
experiencia, en otro momento puede resurgir al escuchar, oler,
percibir, tocar, ver o probar otra cosa que lo conecta con la
experiencia negativa y le trae el recuerdo al presente. Generalmente,
esto provoca la activación de mecanismos de defensa y
aparece la manifestación emocional con la que el
niño reacciona: llorando, temblando, gritando o
también mostrando conductas y actitudes de
inhibición, somatizaciones, problemas de
conciliación de sueño, despertares nocturnos,
problemas de alimentación, dificultades con los cambios de
espacio, entre otros. Estas reacciones son indicadores iniciales de
detección de los miedos en la infancia.
Los miedos no trabajados, fomentados y descontrolados pueden derivar en
fobias,
donde el miedo pasa a manifestarse de una forma más intensa,
los niveles de ansiedad son muy altos y la agitación crece
en forma de llanto, gritos o temblores, además de
somatizaciones importantes. El grado de incapacitación del
sujeto suele ser alto: se ven interferidas las funciones relacionales y
la capacidad de realizar dinámicas diarias
En el ámbito clínico, disponemos de herramientas
diagnósticas como los tests
proyectivos gráficos que nos permiten explorar
aspectos emocionales que provocan determinadas reacciones en los
niños. Hay que tener en cuenta que estos tests son
aplicables a partir de los 3 o 4 años, cuando el
niño se maneja mínimamente a nivel verbal y/o
gráfico. Algunos de ellos son CAT-A/-H, Corman
(Dibujo de la Familia), HTPP (Dibujo de la Casa, Árbol,
Persona 1 y 2), Dibujo animal, Dibujo Libre, Test Pata Negra y Hora de
Juego Diagnóstica, entre otros, además de la
observación del niño en diferentes contextos y
situaciones. En edades más tempranas, la
observación sigue siendo el mejor indicador para detectar la
existencia de miedos, además de somatizaciones (piel
atópica, alergias, dolores de cabeza, estómago o
dolores difusos...). Es tan importante lo que comunica verbalmente el
niño como lo que no dice: actitud y comunicación
no verbal y manifestación corporal.
Los miedos en la infancia pueden ser tratados desde diferentes
ámbitos, hay que valorar primero su intensidad y la forma en
que éstos interfieren en el desarrollo de las actividades
diarias del niño en su entorno habitual. Se puede iniciar
derivando a un especialista para realizar una exploración
psicológica y quizá proponer una
intervención psicoterapéutica que aborde a
niño y familia, teniendo en cuenta sus entornos inmediatos,
sobre todo el ámbito escolar. En el caso concreto de las
fobias, es necesario hacer una exploración
psicológica y hacer una propuesta terapéutica, ya
que si no son tratadas a nivel psicoterapéutico tienden a
empeorar.
Teniendo en cuenta la edad, la ventaja que tienen los niños
de más de 3 años es que comprenden y hacen uso
del lenguaje como vía para pasar por la palabra muchas de
las ansiedades y miedos que padecen. Ayuda también el
dominio del grafismo y del simbolismo tanto en dibujo como en juego,
así como también la comprensión de
cuentos o dibujos infantiles. Todas estas herramientas nos permiten
evaluar y trabajar aspectos emocionales que preocupan a los
niños.
La reacción de los adultos ante los miedos de los
niños suele reflejar la manera en la que ellos mismos han
vivido, experimentado y elaborado previamente miedos propios y
también la manera en la que sus adultos afrontaron y
trabajaron esos miedos con anterioridad. A través de lo que
viven los niños, los adultos pueden verse reflejados y
despertarse en ellos sentimientos de compasión,
empatía, rechazo o desprecio.
Lo que sería nocivo para el niño y que el adulto
no debería hacer es negar, minimizar, culpabilizar, fomentar
o incentivar el miedo. Frases como (…) “el perro
te morderá”, “vendrá un
hombre y te llevará”, “vendrá
el lobo, (monstruo o fantasma) para llevarte”,
“llamaré a la policía para que te
castigue”, “te cerraré en un cuarto
oscuro”, “te dejaré solo y no me
verás más”, y un largo
etcétera son ejemplos de cómo se fomentan o
incentivan los miedos: unas veces haciendo uso de figuras de autoridad
como herramienta de castigo, otras veces a través de
animales o seres fantásticos y otras utilizando lugares
lúgubres como sitios donde ubicar al niño. Con
estas verbalizaciones se potencia el miedo a los animales, a la
oscuridad, a los seres fantásticos, a seres reales o a
lugares concretos.
Como adultos, ¿cómo podemos ayudar a los
niños a afrontar y superar sus miedos, temores e
inseguridades? Acompañando, escuchando, verbalizando,
explicando, apoyando y observando. Los miedos pueden ser
contextualizados y situados en lugares y hechos concretos: monstruos,
fantasmas o animales feroces hay que ubicarlos en cuentos y
películas, al igual que “los malos”. Las
figuras de autoridad son personas que velan por nuestro bienestar. Los
ruidos fuertes son habituales en festividades o
celebraciones… Ubicando cada situación en su
lugar, los niños pueden enfrentarse a sus propios miedos y
empezar a trabajarlos a través de la experiencia propia y
siempre de la mano del adulto, que debe acompañar y respetar
sus tiempos. También es importante que el adulto cree y
establezca un vínculo seguro, vínculo entendido
como elemento de contención que otorga seguridad al
niño para dotarlo de herramientas y que sea él
mismo quien vaya superando los miedos propios de cada etapa de su
desarrollo.
La educación emocional, el poder hablar de cómo
nos sentimos ante determinadas situaciones o momentos puede ayudar a
los niños a que identifiquen un mayor abanico de emociones y
no tengan reparo al hablar de ellas cuando lo necesiten.
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Silvia Ardanuy
Subías
col. nº 11.834
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