José Ramón Ubieto presenta un nuevo libro, Del padre al iPad. Familias y redes en la era digital, para analizar los cambios que ha comportado la generalización del uso de las redes sociales en los miembros de la familia y, en consecuencia, la alteración de las funciones que cumple la familia para cada uno de sus integrantes.

El libro, coordinado por José Ramón Ubieto, ha contado con la participación como autores de Ramon Almirall, Fina Borràs, Lidia Ramírez y Francesc Vilà, todos ellos psicólogos. En la siguiente entrevista, realizada por el Departamento de Comunicación del COPC, Ubieto comparte con los colegiados y colegiadas las principales dimensiones del texto.



Tal y como ilustra la imagen de portada de su libro “Del padre al iPad”, es habitual observar escenas familiares en las que cada miembro se centra en su pantalla (chateando, revisando redes sociales, viendo dibujos animados…), sin hablar o interactuar entre sí, compartiendo espacio, pero sin interrelación. Respecto a la imagen que se tiene de “familia tradicional”, ¿qué ha cambiado en las relaciones familiares con la aparición de los gadgets tecnológicos?

Para decirlo brevemente, hemos pasado de mirar al Padre –como referencia y/o lugar de mando- a mirar al iPad, el nuevo mando. Donde antes el saber se ligaba a la tradición y a la jerarquía, ahora cada uno lo lleva en el bolsillo y se construye más horizontalmente. No es que los padremadres hayan desaparecido, pero se han desvanecido, eclipsado ante el fogonazo del brillo de esos gadgets que nos hipnotizan y nos invitan a gozar, menos en familia y más en un régimen de unos solos.

 

¿Cuál es la razón de esta atracción por lo digital, por los dispositivos que nos mantienen conectados?

Nos gusta mirar y que nos miren, hacemos muchas cosas por darnos a ver y exhibirnos. También nos gusta escuchar y ser escuchados, hacernos oír. Incluso nos gusta -aunque aquí gusto no equivale a placer consciente sino a lo que Lacan llamaba goce- que nos insulten o difamen como respuesta a interacciones digitales. Por otra parte, todas estas modalidades de satisfacción van modelando cierta idea de nosotros mismos y nos proporcionan el sentimiento de tener un lugar en el mundo, eso que llaman identidad. La fragilidad de estos procesos hace que sean constantes, sin descanso. 

 

En su libro explica que “una parte de la función que cumplía la familia, y la jerarquía que la sostenía, ha sido desplazada a estos nuevos dispositivos más horizontales y en conexión permanente”. ¿Cómo pueden gestionar los padres esta sustitución? ¿puede esa función, que cumplía la familia, ser realmente sustituida por los referentes de este nuevo escenario?

La función primordial de ese dispositivo analógico que llamamos familia no parece que pueda ser sustituida por los otros dispositivos digitales. Investir a alguien, situar el deseo de manera personalizada en cada hijo/a, es algo que requiere poner el cuerpo por parte de los progenitores, con más o menos fortuna. Otra cosa es que hay funciones como los aprendizajes o la socialización más fácilmente sustituibles. Los padremadres no deberían entrar en competencia con eso, más bien ocuparse de acompañarlos en el tránsito de hacerse adultos.

 

Debido al fácil acceso a Internet por parte de los niños y niñas, se habla de la “hiperconexión” de la infancia. Se dice que los hijos e hijas son el reflejo de sus padres, situación que supone una difícil tarea para estos últimos. En su opinión, ¿es la hiperconexión de los niños y niñas un reflejo de la sociedad adulta?

Efectivamente, la hiperconexión es un fenómeno universal, muy propio de nuestra era digital y afecta a todas las edades. No hay nativos digitales ya que todos nacemos al lenguaje, y es a partir de allí que recibimos los objetos del otro que nos cuida, entre ellos los gadgets. Nos conectamos porque hemos inventado una nueva realidad, la digital, donde prolongar nuestras vidas siguiendo los modos de gozar analógicos, pero exacerbando el narcisismo individualista.

 

¿Establecer normas o límites sería un posible recurso o provocaría disputas entre los miembros de la familia? ¿Cómo deben los padres afrontar esta situación sin caer en la prohibición?

Hannah Arendt nos dio una primera idea al señalar como las generaciones precedentes debemos acoger las novedades que toda generación trae, ya que de no hacerlo así bloquearíamos toda idea de futuro para ellos. Martin Heidegger, en su magnifico texto “Serenidad”, añade cómo hacerlo: aceptar las innovaciones técnicas sin renunciar a los principios que nos guían. La privacidad, cierta intimidad, es valiosa en nuestra vida presencial ya que no todo debe ser visible -como recordaba Junichiro Tanizaki (“Elogio de la sombra”)- y transparente. Eso mismo debería orientarnos en el uso de las RRSS. No se trata, por tanto, de prohibir o laissez faire, como si la autoregulación fuese posible especialmente en la infancia, sino de limitar el uso a partir de una idea de lo que queremos permitir. Esa regulación, por supuesto, debe afectar en primer lugar a las GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft) que encarnan el verdadero gobierno de los algoritmos. 

 

En su libro “Del padre al Ipad” habla del concepto de “vida algorítmica”, una vida medida por los “me gusta” que se consiguen en redes sociales. Este modo de mostrarse en las redes junto a las expectativas que se crean ante las vidas de famosos e influencers, ¿puede provocar en los niños y niñas un sentimiento de frustración? ¿cómo puede afectarles en su desarrollo hacia la vida adulta?

Los niños/as siempre han tenido y necesitado influenceers, antes y ahora. Son referencias que les ayudan a pensarse ellos mismos como futuros adultos. Toman de ellos asuntos prácticos como el “saber hacer” que muestran jugando a videojuegos, o cocinando, o haciendo deportes de riesgo o leyendo… En otra época el influenceer se llamaba maestro, hoy youtuber, booktuber. La frustración, por otra parte, no es necesariamente mala, de hecho es bueno saber que uno no alcanza todo lo que se propone. En general, son buenas influencias y los chicos/as saben distinguir la realidad de las fantasías que a veces les explican. Otra cosa son los youtubers infantiles que son argucias del marketing en unas edades más vulnerables a la publicidad.

 

¿Cómo influye en los niños, niñas y adolescentes el aumento de relaciones online en detrimento de las personales? ¿Qué consecuencias puede tener en sus relaciones futuras?

Freud ya habló de la fobia al otro para referirse a la tendencia autoerótica del ser humano, que prefiere ese goce solitario al vínculo que siempre le puede plantear dificultades en el encuentro cara a cara. Lo digital favorece esta “fobia” y aquí es preciso cierta desconexión para recuperar los lazos presenciales que sabemos son básicos, especialmente en la infancia y la adolescencia donde aspectos como el compromiso, la responsabilidad o la solidaridad exigen del encuentro cara a cara y de una dialéctica que implica poner el cuerpo y no solo el avatar digital.

 

Hablamos de la innegable hiperconexión, del aumento del uso de la tecnología en niños y niñas pero, ¿cómo pueden los padres y madres detectar que sus hijos e hijas son adictos a los gadgets tecnológicos? ¿Qué actitudes muestran las personas que lo son?

Nuestra relación a lo digital la entendemos mejor si la pensamos en términos de amor al objeto y no de adicción. Ser adicto es no querer saber del otro y satisfacerse directamente con el objeto, tomado en dosis. Nosotros amamos los móviles, los llevamos pegados al cuerpo, vamos a sitios íntimos con ellos, incluso nos acostamos y fotografiamos en todas partes. Y todo eso lo compartimos en el ciberespacio. Es verdad que hay amores muy exigentes, a veces asfixiantes, de los que no nos podemos separar fácilmente pero siempre hay un otro como partenaire. Los síntomas más preocupantes es que nos atrapen al punto de impedirnos otras satisfacciones (dormir, hacer deporte, pasear y conversar con amigos, compartir algún tiempo familiar como las comidas…). Ahí es bueno poner algún obstáculo para regular esa voracidad, introducir algún vacío para preservar un tiempo de desconexión.

  

En la introducción de su libro hace referencia a la exitosa serie Black Mirror, conocida por un tono distópico que imagina las consecuencias de la tecnología en la sociedad. En este sentido, ¿hacia dónde cree que camina la sociedad? ¿qué consecuencias en las relaciones puede tener la actual hiperconexión?

Hoy ya tenemos datos de nuestro presente y futuro más inmediato. Los algoritmos funcionan en base a calcular nuestros pasos, anticipándose a nuestros deseos y siempre para nuestro bien. Eso quiere decir que la sorpresa está prohibida y que lo que “nos conviene” es la repetición, la cámara de eco que son las redes sociales. También nos proponen un mutismo generalizado, donde el intercambio de palabras podría ser prescindible (hay un robot de éxito,  New X, que es mudo pero fiel). Y todo ello convirtiendo la presencia física -del maestro, el terapeuta o el cuidador familiar- en algo cada vez más privativo de unos pocos que podrán pagarla. La ilusión es que los terapeutas seamos sustituidos por ingenios como Woebot, robot terapeuta que gracias al Big data conoce todos nuestros datos y además está libre de errores y por tanto de reclamaciones de los pacientes. Ese es un verdadero reto para los psicólogos/as que pueden ser seducidos por esta propuesta, con la promesa de ahorrarse la angustia del cuerpo a cuerpo.

 

 

José Ramón Ubieto

Col·legi Oficial de Psicologia de Catalunya