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Margarita Álvarez y Gabriela
Galarraga son las
directoras de las XVII
Jornadas de la Escuela Lacaniana de
Psicoanálisis que
tendrán lugar los próximos 24 y 25 de noviembre
en el World Trade Center de
Barcelona. Este año las Jornadas se titulan ¿Quieres
lo que deseas?
Excentricidades del deseo, disrupciones de goce, y se
preguntan si
se puede
desear cuando todo está permitido, si el deseo se reconoce
como un derecho que
exige ser satisfecho.
Las líneas de trabajo de las
jornadas, las
ponencias, el programa, los materiales y el formulario de
inscripción están disponibles en la página web de las
Jornadas
¿Quieres lo que deseas?
Excentricidades de deseo, disrupciones de goce.
Para empezar a hablar
sobre el
deseo, Margarita Álvarez y Gabriela Galarriaga responden para el
PsiAra las
preguntas de otro psicólogo psicoanalista, José
Ramón Ubieto.
Haz clic en
el cartel de las Jornadas para ver el vídeo promocional. |
1. ¿Quieres lo que deseas? Es el
título de las jornadas. ¿Por qué este
título? ¿No es lo mismo el deseo que el
querer?
El título de las
Jornadas hace presente una tensión entre lo que se quiere y
lo que se desea. El
deseo para el psicoanálisis es inconsciente y tiene que ver
con las huellas que
dejó para cada uno la primera experiencia de
satisfacción.
El deseo humano remite
entonces a la historia de cada cual: no compete a la
biología, no es del orden
del instinto. Si lo fuera, sería común a todos
los individuos de la especie. Y
vemos continuamente que eso no ocurre en absoluto, más bien
comprobamos todo lo
contrario.
El deseo humano es
particular, no universal, es excéntrico a la necesidad e
incluso extravagante:
con frecuencia nos cuesta entender lo que percibimos como el deseo del
otro, que
alguien desee algo distinto que nosotros.
El deseo tampoco
tiene forzosamente que ver con lo que se quiere. Con frecuencia nos
causa
conflicto en tanto escapa a toda norma y deseo de dominio por parte de
uno
mismo o de los otros. Remite a
la modalidad
de satisfacción de cada cual y, por ello, es el motor de la
vida. Entonces, no
podemos obviar la pregunta por el deseo si además de estar
vivos, queremos
sentirnos vivos mientras lo estamos.
De ahí la importancia
de la pregunta inicial del título de nuestras Jornadas: cada
cual tendría que preguntarse
si quiere lo que desea porque es posible que esas huellas, esas marcas
de
satisfacción tempranas, lleven al sujeto a algo que no le
hace bien. Pero, también,
puede invertir la pregunta y plantearse si desea lo que quiere, porque,
como
hoy en día vemos frecuentemente, podemos embarcarnos en una
búsqueda consumista
de objetos y “experiencias”, que en realidad no nos
producen más que una satisfacción
poco duradera y que paradójicamente aumenta, nada
más finalizada, nuestra
sensación de insatisfacción y vacío.
Podemos decir que un psicoanálisis
comienza cuando un sujeto se encuentra con la repetición
sintomática de algo
que no le sienta bien y eso le abre la pregunta por su deseo: de
qué manera
está implicado en eso que le pasa, cuál es su
responsabilidad en su
sufrimiento. Si esa pregunta no se abre, si la culpa es solo del otro o
de los
neurotransmisores, no hay nada que hacer… por el momento
–a veces, que la
pregunta se abra puede requerir cierto tiempo.
Del mismo modo, un
análisis termina cuando el sujeto encuentra una
solución para su deseo: una manera
de hacer con él que no le cause problemas, es decir, cuando
puede querer lo que
desea.
Esta solución nunca
tendrá que ver con ninguna moral universal, y por tanto,
nadie se la puede dar
a ningún sujeto, él ha de encontrarla. La
solución es siempre particular y no
es una regla de vida para todos –ya sabemos los problemas que
surgen cuando nos
dedicamos a decir al otro cómo debe vivir–. Ella
implica un juicio íntimo del
propio sujeto sobre lo que le va bien, independientemente de si es
estadísticamente
normal o si es extensible a otros.
Un psicoanálisis abre,
desde el inicio hasta el final, a esta dimensión
ética de la relación del
sujeto consigo mismo.
2. Los
neurocientíficos ligan el deseo a la dopamina, cuya
liberación produce placer
anticipando el logro, como muestra el éxito de los likes
en las redes
sociales. ¿Es compatible esta tesis con la idea que propone
el psicoanálisis
sobre el deseo?
Nuestro
organismo funciona con química, pero eso no quiere decir que
con la química
solucionemos ningún síntoma
psicológico: solo nos sube el ánimo o nos lo
baja,
como hacen unos tipos de drogas u otros, de una manera más
simple o más
compleja, pero en resumen poca cosa más. Ninguna de las
drogas, legales o
ilegales, médicas o no, nos da la solución sobre
nuestro deseo, sobre la
pregunta referida del título de nuestras Jornadas.
Es indispensable
entonces distinguir bien la lógica del organismo y la
lógica del deseo
inconsciente, que es otra.
Que
la dopamina, u otros neurotransmisores, sostengan los procesos no es lo
importante para los que trabajamos con el malestar humano, porque el
problema
del deseo no se soluciona subiendo los niveles de dopamina en el
cuerpo. Con
eso podríamos conseguir bienestar artificial, euforia, etc.,
pero no una satisfacción
de vivir, duradera. Hay que trabajar en otra lógica.
Pero
más allá de estas consideraciones generales, nos
parece que la tesis de la
neurociencia que relaciona el deseo y la dopamina, el deseo humano con
la
descarga de placer, es una tesis bastante reduccionista y posiblemente
ignorante
de que no toda satisfacción es del orden del placer. Es
más, las satisfacciones
que más interesan a cada cual no son del orden del placer. Y
la satisfacción
del deseo tampoco tiene que ver con la descarga de placer sino
precisamente con
el esfuerzo que implica la lucha por un proyecto que nos hace sentir
vivos y
eso sería porque guarda alguna relación con las
marcas inconscientes del sujeto.
Es el deseo en el sentido de Spinoza, el deseo como esfuerzo, vinculado
a una
satisfacción inconsciente que no se puede reducir al placer.
La búsqueda
de la obtención de este último, el hedonismo
propio de nuestra época, no nos
reporta más que una satisfacción que en seguida
se acaba y que hay que volver a
obtener cada vez. Y cuando alguien gasta su vida en obtener placeres a
todas
horas termina sintiéndose vacío.
Sería
interesante, ya que usamos términos del lenguaje
común, que cada disciplina
definiera exactamente qué entiende por deseo. Nosotros lo
hemos hecho aquí brevemente
pero con claridad.
Insistimos
en el peligro de caer como profesionales en la ilusión
cientificista de los
nuevos mapas cerebrales, u otros, que nos permitiría
localizar lo que nos pasa
y, la razón y el sentido de nuestro ser, porque lo
único que hacemos con ello es
extraviarnos respecto a la cuestión de la que se trata. Y es
que el deseo
humano es un mecanismo bastante complejo y fundamental que no responde
a la
lógica del organismo y por tanto, no puede abordarse a su
través.
Además
se empieza diciendo que algún neurotransmisor, la dopamina
por ejemplo, juega un
papel en los procesos fisiológicos que sostienen el deseo, y
con frecuencia se
produce un deslizamiento a sostener que los problemas del deseo se
solucionan
con dopamina. Hay una ilusión en esta tesis que no solo es
error: es la
esperanza de encontrar la clave del malestar asociado a la vida y, por
tanto,
la posibilidad de eliminarlo definitivamente. Pero si los llamados
“psi” creyéramos
eso sería urgente que como profesionales nos
preguntáramos si queremos lo que
deseamos.
3. Ustedes hablan, y eso
está muy presente en Freud y Lacan, de que el deseo no tiene
un objeto pero,
sin embargo, vemos como cada día surgen nuevos objetos de
consumo para
satisfacer nuestros deseos. ¿Esos objetos no
serían adecuados para el deseo?
Me
parece que ya hemos ido respondiendo un poco a esto. El deseo tiene que
ver con
las marcas de la primera experiencia de satisfacción, es
decir, con las coordenadas
simbólicas que quedaron inscritas para uno, de las que puede
haber una memoria.
Entonces, no está vinculado a un objeto sino a unos signos.
El sujeto busca
reencontrar esos signos en el otro por ejemplo en el enamoramiento, o
en la
identificación, o por lo contrario en la
segregación y el rechazo al otro,
entre otras múltiples coyunturas.
Pero
lo fundamental del deseo es el deseo mismo, el hecho de desear, no
ningún
objeto que pueda venir a plantearse como meta de ese deseo, porque
siempre será
falso, nunca se tratará verdaderamente de él.
Los
objetos solo vienen a obturar la dimensión deseante que ha
de mantener cierto
vacío para seguir funcionando. Que nos falte algo es
productivo. Por eso no es
bueno que los niños, por ejemplo, (ni nadie) obtengan lo que
quieren de
inmediato, porque eso los vuelve apáticos, o exigentes y
poco tolerantes a la frustración,
para hablar en términos psicológicos, como vemos
en esos niños tiranos y esos
padres que dimiten de su función educadora para caer en la
impotencia. Unos y
otros cada vez son más frecuentes hoy en día y
para abordarlo cada vez se acude
más al hiperdiagnóstico y la
hipermedicación. Es peligroso. Eliminar la
dimensión del sujeto y del deseo siempre lo es.
En
esta época de producción masiva, acelerada e
imparable de todo tipo de objetos,
la situación se complejiza. La tentación
está por doquier. Y la confusión. Siempre
hay objetos nuevos que nos tientan con su promesa de
satisfacción, de hacernos
sentir completos, de darnos consistencia, de ser la solución
para nuestros
malestares, etc.
Cuando
la producción de objetos tiene tal peso como en la
actualidad, el sujeto corre
el riesgo de buscar una satisfacción inmediata a
través de los infinitos gadgets
que le ofrece el mercado. La
forma de relacionarse con esos objetos toma una forma adictiva y
solitaria, que
caracteriza a la modalidad de satisfacción de la
pulsión, no al deseo.
Freud
habló del malestar en la cultura, que da título a
un conocido artículo suyo de
1926. Él lo relacionó con una forma determinada
de civilización, la de su época,
más represiva. Ahora estamos en otra forma de
civilización, donde el amo no tiene
ya una figura localizada (aunque comienzan a vislumbrarse cierto
retorno de
amos feroces): no hay una autoridad que prohíba,
más bien cuesta prohibir,
siquiera sostener normas, lo cual nos introduce a otra
problemática. Esta
permisividad de la época, ese supuesto derecho de cada uno a
hacer lo que
quiera, a tenerlo todo, a no dar cuenta
a nadie, marcado por la ilusión de que uno es
quien quiere ser, deja en
realidad al sujeto “liberado” a sus propios
impulsos de satisfacción, la cual
toma ese mismo estilo compulsivo y fuera del vínculo con el
otro del que hablamos
hace un momento.
Pero
lo que vemos es que el malestar en la civilización es
ineliminable y que en cada
época se presenta bajo nuevos rostros o síntomas
a la par que se encuentran
nuevas respuestas.
4. Hoy muchas mujeres
y hombres reivindican su deseo de ser padres y lo hacen como un derecho
legítimo. ¿Existe el derecho a ser padres?
En
la actualidad, hay la tendencia, cuando no el empuje, a reivindicar lo
que se
quiere como un derecho. Es algo interesante muy propio de nuestra
época, sobre
lo que debemos reflexionar y debatir en general. Porque no es lo mismo
el
estatuto de lo que se quiere que el estatuto del deseo, como hemos
visto, ni
tampoco el estatuto de un derecho.
La
aspiración, la exigencia de ser tratado con igualdad, de no
ser discriminado,
es un derecho. Pero convertir lo que queremos, nuestros supuestos
deseos, en un
derecho hace paradójicamente cambiar de estatuto al deseo
mismo: un deseo puede
cumplirse o no, quizás no se cumple de una forma
determinada, pero se puede
cumplir de otra. Como dijimos lo fundamental no es la
obtención de algo
concreto sino mantener viva la función deseante. Pero si
algo es un derecho
tiene que cumplirse obligatoriamente, y si no se cumple, ya no es una
decepción
a trabajar, un duelo a elaborar, sino que es un agravio o una
injusticia, que
nos hace diferentes y desgraciados. No es lo mismo un deseo que una
exigencia.
El
primer debate a hacer sería entonces qué queremos
decir con un derecho.
El
segundo es ver de qué se trata en cada caso cuando se habla
de deseo, inclusive
el de ser padre.
Que
cualquiera en principio tenga derecho a solicitar entrar en un proceso
de adopción
por ejemplo, no quiere decir que eso obligue a dar certificados de
idoneidad a
todo el mundo; al igual que a muchos padres se les puede retirar la
custodia o
incluso la patria potestad por mucho que digan que deseen ser padres.
Pero
como reivindicación está “sobre el
tapete” de nuestra actualidad, y en ella se
entrecruzan líneas muy delicadas, con mucha carga emotiva,
que conviene
dilucidar en general y en cada caso. Ello conlleva un debate profundo
sobre la
cuestión del deseo de ser padres y del lugar del derecho en
esta cuestión, un
debate que no sea plano, sino que muestre todo el relieve, todos los
hilos de
la trama.
El
psicoanálisis tiene mucho que decir en relación
al deseo. En cada análisis, en
algún momento surgirá la cuestión,
tanto a hombres como mujeres, acerca de la
sexualidad, la paternidad y maternidad, sobre la diferencia entre la
mujer y la
madre por ejemplo, sobre qué quiere decir para uno ser
padre, qué representa
para él un hijo, etc.
Pero
ser padre, en principio, para cualquiera, es más una
posibilidad que un
derecho. Y, además, esa posibilidad nunca puede ser a
cualquier precio. Precisamente
porque el deseo tiene condiciones, limites, que cuando se franquean lo
convierten
en otra cosa.
5. La empresa PDG,
ubicada en Silicon Valley, es la productora de Woebot, robot terapeuta
con
inteligencia artificial que funciona a partir de los principios de la
Terapia
Cognitivo Conductual (TCC) y se especializa en trastornos depresivos.
Sus
promotores dicen que será siempre mejor que todo terapeuta
humano porque evita
las reclamaciones judiciales y los
“juicios” personales, calificados por
la compañía, como interferencias. En esta
lógica algorítmica ¿qué
lugar hay
para el deseo del psicoanalista o del clínico psi
en general?
Un
robot terapeuta, quizás tendría menos
reclamaciones, sin lugar a dudas se
adaptaría mejor a las leyes del mercado, ¡basta
con programarlo! Pero la
cuestión es otra, como introdujimos cuando nos referimos a
la ética del
psicoanálisis.
Se
habla de la revolución de los coches autónomos,
robóticos, sin conductor, por
ejemplo. Son vehículos capaces de imitar las capacidades
humanas de manejo y
control. Pese a sus muchas ventajas, siguen en período de
prueba debido a un
pequeño pero importantísimo detalle: frente a una
colisión imprevista, a un
atropellamiento por ejemplo, carecen (al menos de momento) de la
capacidad de
elección del menor daño posible
¿Cómo calcular y programar una
decisión
ética?
Esto
nos puede ayudar a pensar el funcionamiento binario del
“robot terapeuta”.
¿Sería capaz de conducir a un paciente hacia
cuestionamientos éticos que
cambiaran su posición en la vida al poder hacerse
responsable de ella?
El
escritor portugués, premio Nobel, José Saramago
decía “Uno puede dejar caer una
lágrima sobre la página. Es más
difícil dejar caer una lágrima sobre un
ordenador”. ¿Sería capaz un
“robot terapeuta” de captar el que alguien
esté a
punto de llorar, un requiebro en la voz, algo no dicho?
6. Las Jornadas que ustedes
organizan ¿están abiertas al público
en general? ¿qué pueden aportar a los
psicólogos y en especial a las nuevas generaciones de
estudiantes de psicología
o jóvenes graduados?
Las
XVII Jornadas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis
están abiertas a todo
aquel a quien la pregunta “Quieres lo que deseas?”,
le diga algo, ya se sienta
concernido, le interrogue, le atraiga, le resulte
enigmática, etc. Se dirigen a
todo aquel que quiera saber algo sobre las distintas satisfacciones y
los
diferentes modos de satisfacción, siempre complejos y a
veces difíciles de
entender de entrada, que habitan al ser humano.
Trabajaremos
sobre ellas, sobre la pulsión, el deseo y el goce, su
incidencia en los
síntomas y su manejo en una cura. Trabajaremos desde un
punto de vista
epistémico pero también clínico: se
presentarán y se debatirán treinta y seis
casos.
En un mundo –el mundo en general
pero en especial el académico- donde cada vez se trata la
complejidad humana
con tesis más reduccionistas, en nombre de un supuesto ideal
de cientificismo, consideramos
que asistir a nuestras jornadas pueden ser para muchos,
además de muy interesante,
un verdadero soplo de aire fresco.
Margarita Álvarez
Gabriela
Galarraga
Directoras de las XVII Jornadas de la Escuela Lacaniana de
Psicoanálisis. ¿Quieres
lo que deseas?
Excentricidades de deseo, disrupciones de goce